Otra vez en el largo recorrido de tantos meses atrás en los que te venimos fallando, en los que todo se presenta como los ecos dicen. El tenue olor a formol elevándose por entre la capa de fina tierra, siendo transpirado por cada una de las paredes. El nuevo pasillo a la izquierda, y volver a temer eso que tanto vos sabés; aquel inesperado encuentro con tu madre, que con sus ojos me mire, preguntándose por qué este espantoso saco de huesos sin más siga cumpliendo años, mientras que a vos te tienen encerrado en una prisión de madera y tierra.
A esta hora no hay nadie dando vueltas por acá (solo quien lo fuerce puede estar en un cementerio un miércoles con esta llovizna). La prisión de tierra, la madera que también me atrapa, el tic tac de la máquina de escribir.
<<¿Y cómo fue?>> Discúlpeme usted, pero nada le puedo detallar yo. Más quisiera hacerlo, pero en estos recovecos de la mente se me pierde todo reflejo al solo mirar.
El nuevo giro en la memoria, y en el otro pasillo sé que me esperas. O no, todavía no estoy del todo seguro de esto que nos está pasando. Aunque sí sé que tan solo es temporal, que nada nos falta a los dos para volver a vernos más acá, con tus amores disimulados que escupías por doquier, pero por ahora debo conformarme con esta jaula de la naturaleza, donde el instinto me manda a dejar flores.
Espío en la esquina para asegurarme de que no haya nadie más allá, que la soledad sea capaz de abrazarme para llevar a cabo el vergonzoso ritual en el que me convenzo; te rindo un mínimo honor. Ni una sombra, solo la presencia múltiple de otros prisioneros, a la que uno se termina acostumbrando.
Dejo ante vos mi media docena de anémonas. Hubiera querido comprarte otras, pero era todo lo que vendía el tipo de la florería.
Y nos vuelve a pasar, cada vez que me guardo tantos días para volver a verte; cada nueva vez en la que fallo a mi palabra de no tardar más de un mes, es simplemente bajo la promesa de que esta próxima si seré capaz de contarte algo que te haga ver que no desperdicio los días robados aquí arriba. En que con todo este tiempo acumulado aprenderé a hacer algo que valga la pena, y te sonrías desde tu lugar. Pero para qué mentirme, si ahora es solo el repiqueteo de la lluvia contra el suelo el que llena nuestro vacío.
Y en cada nueva oportunidad en la que vuelvo a verte, regresa la pregunta: ¿será esto para vos? Y siempre la misma idea me aborda. No me hallo en este laberinto de diminutas casas (¿cómo hará una familia para estar cómoda en un lugar así?) y tierra removida para rendirte pleitesía, sino como un desesperado intento por apagar este fuego que me quema, al saber que yo fui el tipo con suerte.
<<¿Y cómo es que sabe todo eso?>> Un poco más despacio por favor. Quizás usted no sea capaz de verlo de la misma forma que yo (y cómo iba a ser capaz, en verdad), pero hay pequeños datos que uno no puede soltar, que la vida le da el “goce” de retener para siempre en su recuerdo. Voy y vengo, saltando entre estos pequeños fragmentos pidiendo más; romper esta infranqueable pared que se me presenta a la hora de alcanzar mi destino. Pero, aunque no lo crea, no soy capaz de llegar más allá.
Tan cerca, tan poco me ha faltado para doblar todo esto que nos separa y por fin vernos cara a cara otra vez. Pero con todo este silencio que me rodea y llena la mente, parece que hoy será otro de esos días en los que me conformo con este intento de algo que nunca podré lograr.
La cercanía de unos pasos me devuelve al momento, al acá donde debe ser la hora en que tu madre hace sus visitas diarias. Así que me escabullo en puntas de pie hasta el pasillo de panteones más cercano. Los pasos, cada vez más reales, me mantienen pegado a la estructura; el miedo no me hace capaz de más, hasta que el silencio retorna tras la pared de huesos en la que me apoyo. Un simple vistazo para saber que todo está en orden, que puedo regresar para una simple despedida. Pero ahí se presenta la figura, en completo silencio.
Acaricia tu lápida con leves movimientos de la palma, mientras solloza suavemente. La fina silueta, producto del flaco cuerpo, el color negro del eterno luto por el único hijo. Sé que no debo mirarla fijamente; por lo menos debería tener la decencia de darle un momento a solas con vos. Pero tampoco puedo irme, el miedo entorpece mis movimientos. Ya me sé incapaz de mover en silencio, vivir en la respiración, justo como me enseñó aquella mujer.
<<¿No le parece a usted todo esto algo difícil de creer?>> Y que me lo diga. Yo mismo repito, en una eterna espiral antes de dormir: ¿cuál es la probabilidad de que un hombre como yo sobreviva a un acontecimiento tal? ¿cuál sería la razón de que cualquier Dios le quitara la posibilidad al hombre encerrado en tierra y no a este que está más acá? Pero no entremos en estos temas, que nada tienen que ver con lo que nos tiene reunidos, señor oficial. Lo que le digo es tal, y ya está.
Vuelvo a mirar y ahí sigue. Con el rítmico movimiento de la caja torácica durante un mudo llanto. Y ahora, que la veo bien, aquella no es la temida señorita que ha dejado la vida junto al joven más allá. Se trata más bien de una más joven, quizás de mi propia edad. Con el negro cabello enredándosele en el pecho, con los dedos escarbando la tierra bajo sus rodillas y arrancando todo con un nuevo embate de dolor. Un poco de envidia sí que me genera, ojalá sentir todo esto como ella lo hace. Ojalá las emociones se me arrancaran de a girones cuando estoy frente a ti. En lugar de dejarme ahí plantado, esperando vaya Dios a saber qué. Pensando nada más que en mí, y en el poco tiempo que dejaré pasar para volver a abandonarte.
Esa sí que debía de serte una amante leal, presente en este espacio años después de que todo reciente recuerdo ya quedara desvanecido. Ya cuando muchos de los que te rodeaban por acá olvidaron tu presencia tras esos barrotes, abandonándote en una soledad apenas mitigada por la aparición de dos mujeres de eterno luto.
La figurita se pone de pie, besando tu limpia lápida sin ningún tipo de asco. Arregla su vestido con rápidos movimientos, da unas cuantas miradas a su alrededor y se agacha para tomar las anémonas de tu propiedad. Al principio creí que solo las admiraba, al saber que otro te había visitado poco antes que ella misma, pero comenzó a alejarse con rápidos pasos del lugar. Al verla, salí a detenerla, aquellas eran tus flores. Unas que bien ibas a necesitar para mitigar el hedor a formol.
Al oír mis pasos, ella salió disparada en dirección a la salida principal por lo que tuve que acelerar bastante mi carrera. Entre tanto zigzag, terminé perdiéndola de vista. Solo pude guiarme a través de los pétalos que aún flotaban, llevándome en la dirección correcta. Seguí, te lo juro que seguí más allá del cansancio. Más allá de los gritos de los empleados que pedían respeto. Más allá. Hasta que por fin llegué al gran portón donde tantas gentes pasan, ajenas al mundo tras las rejas. Y ni rastros de la ladrona. Solo un mísero pétalo aún flotando en el aire, diciéndome que esto sería suficiente para vos.
Iba a llevarte el pétalo, pero su blanca pureza se vio manchada con la tierra que cubría mis dedos. Así que regresé a casa, cabizbajo y masticando la bronca de un día como este.
Siempre es bastante el tiempo que pasa entre cada una de mis visitas. Espero sepas entender que este lugar me expulsa.
Aprieto con un poco más de fuerza las bocas de dragón que hoy te llevo (sí que son raras las flores que están trayendo últimamente).
<<¿Y qué opinión le merece de su parte?>> Ay, señor, si supiera que yo me trato de un simple idiota que apenas si puede juntar una palabra tras otra. Más quisiera yo decirle algo de mi autoría. Pero todo lo que de mí sale está manchado por un algo más que no podría explicarle. Una especie de deuda que cargo con aquel que ocupó mi lugar.
De repente regresa el fuerte bum bum en mi pecho. La sudoración en las palmas, esperando no volver a ver aquellos ojos de eterno dolor. Con la esperanza de encontrar a la ladrona ahí, con su fingido pesar, con la falsedad en el rostro al implorar que volvieras. Ocultando su única intención real. Y viéndolo así, mi odio por ella aumenta, al saber que quizás sea una especie de doppelgänger que ha salido a perturbarme.
—¡¿Por qué?!—. Escucho más a la derecha. Las palabras se confunden unas con otras entre la congestión del llanto. Elevo mi cuello para ver más allá, entre las lápidas previas a los panteones. La veo, tiene que ser ella.
La misma silueta dibujada en la lejanía que meses atrás se robaba el poco que tengo para ofrecerte. El fuego me sube desde el estómago, obligándome a hacer algo para lo que suele faltarme el valor (sí lo sabrás vos). Camino hasta ella, estrujando las bocas de dragón con todo el odio concentrado (pobres, ya no podrán dejar todo su esplendor rendido a tus pies), y me pongo detrás de ella. Que sigue con otra de sus pantomimas, sin saber de mi presencia.
Toco su hombro con firmeza. La silueta gira y se arrastra de espaldas sobre el suelo hasta que la lápida la detiene. En su trayectoria, aplastó un racimo de lavanda que allí habían dejado.
—Vos me robaste—. Su rostro se desconfigura totalmente. El antes fingido llanto se mezcla ahora con el causado por la angustia de verse descubierta.
—Yo…— Quiso ponerse de pie y salir disparada en la misma dirección de la anterior vez, pero pude tomarla en el camino por el brazo. Ni siquiera precisé de la fuerza; se negó a forcejear en lo más mínimo. Aunque, entre tanto movimiento, mi racimo de boca de dragón cayó al piso y fue aplastado.
—Ya van dos que pierdo por tu culpa—. Ella se retuerce levemente. El llanto vuelve a poblar su rostro. Sus negros ojos que me miran, buscando algo que decir.
—Te los puedo pagar, pero no le digas al guardia—. Los retorcijones de su brazo vuelven a repetirse en el espasmódico llanto.
—Está bien—.
—Vi unos iris hermosos— Baja mi mano hasta la suya. Sus ojos se excusaron al ver mi mueca —. Es para que nadie crea nada raro—.
Caminamos en dirección a la salida en absoluto silencio. Hasta que ella giró a la derecha, adentrándose en el mar de tumbas más allá. Me resistí, quedándome parado en mi lugar. Un nuevo tirón insistió en cambiar la dirección.
—Vamos, están por acá—.
—No voy a robar flores…— El forcejeo paró en seco. Ella me mira con sus grandes ojos, en una especie de súplica.
—No estaríamos robando, seguirían estando en el cementerio—. En ella, aquella retorcida lógica debía de ser una especie de escrito celestial; a mí solo me trajo más dudas.
—Las vamos a comprar—. Sus huesudos dedos se clavaron en mi mano. Volvió a tirar en dirección de los iris.
—Nunca vengo con la billetera—. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. No me miento al creer que un poco de tu ser ocupó el mío en aquel instante en que no me aventuré a dejarla con su completa soledad entre las tumbas; siguiendo con lo que mis “cimentados” valores me dictaban.
Hice un gesto rápido dándole a entender que podíamos ir en búsqueda de las famosas iris, si al final…
Nos aventuramos más allá; tan allá que ya no reconocía las tumbas ni historias que estas encerraban. Fuimos tan adentro de la jungla que, en un punto, creí que íbamos a llegar a una de las salidas de los costados.
Pero ella señaló sonriente (yo, en verdad no podía ver nada fuera de lo común, pero me transmitió bastante de esa energía) y, con un trotecito corto, me llevó hasta un racimo de azules iris (eran lindas las flores al final, che).
Tomó el racimo con la mano libre, para luego llenarse los pulmones con su olor. La felicidad en su rostro podía verse más allá de las flores, que apenas permitían verla.
Y emprendemos el viaje de regreso. Aunque ahora cortando bastante camino, no sabría explicar con exactitud por dónde. Fue recién cuando vi la formación de mausoleos allá a lo lejos que pude ubicarme en el cementerio y tomar el liderazgo de la marcha.
—¿Qué era tuyo?—. Me pregunta cuando ya estamos ahí nomás de tu presencia.
—Amigo, buen amigo—. Respondo recién ahora frente a vos. Ella me pasa las flores para que sea yo quien te las entregue.
—Me imaginé. La madre viene sola, así que no debía de tener hermano…— La caricia de su dedo supo reconfortarme por mi falta de llanto, por mi nula muestra ante tus pies.
—¿Vos a quién venís a ver?—. El viento trae el aroma del formol, las nubes del fondo parecen pronosticar la lluvia, pero todavía queda para eso.
—¿Yo? A nadie, no conocí a ninguno antes de que estuvieran acá—. Una pequeña sonrisa al hablar, tiene un aire que vi en otro lugar…
—Pensé que las flores eran…—
—¿Para dejarlas yo? Nono, la mayoría de veces me las llevo a casa, excepto cuando está la chica esa en la puerta. Esa seguro que me dice algo si me ve saliendo con un racimo con el que no entré—
—Ah, es una cosa de diversión—
—No lo llamaría así, me hacen sentir bien. Ninguna que me hayan regalado o que puedan regalarme va a transmitir lo mismo que todas estas que dejan para las simples letritas que encierran algo más allá—. “Las letritas que encierran.” No creo que ese sea tu caso, si tu madre se encargó de llenar todo tu espacio de fotos, cartas y cualquier souvenir para que te sientas en casa cuando se te dé la gana de volver. —La mayoría da las flores esperando algo. Dan ese amor esperando que uno se los devuelva, o peor ¿Pero acá? Acá nadie puede esperar más que un gesto que, bien en el fondo, saben sin sentido. Como si fuera el único amor de verdad—
—Es un poco deprimente esto que decís—. Bien sabrás que la risa siempre se me escapa en momentos de nerviosismo; bien sabrás que yo sentía todo lo contrario a lo que ella me contaba. —Yo no traigo flores desinteresadamente, no sé bien por qué las traigo, pero son para algo—
—Pero son para vos, y eso ya lo sabés—. Nos miramos por más de una eternidad; podía adivinar el tenue movimiento de su pelo por la brisa; sabía que su nariz haría un rítmico movimiento al respirar, como si la conociera de antes de inventarse las miradas.
—Seguramente sea así—. Su mano que me toma, que vuelve a afirmar su agarre después de dar por seguro que allí estaría la mía para sostenerla. Para que ninguno de los dos caiga a pies de esta tierra, perdiéndose en alguna prisión.
—No iba a volver a este cementerio, prefiero cambiar una vez me agarran haciendo lo mío. No tiene mucho sentido correr un riesgo innecesario, pero un no sé qué me hizo volver acá—. Esa nada entre ambos que reconforta un poco más; la fría brisa que abraza la piel; la mano ajena que ahora pasa por su faceta de soltarme, de ser un simple recuerdo al tacto. Y con tu renovada presencia siento que vuelvo a ser yo, o quizás siento, y con eso es más que suficiente.
Media hora en completo silencio es eso eterno que nos han contado, pero en un cementerio pasa como un simple parpadeo. Ni yo mismo había caído en la cuenta de que mis ojos estaban perlados, hasta que ella quitó una lágrima que recorría mi mejilla. Y hay un momento en el que se debe volver.
—Agarrate la mitad—. Le dije, señalando el racimo en el suelo—. Las flores empiezan a tener sentido cuando te hacen feliz—
Me sonrió, con esa sonrisa completa que nada es capaz de ocultar, y se agachó a tomar media docena. Volvió a olerlas, como si muriera por repetir su fragancia una y otra vez
—Son hermosas—. Las tendió ante mí y todo el cementerio perdió su hedor a formol para teñirse de la esencia floral
—Se suele decir eso—
Emprendimos el viaje de vuelta como si tantas veces lo hubiéramos hecho antes, con la huella personal borrándose y volviendo a dibujarse en la combinación de un par que quizás no era tal
—¿Cuándo volvés?— De nuevo tras el iris; su felicidad casi infantil que me llena de ganas de volver, de bajar hasta tu prisión para mostrarte que acá arriba algo aprendí.
—Nunca estoy muy seguro—. Ya en la puerta el guardia nos saludó; ella tendió su mano cargada de color para despedirse, segura de que él entendería su normalidad.
—Entonces tendré que esperarte con la esperanza de volver a verte—. Su mano, que se escurre de mi agarre. Su figura, que se desliza por la vacía calle hasta que un 85 frena en seco, como si la estuviera esperando de hace tanto, y ambos escapan lejos de Avellaneda.
Y de nuevo acá, con la tierra bajo mis pies, hubiera querido el tiempo desde nuestra última reunión no hubiera sido tan extenso, pero no hubiera sido justo con vos. No, no hubiera sido justo porque no hubiera vuelto exclusivamente para verte; para eso que algunos catalogan como sin sentido, al presentarme frente a un montón de tierra donde el pasto nunca termina de crecer. Hubiera estado acá para volver a llenarme con aquellos iris de fragancia celestial. Para hundirme en el capricho de unos dedos que me recorren, esperando que mi pena sea menor. Incluso ahora, al sentir los latidos de mi corazón acelerarse con cada nuevo paso que nos acerca, me pregunto si en verdad no estoy aquí por mí, por como esa última visita me hizo sentir, y un poco egoísta me siento al saber que ni siquiera soy capaz de esperar un momento en el que nada nos espera, solo el silencio de nuestra compañía.
<<¿Y dígame porque no ha sido capaz de acercársele a mitigar su pena?>> Si pudiera decírselo señor… Quizás la falta de hombría, quizás la falta de algo que me empujara en una decisión tan fatal, por Dios, si tuviera la respuesta seguramente ya acompañaría al otro en el fondo de la tierra. Incapaz de afrontarla. Incapaz de saberme poco para este lugar, siempre algo por hacer, siempre un boceto por crear ¿Y por qué a este par de retazos sí se le dio la chance? Clase uno de preguntas de niño sobre la injusticia ,¿vió?, pero que se yo, siempre se vuelve a esto, el eterno circulo del plaf, y ya está, pero tampoco me han dado las pelotas para eso otro.
Dejo los jacintos a tus pies, y me destino exclusivamente a respirar. ¿Qué puedo contarte? Si ya bien sabrás que mi vida nunca ha sido en exceso emocionante. Lo único diferente desde que nos has dejado es que todo se ha vuelto un poco más complicado; recordar cada una de las fechas se me hace un poco más difícil; levantarme a la mañana en la perpetua rutina que no parece tal, imposible. Me es irreal que esto ahora sea lo que debe de perpetuarse, que aquel orden que antes manteníamos es ahora un simple recuerdo, y se mantendrá como tal. Desde ese momento, que esto me ha sido un simple mientras tanto, un parpadeo hasta que te decidas a levantarte y volver a acompañarnos. Incluso están los días en los que me pregunto si el que no dejó todo este lugar así, sin avisar, no fui yo; si todo esto no es uno de esos momentos de los que tanto hablan las religiones, y solamente me hace falta un paso para librarme de esto que quema a la altura del estómago. Si en una de esas no sos vos el que me regala sus visitas mientras llorás y tirás flores con buen olor, algo que yo jamás podré darte. Aunque luche con todas mis ganas. Porque vengo, me planto delante de una plancha de concreto y me olvido qué decir, porque mi día a día es un compilado de mentiras en el que me prometo que esto solo es temporal, que por un azar del cielo todo saldrá a mi favor y dejará de costarme tanto venir y decir que yo tuve suerte, y soy tan egoísta que no puedo hacerte honor en algo así.
Siento el peso en el hombro. Giro, ya no esperando que fuera la ladrona, ni tu madre, anhelo ver tu rostro justo como lo recuerdo, y escupirlo en la cara por dejarnos tan solos. Por obligarnos a anhelarte cada vez que abrimos una cerveza, o nos vemos los rostros unos a otros.
Y ahí estaba ella, con sus ojos grandes y sonrisa intacta, trayendo otro aroma celestial.
—Pensé que ya no ibas a venir—. Dijo con un brillito inesperado
—Yo pensé que ya no ibas a estar esperándome— Mordió su labio. Recién en ese momento pude darme cuenta de que mantenía sus manos tras la espalda.
—Conseguí algo— El rostro lleno de felicidad, sus inocentes movimientos de un lado a otro. Ojalá estuvieras conmigo para verla—. Cerrá los ojos para la sorpresa—
Obedezco, completamente seguro de que ella trae la llave que te devolverá a nosotros. Vuelvo a abrir mis ojos al sentir el leve cosquilleo en la punta de la nariz. La imagen es preciosa: un enorme racimo de camelias de todos los colores. Su olor tarda en llegarme, pero, al hacerlo, me deja completamente encantado. Tomo las flores con una mano. Ella suelta el racimo con toda la expectativa por mi veredicto. Pero yo tan solo pienso en llevártelas; ya más tarde podré volver y contarle lo hermosas que son, y cuánto te han encantado.
Las veo por una última vez, y apenas doblo la rodilla para apoyarlas ahí, donde descansa tu rostro; quizás así te sea más fácil olerlas. Al volver a ponerme de pie, siento el calor próximo de la ladrona, y uno de esos inexplicables me obliga a traerla hacia mí. Hacerla parte de nuestra comunión. Ella se deja abrazar, contenta de que el racimo reparara cualquier falta, y más.
—Iba a agarrar un racimo entero de esas blancas, pero me pareció una pena sacárselas al dueño. Así que solamente me llevé dos, el resto lo fui armando con partes de otros—. Su sonrisa al narrar, mi sonrisa al escuchar. Seguro que te hubiera encantado conocerla. Saber que acá todavía quedan perdidas como vos.
—Qué curioso que haya tantas de estas, las suelo ver en otros lados—. Mi nariz, que ya ha olvidado el formol y malos olores, solo puede concentrarse en el recuerdo del racimo a mis
(tus) pies
—Pensé lo mismo, pero viene pasando hace un par de semanas—. Y seguramente sea que un poco quiero lucirme ante tus ojos, demostrarte que quiero ser un poco como vos. Que al abrazarme a esta ladrona pueda por fin dejar sellado el pacto entre nosotros
—Debe ser una cosa de modas—. Mi mano en su cintura; lejos estoy de creer que estos movimientos son por mí guiados
—Hay épocas para todo, aunque ojalá que esta dure—. Y ojalá que sea para siempre y más allá. Que se rompan las tumbas y los entumecidos dedos se roben hasta el último pétalo para deleitarse con su olor
—Lo veo difícil, siempre se cae en lo clásico—. Y en los momentos bajos se ve imposible el toc toc bajo los pies, la señal definitiva de que se ha llegado a ese sin igual
—Que el resto haga lo que se le dé la gana, siempre podés comprarlas para que yo venga a robarlas—. Pero al final siempre se rompe la barrera, en el momento exacto en el que el imposible parece mantenerse como tal, me doy cuenta de que el llamado no era necesario. Que tanto vos como yo éramos parte de un poco más. Y que, sin darnos siquiera cuenta, ya habíamos llegado más, más, más allá
“…que el presente no es otra cosa
que una partícula fugaz del pasado
que estamos hechos de olvido…”
Jorge Luis Borges
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