UN SER EXTRAÑO, PARTE FINAL

Horas después, los niños interrogados por las autoridades esclarecerían los hechos. Aquel anciano era un viejo aficionado a la lectura y en sus contínuos recirridos al Bosquecito, único lugar donde podía leer a placer, logró organizar un club de lectura con niños y adolescentes de su vecindad. Ese día en que estúpidamente decidimos hacerle caso a la maniática de doña Lolita, ciegos todos por la idea fija de que los niños estaban siendo abusados por un viejo extraño, no nos percatamos de lo que realmente ocurría allí. Tan ciegos estuvimos, que no vimos al momentos del golpe de Fernán, el cerco de libros abiertos y la multiplicidad de miradas clavadas en sus signos, lo mismo que el maletín del anciano; abierto de par en par y en el que se asomaban tomos de lomo ancho, y portadas duras y finas. Ese día desvelamos el misterio del maletín que con tanto celo cargaba nuestro personaje. En él solo hubo libros, siempre libros y más libros; esos mismos que con un grupo de muchachos leía divertidamente en el bosquecito.

Lo más duro, difícil de aceptar y entender, fue lo que dijo doña Lolita luego de ocurrida la desgracia. Esta espantosa señora decía: que le seguía pareciendo extraño que un hombre mayor y solitario, leyera en compañía de niños y adolescentes, y que tuviera tanta acogida entre ellos. Pues, remataba la doña: «en estos barrios jamás nos ha interesado la loectura; eso es para gente sin oficio. Estos muchachitos deberían venir a ayudarnos aquí, donde seguramente estará su futuro, en vez de estar perdiendo el tiempo en lecturas». 

Hoy veinte años después, cuando Fernán está casi para cumplir su condena por homicidio en persona indefensa. Que los niños involucrados en aquel suceso son: el médico que nos atiende en el puesto de salud, la chica hermosa que presenta las noticias en la tele, el dueño de un  hotel ubicado; aquí en el centro, donde todos continuamos vendiendo baratijas, la profesora de mis nietos en el instituto, el actor preferido de mi mujer, o el escritor cuyo último libro están anunciando por los diarios, la redes y la radio, he llegado a la conclusión aunque no puedo entender por qué, que algo de bueno debe tener eso de leer libros, y que Doña Lolita, así como todos nosotros pedecemos de cueguera. Es una cueguera que no es de los ojos, una cueguera que es de más allá, está, pienso, muy dentro de la cabeza, es oscura, como si la cabeza  de quienes la padecemos estuviera herméticamente sellada y no dejara rendija alguna, por donde pudiera penetrar un hilo de luz para dar lumbre a nuestras entendederas.

Ayer se inauguró la Biblioteca del Bosquecito. A su inauguración asistieron los nietos de doña Lolita, los míos y los de casi todos los que comerciamos en el centro de la ciudad. Ellos habían sido los niños protagonistas de aquel fatídico martes. 

 

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