Juan Cacho es un hombre de 45 años, soltero, mantiene desde hace casi un año una relación con Floriana de 35, pero vive solo y trabaja como administrativo en un concesionario de una conocida marca de automóviles.

Aquella mañana de primeros de Junio, a punto de salir de su casa, Juan llevaba varias carpetas bajo su brazo derecho y su agenda en la mano del mismo lado; en el preciso momento en el que abrió la puerta, recibió una llamada de su amiga Floriana; maniobrando con dificultad, al tratar de coger el teléfono, las carpetas cayeron al suelo, él se agachó a recoger su desparramado contenido mientras, manteniendo la conversación, se acercó a la puerta del ascensor, se incorporó y pulsó el botón.

– ¡Hola Flor!

– Buenos Días Juan, necesito que me hagas un favor esta mañana.

– Buenos días, dime ¿qué favor?

– Leí anoche un mensaje, de la Tienda de muebles, para que pase a recoger la lámpara de pié que les encargué, como mi coche es pequeño no puedo llevarla a mi casa en él. ¿Podrías prestarme el tuyo por una hora?

– Claro, ¿a qué hora pasarás por el taller?

– Sobre las diez y media, me dijeron que ellos abrían a las diez.

– Si vienes sobre esa hora estaré acabando de almorzar en el “Trenzas”, pásate por allí y te tomas un café con nosotros, Luís y Carlos se alegrarán de verte.

– ¡Ah!, bien gracias, aprovecharé para verles.

*

Aquella tarde Juan regresó a su apartamento, como era su costumbre sobre las seis; al llegar se dio cuenta de que la puerta no estaba cerrada, la abrió un poco e introdujo la cabeza para ver sigilosamente en su interior; tal y como temía el apartamento no estaba como él lo había dejado por la mañana.

Su corazón empezó a palpitar rápidamente, se le secó la garganta, una corriente eléctrica recorrió su espalda y su estómago se encogió. Entró muy despacio en dirección a la cocina, que se encontraba justo a su izquierda, en busca de un cuchillo grande que había allí. Lo sacó del cajón y lo empuñó fuertemente. Inició un lento recorrido por las dependencias del apartamento, escrutó el salón y la pequeña cocina que había en él, empujó la puerta del baño y miró tras ella, se fijó en la mampara de la ducha, el opaco metacrilato dejaba ver que nada extraño se escondía detrás, descolgó el albornoz con intención de lanzarlo a la cara del intruso y despistarlo, pensando que, igual que utiliza la ardilla su cola, le otorgaría más protección ante su probable ataque; continuó y tomó mayores precauciones al llegar a su habitación. La puerta estaba entreabierta, antes de entrar se echó al suelo con intención de ver bajo de la cama, tampoco allí había nadie, se levantó y prudentemente entró fijando su mirada en el armario empotrado que quedaba a su derecha, todavía no podía ver su puerta, dio unos pasos y se plantó firmemente sobre sus pies delante de él, y en un estado altamente tenso abrió con la mano que sostenía el cuchillo con un rápido tirón mientras su brazo izquierdo en alto sostenía el albornoz listo para ser lanzado; pero tampoco había nadie agazapado allí, sin detenerse un segundo más, realizó una rápida voltereta sobre la cama y se dirigió, con la tensión aumentada al único lugar que le quedaba por examinar, la terraza. La puerta estaba abierta, salió y viendo que no había nadie tampoco allí, se apresuró para volver a entrar al salón por la otra puerta que comunicaba éste con la terraza, pero estaba cerrada, por ahí no había podido salir nadie, concluyó con alivio que la casa estaba vacía de intrusos.

Volvió sobre sus pasos, a través del dormitorio, hasta el pasillo y cerró la puerta de entrada a la casa, dejó de nuevo el albornoz colgado en su lugar y el cuchillo en su cajón, luego se sentó en el sofá para relajarse antes de empezar a evaluar las faltas y los daños, pero enseguida le llamó la atención el hecho de que en el mueble todavía estaban los veintitrés y pico euros que él había dejado ahí la tarde anterior, cuando volvió a casa con la compra. Sin levantarse aún del sofá siguió escrutando con la mirada el pequeño salón, parecía que no faltaba nada; el ligero televisor estaba allí, intacto, algunos objetos y aparatos electrónicos apetecibles para cualquier ladronzuelo seguían allí, se levantó y abrió los cajones del mueble y todo parecía estar bien, no faltaba nada. Lo que más le desconcertó fue que toda la casa estaba repleta de trípticos de publicidad, los había por el suelo, sobre la cama, en el sillón y la mesa donde comía, algunos también en el suelo del pasillo y del baño.

Regresó Juan al dormitorio y vio que su escritorio había sido registrado con mayor detenimiento, el ordenador estaba encendido, aunque en un primer momento no se había dado cuenta porque la pantalla estaba apagada debido a su algoritmo de protección; al activarse ésta Juan pudo ver con estupor que algunos de sus escritos estaban a la vista, así como la carpeta donde guardaba sus fotos, las suyas y otras no suyas pero que para él eran muy íntimas y deseaba tener a buen recaudo.

Una de sus aficiones, aparte de la de caminar y leer era la de escribir, Juan tenía muchos escritos, de hecho soñaba en convertirse, algún día, en un buen escritor, pero él mismo consideraba sus ideas muy revolucionarias, sus pensamientos escritos eran algo que quería mantener de momento en secreto y ahora sabía que éstos habían sido leídos por otra persona. Un desconocido sabía ahora conocía pensamientos y detalles íntimos de su vida.

Pensó en llamar a la policía pero, pasado el momento tenso, creyó que mejor era no hacerlo, si lo hacía todo serían líos y, sin duda, la culpa de que alguien entrara en su casa la tuvo él pues, seguramente, al salir por la mañana se despistó y dejó la puerta abierta, además, excepto algo de su intimidad nadie le había robado nada, – ¿Qué puedo denunciar?, habrá sido una broma de mal gusto, aprovechando alguien mi despiste de dejar la puerta abierta – Pensó. Y así, quitando importancia al suceso, en lugar de llamar a la policía se ocupó en llamar a Floriana, como solía hacer todas las tardes.

– Hola Flor

– ¿Qué tal, Juan?, ¿A qué hora vienes a mi casa y ves como queda la maravillosa lámpara que elegí?

– Iré, pero un poco más tarde, tengo que poner en orden mi apartamento porque hoy alguien ha entrado en él.

– ¡Qué?, ¿Te han entrado a robar?

– No, la verdad es que ya lo he revisado todo y no se han llevado nada, ni tan siquiera algo de dinero que había a la vista. Solo han llenado la casa de publicidad, de esa que se deja en los buzones, y han inspeccionado mis cajones, leído mis manuscritos y escudriñado en mi ordenador, se han entretenido viendo documentos y fotos que guardo en él, un fallo mío porque nunca le he puesto ninguna clave a ese chisme.

– ¿Qué es lo que alguien puede querer saber de la vida de un Administrativo?

– Eso digo yo. No creo que ningún servicio de inteligencia esté interesado por mi intimidad. Tal vez sea alguien a quién le he hablado de mis pensamientos revolucionarios y quiera adueñarse de ellos. –dicho ésto con sorna y regalándose un cierto halago – Pero bromas a parte, me preocupa este hecho y, la verdad, pienso en Manolo.

– En Manolo, ¿tu vecino?

– Si, ha sido él seguro. Ya sabes que nos llevamos mal desde hace casi diez años, siempre que salgo de casa me vigila a través de la mirilla de su puerta. Hoy me he dejado, al parecer, la mía abierta y él ha aprovechado para pasar algunas horas en mi casa registrando el ordenador y mis papeles y esparciendo la publicidad que habrá tomado de la cesta que tenemos en la puerta de acceso al zaguán. Seguro que ha sido él, porque no se han llevado nada; no, no han entrado a robar solo a escudriñar; él no necesita dinero, cobra mucho más que yo pues, desde que tuvo el accidente en el trabajo, se jubiló joven y con buena paga y no sale de casa, no gasta, no necesita ni mi dinero ni objetos para trapichear con ellos. Ha sido él estoy seguro.

*

A partir de aquel día Juan se cercioraba siempre de haber cerrado bien la puerta después de salir. Sin embargo cinco semanas más tarde, al llegar sobre las seis de la tarde de nuevo a casa, un vuelco le dio el corazón cuando vio que la cestita de la entrada donde se dejaba la publicidad estaba completamente vacía; él recordaba haberla visto llena hasta los topes cuando salió por la mañana; aquella cesta se había vuelto objeto de su interés y siempre inconscientemente la observaba al pasar delante de ella.

Subió hasta el tercer piso, donde él vivía y encontró de nuevo la puerta abierta. Se tensó, resopló y sigilosamente la abrió diciendo para si – ¡Como te pille dentro Manolo!-. Volvió a dirigirse primero a la cocina para tomar el gran cuchillo que estaba en el cajón e hizo los movimientos calcados de la primera vez, todo estaba igual que como lo encontró en aquella ocasión, la publicidad esparcida por toda la casa, los papeles revueltos y el ordenador encendido de nuevo.

Esto le desconcertó, no creía que Manolo fuera alguien tan inteligente como para reventar la clave que le puso. Manolo no era lo suficientemente inteligente para poder hacer esas cosas; bueno, a menos que todo su tiempo libre lo hubiera empleado para adquirir un nivel alto en esos asuntos informáticos. Otra cosa que le preocupó es que no estaba forzada la puerta de entrada, había sido abierta con una llave,

– ¿Cómo puede Manolo haber conseguido una copia de la llave de mi casa?

*

Esa misma tarde Juan llamó a un cerrajero para que cambiara el bombillo de su puerta. No quería pensar mal, pero su amiga era la única persona a quién había dado una copia de la llave de su casa, y además conocía la clave de acceso a su ordenador, pues un domingo por la mañana, durante un paseo, bromeando, le dijo que su clave era “Floriana”

– Todo es muy extraño. Puede que sea una broma preparada por ella y alguna emisora de televisión, eso que está ahora tan de moda, ¡que se yo!- Pensó él, por pensar algo.

Volvió a cambiar la clave del ordenador e influido por sus propias dudas, prefirió no contarle lo sucedido a Floriana, tampoco le dijo que la copia de la llave que ella guardaba ya no servía, prefirió esperar un tiempo a ver que pasaba, aunque, desde luego, prefería pensar que Manolo era el hacker que había conseguido, de algún modo, la copia de su llave y la clave de su ordenador.

*

Corría ya el mes de Noviembre parecía que todo había pasado, aunque para Juan seguían siendo sospechosos Floriana y, por supuesto, Manolo.

Como era el cumpleaños de Juan, ese fin de semana quedaron en verse para cenar el viernes y ver una película en el apartamento de él. Ambos pasaron juntos toda la tarde-noche y después de la cena en el restaurante italiano, “De Toni’s”, sobre las once de la noche, fueron a casa de Juan a terminar la celebración como habían previsto. Al llegar al portal, de nuevo el cesto de la publicidad estaba completamente vacío, Juan lo había visto repleto de papeles cuando salió de casa sobre las siete y media de la tarde para buscar a Floriana. Subieron y cuando llegaron al rellano, vieron que la puerta estaba abierta y el interior en las condiciones que ya se estaban tomado cariz de convertirse en costumbre. Floriana permaneció en el rellano con el teléfono preparado para marcar el último número de la policía, mientras Juan volvía a buscar su gran cuchillo y repetir la rutina de explorar el apartamento en busca de algún extraño. No había nadie pero el ordenador estaba en marcha, sus fotos a la vista junto a algunos documentos abiertos y los papeles publicitarios dispersos por toda la casa. En ese momento Floriana quedaba descartada de toda sospecha, Manolo tenía todos los números para ser considerado el intruso.

– No hay nadie Flor, pasa. Ha sido Manolo, ha sido él, pero ¿cómo consigue abrir si cambie la llave?.- En ese momento se sintió un poco turbado con su confesión, pero trató de disimular que habían existido en su mente dudas hacía ella.

– Por cierto olvidé darte una copia, la cambié la semana pasada.

– Ve a la Policía Juan, esto ya se pasa de castaño oscuro.

– Si, mañana sin falta pondré la denuncia.

*

Al día siguiente, Sábado, Juan se presentó en la comisaría de Policía. Allí sentado frente al agente instructor.

– Buenos días, quiero presentar una denuncia.

– Bien, Cuénteme.

– Verá en el mes de Julio pasado regresé por la tarde del trabajo a casa y me encontré la puerta abierta, supuse que había sido un despiste mío porque salí de casa hablando por teléfono, creo que fui yo quien la dejó abierta, pero después de lo que ha venido sucediendo tengo mis dudas. Al regresar, como digo, por la tarde encontré mi casa llena de publicidad de esa que echan en los buzones, mis manuscritos desordenados y mi ordenador en marcha con evidencias de haber sido inspeccionado… pero no me faltaba nada, solo habían entrado al parecer por “violar mi intimidad personal”. Eso mismo se repitió unas semanas más tarde, no les llamé porque tampoco en esa ocasión, nadie me había robado nada y, suponiendo que alguien podría tenía copia de la llave de mi casa, me limité a cambiar la cerradura. Pero ayer mismo, otra vez, por la tarde salí de casa y al regresar sobre las once de la noche alguien había entrado e hizo lo mismo en el escaso espacio de tiempo, de unas tres horas, sin forzar nada, solo esparciendo por ella la publicidad y averiguando el contenido de mis escritos.

– Es curioso lo que cuenta, ¿nadie se lleva nada?

– No, nunca me ha faltado nada, solo han hecho allanamiento de mi vivienda y han violado mi intimidad personal.

– ¿Allanamiento sin fuerza?

– Si, sin fuerza.

-¿Sospecha de alguien?

– Si, de mi vecino de la puerta de enfrente, pero no le considero tan hábil como para romper las claves de mi ordenador ni para abrir mi puerta con una ganzúa o algo así.

– Bueno- seguido de un amplio suspiro el policía dijo – la denuncia ya consta, servirá como agravante por reiteración en caso de que vuelva a ocurrir y le pillemos. Le recomiendo que se ponga una cámara de vigilancia que grave el interior de su casa.

– Si creo que esa será la solución, porque cambiar la cerradura no lo ha sido.

– Gracias, Buenos días

*

Esa misma tarde Juan y Floriana aprovecharon su visita al centro comercial para contratar un servicio de vigilancia. El martes de la semana siguiente un técnico se personó en casa de Juan, tal como habían quedado, a las siete de la tarde.

El técnico se ocupó en revisar el apartamento buscando el mejor lugar para instalar la cámara de vigilancia y de pronto…

– ¡Oiga Señor! ¿Esto lo ha puesto usted aquí?

– ¿El qué?

– Esto, la microcámara que hay aquí.

– ¡La qué?

– Aquí hay una microcámara que parece ir dirigida a la pantalla de su televisor. Como si alguien estuviera interesado en saber lo que usted ve.

– ¡Por Dios!, ¿Quién puede estar interesado, en lo que yo veo!, ¡si yo soy un hombre… corriente!

El técnico siguió examinando el apartamento con un interés que rebasaba el simple hecho de cumplir con su trabajo, Juan le dejó, es más, le animó a hacerlo esperando que él, por su condición de especialista, descubriera más cosas y, sorprendentemente así ocurrió.

– ¡Ah, Ah¡, señor aquí en su habitación tiene también un micrófono.

-¡Un micrófono, en mi habitación?, ¿he de suponer que alguien lleva meses escuchando todas mis conversaciones con Florinda y las que he hecho desde aquí por teléfono?

– Y aquí tras el mueble del televisor otro micrófono, señor. ¡Vaya!, y en la terraza también.

– ¡Por Dios, tres micrófonos!, en una casa de sesenta metros cuadrados. Mi casa es una casa de cristal, mi intimidad está a la vista, me están vigilando, pero ¿quién?, ¿por qué?, si no soy nadie. El pánico empezaba a apoderarse de Juan, llegó a pensar que sus escritos podían la causa de ser vigilado, podrían ser importantes para alguien, podía haber sido tomado por cómplice de alguna conspiración, temía que todo ese asunto llegara a más y no se limitaran con entrar y registrar su casa, temía ser secuestrado incluso asesinado, Juan ya no podía conciliar bien el sueño por las noches.

Al día siguiente Juan pidió permiso en la empresa para ausentarse un par de horas para volver a la comisaría, quería ampliar el contenido de su denuncia con los nuevos descubrimientos.

*

– Bueno, esto ya es más grave, – dijo el comisario – muy grave, mandaré hoy un equipo a su domicilio para que desmonte los aparatos hallados y tome huellas en ellos, a ver si logramos descubrir al criminal, de una vez por todas.

Juan llamó al trabajo desde la comisaría, para decirles que por aquellas circunstancias necesitaba tomarse todo el día libre. No hubo problemas por parte de la empresa.

En el domicilio de Juan uno de los policías intentó sacar huellas de aquellos dispositivos, pero no había ninguna. Los desmontaron y se los llevaron.

– Tendrá noticias nuestras si descubrimos algo.

– Gracias, por todo, -les dijo Juan- y cerró la puerta.

*

Juan ya no sabía qué pensar, se sentía vigilado en su propia casa. Manolo parecía quedar descartado porque seguía sin parecerle lo suficientemente inteligente como para montar todo ese sistema de vigilancia, aunque no descartaba pedirle al juez una orden de registro, aún existía la duda de si podía haber ocupado su ociosidad en saber algo de informática y en montar esos aparatos electrónicos.

Aunque ya no había cámaras ni micrófonos de escucha Juan se había habituado a buscarlos de forma obsesiva, siempre que llegaba a casa miraba en algunos lugares donde se podrían instalar esos dispositivos, aunque no hubiera nada que evidenciara que alguien hubiera entrado y pudiera haberlos instalado.

Los sucesos volvieron a repetirse, una, dos, tres veces más; la puerta abierta al llegar a casa, la publicidad por todas partes y el ordenador mostrando sus secretos a pesar de haber cambiado la clave varias de veces. La cámara de vigilancia instalada no resultó útil, el intruso sabía demasiado, con algún inhibidor lograba que ésta dejara de funcionar ¡a los pocos minutos de salir él de casa! Las visitas de Juan a la Comisaría se habían hecho habituales y su petición de investigar a su vecino había sido cursada al Juez, pero fue denegada, a pesar de que la inhibición de la cámara después de pocos minutos de su salida delataba a Manolo, cuya presencia siempre notaba detrás de la mirilla de su puerta. La negativa del Juez alimentaba la duda de que fuera la propia policía la que estuviera interesada en sus asuntos; su estado de ánimo se vio notablemente afectado; tenía miedo.

*

Aquella mañana Juan se encontraba en su puesto de trabajo cuando recibió por la línea interior una llamada, era Marina, la secretaría.

– ¿Juan?

– Dime Marina

– Tienes una llamada de un tal Maldonado

– ¡ Maldonado? (el comisario), si, quiero hablar con él, pasamelo, muchas gracias.

– Hola Buenos días señor Maldonado, dígame.

– Hola Juan, – dijo el comisario después de haber soltado un sonoro suspiro.

– Dígame ¿han descubierto algo?, porque sino es así yo estoy impaciente por que el Juez reconsidere mi petición de registrar la casa de mi vecino Manolo.

– Verás Juan, te he de comentar algo. No es tu vecino. Le hemos descubierto, pero…

– ¡Le han descubierto!, ¿pero qué?

– ¡Eh!, bueno… que todo está bien.

– ¿Bien?, ¿qué quiere decir, señor Maldonado?

– Bueno…. Que todo es legal.

– ¿Legal?, ¿Qué?, que alguien entre en mi casa, la llene de porquería publicitaria y se apropie de mi intimidad, que alguien sepa de mi vida tanto como se yo; no entiendo nada.

– Verás Juan, hemos descubierto al intruso.

– ¿Y?

– No podemos hacer nada, es Facebook, Juan, tendrás que acostumbrarte a vivir con él.

FIN

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