Lentamente abrió sus ojos, una gota de agua constante salía de la pluma fruto de una avería existente por los años que han pasado, y por una rendija arremetía como a propósito un destello que le inquietaba, provocando levantarle con más rapidez. Se sentó en el catre, y quedo de frente un viejo y roto espejo que le hizo ver lo pálido de su piel, su cabello sin cortar y su rosto con aspecto de ermitaño alojado en la montaña, aislado de la sociedad.

El sonido del catre al levantarse fue estrepitoso, arrastró sus sandalias por todo el piso hasta llegar al baño a unos veinte pasos de donde se encontraba, se miró al espejo y puso la mano en su cabeza mientras lentamente la deslizo por toda su cara, mirada algo perdida, entre el reflejo distorsionado por la humedad y el brillo ausente en aquel cristal.

Lavo su cara y aun perdido en el tiempo se dirigió lentamente a la ventana, la abrió un poco para ver la luz completa del día, y saber que pasaba. Calles solitarias, en la esquina los chicos no están sentados, y doña tata, tiene días que no sale a barrer la cera, el polvo arropa un poco las ventanas de cristal dándole un tono algo amarillento.

Cerró nuevamente la ventana y arrastró sus sandalias por el pasillo hasta llegar a la cocina a ver que encontraba para comer. De repente sintió que todo daba vueltas y sin darse cuenta, se desplomó al piso sin conciencia por unos minutos.

Ella, lentamente acariciaba su rostro, suaves manos, delicadas, con olor a aroma de campo y flores frescas. Le ayudo a levantarse, una mirada que atrapaba la atención de cualquiera, y esos labios rojo carmesí que adornaban su rostro reluciente.

Al preguntarle qué hacía tirado en el suelo, él con ganas de reírse, pero sin fuerzas para poder hacerlo, le expresó que no tenía idea de lo que pasó, ella al poner la mano en su frente le dijo algunas palabras que él no entendía, porque parecía que susurraba. Al tratar de concentrar sus fuerzas para escucharla, despertó, aun postrado en el suelo, solo con el sonido de aquella gota de agua que caía constantemente.

Se levantó como pudo, llegó a la cocina y la cafetera estaba vacía. Las telas de araña adornaban las ollas y lo único que había en la despensa eran cajas vacías, la nevera ni agua contenía, solo un pequeño tomate disecado por el cambio de temperatura constante, fruto de los apagones.

Con un suspiro de desaliento regresa a la habitación, mientras de camino nota que debajo del periódico en la mesa de la pequeña sala, había una funda un poco abultada, sin notar el anuncio de portada de las actividades que nunca pasaron, lo levantó, tomó la funda y desamarró para ver lo que contenía.

Mientras lo hacía, un fuerte viento arremetió contra la ventana, la cual se abrió de manera abrupta, y espantándose, se le erizó la piel y por unos pocos segundos se detiene de hacer cualquier acción, de inmediato cierra la ventana, cubriendo sus ojos pues la luz era fuerte para él al parecer.

Terminó de abrir la funda y para adornar su desconsuelo, solo encontró dos botellas secas, y una pequeña caja de jugo igualmente vacío, lo tiró al piso desconsolado y se dejó caer al catre, que con un el ruido rompió el silencio del cuarto. Lentamente se recostó y al tenderse en la cama entre las sabanas, con su brazo izquierdo tocó algo que le pareció extraño.

Y al desdoblar las sabanas para hacer de la idea otra loca imaginación, sus ojos se sobre saltaron por lo que acababa de encontrar… un trozo de pan, y aunque ya viejo y algo mocato le pareció inexplicable que aun estuviera allí, no tenía buen aspecto y se sentía algo duro, quizás por el pasar de los días, intentó hacer memoria, pero qué más da, ahí estaba, y la necesidad le precedía.

Un pedazo de pan era todo lo que necesitaba para apaciguar el hambre que le consumía, y como no tenía con que humedecer aquel viejo pedazo de pan, con un vaso de agua decidió acompañarlo. Esa mañana estaba algo fría y la brisa aun intentaba con insistencia arrancar el cerrojo de la ventana, por la poca fuerza que el usó para cerrarla la noche anterior.

Las calles seguían desoladas y ya los niños no correteaban por las aceras jugando al bueno y al malo, ya no se amontonaban para ver la tele de doña pancha por las tardes, y los parques añoraban tener sus niños devuelta, las playas tenían sus olas marchitas pues nadie iba a jugar con ellas.

Al sentarse en la mesa con su vaso de agua y el trozo de pan, le quitó la primera capa esperando que, por dentro este un poco más suave, pero sin resultado no tuvo más opciones que comer lo que podía. Olor a viejo, sabor insípido y textura rígida eran su mejor aliado en ese instante, y vida o muerte era su próxima decisión.

Salir de su entorno, buscar nuevos horizontes. Quedarse y ver como pierde todas sus fuerzas hasta que sus ojos se cierren por siempre, o intentar buscar otras puertas con alimentos que le ayuden a recobrar lo que la necesidad le quitó, pero, no son las puertas de su casa la mayor problemática de salir, sino las de su mente.

Se paró bruscamente y tiró al piso aquel trozo de pan que le quedaba en sus manos, como las fuerzas le alcanzaron, de un tirón abrió la puerta de la vieja casa de madera, el sol le dio de golpe en la sien, y al instante perdió el conocimiento, y mientras caía al suelo despertó.

Grandes gotas de sudor corrían por su frente, su corazón latía como quien acababa de correr, y con solo el silencio de la noche, suspiró y se tendió en la cama con una sonrisa de locura, al darse cuenta que todo había sido un sueño, un sueño que en cualquier momento tendría que vivir.

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