Un proyecto llamado Pan (copia)

Un proyecto llamado Pan (copia)

Margarita

02/09/2024

En un caserío donde la pobreza se veía en los ranchitos de tablas y de zinc, solo comían de lo que cultivaban y salían a vender sus cosechas al poblado más cercano y el hombre más fuerte aguantaba largos viajes con sus mulas hacia la ciudad, hasta poder llegar y vender mejor sus vegetales, verduras y huevos. Para poder retornar en un viaje largo con plata y panes deliciosos, suaves, dulces y salados para toda la familia.


Pero un día el jefe de la casa enfermó…, el hijo mayor que siempre acompañaba al padre, haciendo esos largos y forzados viajes con las mulas, quedó solo y él pensó que podría hacer el mismo viaje, vender su mercancía, comprar panes y traer plata para los gastos de la casa y así lo hizo. En el cuarto viaje ya no quería volver a la ciudad, los de ahí lo molestaban mucho gritándole palabras hirientes:


—¡bruto!, ¡analfabeta!, ¡no estudiaste!, ¡ahora estás solo hijo de campesino!…, ¡¡¡vuelve a tu campo y no regreses!!! —Jóvenes sin oficio, (hijos de malas entrañas).

Arreando sus mulas, el joven retorna a su casa y le cuenta a su madre. La madre pensando—, ¿qué será de nosotros ahora? —El padre enfermo y el hijo no puede volver por culpa de unos vagos. 


El muchacho recordaba aquellos panes deliciosos, que por una ventana abierta que daba a la calle logró ver unos hornos, por ahí se escapaba el calor y su delicioso olor a panes horneados. 


Él mientras comía un pedazo de pan suave, esponjoso y calentito comprado con su sudor, pudo ver como unos hombres sobre una mesa amasaban una masa blanca y deforme: la amasaban con fuerza, con delicadeza, con deseos, con desdén, ve algo que le echan aquí y allá para que sepa bien. 


Con ese recuerdo se preguntaba cosas y se decía a sí mismo—: ¡¿seré panadero?! —levantándose de su silla, su mente le replicaba varias veces—, ¡¡seré panadero!!

—Madre, me voy a la ciudad, aquí no hay vida y ese trabajo es muy fuerte. Mi padre enfermo por eso, buscaré empleo de panadero.

—¡No, hijo no!, ¿que vas hacer solo en la ciudad?, no vaya, esperemos a que su padre se recupere y esos sinvergüenzas respetarán.

—¡No, madre!, aquí no hay que esperar más o busco como salir adelante y sacarlos a ustedes o mi padre se morirá ahí…, en ese cuarto frío y oscuro.

Ya no hubo más que hablar, agarró sus pocas cosas que llevaría y se fue a pie por ese largo camino. Pasando por el pueblo habían personas que lo saludaban con respeto.

—Hola, Luis, ¿cómo está tu padre, se ha recuperado algo?

—¡Aún no!, a la espera estamos, a nosotros nos tiene preocupado esa situación…

—En la ciudad están los mejores médicos; debes montarlo en una mula y llevarlo.

Dejando atrás a las buenas personas del pueblo, sigue su camino.

Ya en la ciudad con los pies adoloridos como siempre, pero con una esperanza en el alma, pasa por un lado y ve al grupo de cobardes; que se sienten valientes porque son muchos. No le dicen nada ahora, solo se le oyen cuchicheos y risas.

El joven llega y pide trabajo en la panadería donde el papá le gustaba comprar pan, pero no le dieron trabajo. En eso se le fue el día.

Ya de noche con unas cuantas monedas pago un alojamiento y al día siguiente pa’ fuera, a seguir buscando. Mientras más vistosa era la panadería menos lo aceptaban. Hasta que uno de esos viejos sentados en una banca de una plaza, que solían ver todo lo que pasaba en las calles, le dijo:

—muchacho, te he visto entrando y saliendo de varias panaderías con desespero, ¿acaso buscas trabajo?, donde don Pepe necesitan ayudante.

Fue corta la charla, pero precisa con dirección fácil de seguir, porque era cerca de la calle, solo unos cuantos zigzag, podría encontrar a don Pepe. Fue y lo aceptaron, pero él no sabía nada de hacer pan, solo tenía: juventud, fuerza y voluntad. 

Poco a poco Luis fue aprendiendo a amasar el pan, con todas sus fuerzas, a echarle levadura, sal, manteca, buenas ganas y malas ganas, (no siempre se esta de buen humor). Luis tenía buenos músculos, era del campo acostumbrado a arrear mulas y sembrar. 


No podía leer, no sabía cómo, pero tenía buena memoria y recordaba los pedidos fácilmente.


Llegó el domingo, Luis tenía que hacer un largo viaje de vuelta a casa para llevar plata y panes hechos por él. 


Feliz llega ni el perro lo recibió, un silencio…, pero hay sopa de auyama en la olla preparado por su madre hace horas, toda espesa, con todos los aliños que ella le sabe echar y con los panes que él trajo hechos con sus propias manos, pica uno y lo come con gusto y añoranza.


Ya el silencio es molestoso y deja de comer, la energía que percibe no era agradable y empieza a buscar, no había nadie descansando ni su padre en su cama. Sale de la casa con desespero, pensando en que algo malo ha pasado. Busca a la madrina de su hermano menor, ella le cuenta que con urgencia lo tuvieron que llevar al hierbatero. 


Corrió y allá estaba toda su familia. Le pago al hierbatero y ayudó a traer de vuelta a su padre. Esa noche dormiría en la casa inquieto y retornaría a la ciudad al día siguiente. 


Llegó tarde con miedo a ser despedido. Él cuenta su historia a don Pepe, pero el señor, ya sabe su situación y ya los panes estaban hechos; Luis fue hacer más panes.

Don Pepe veía su suplicio, todos los domingos tenía que caminar leguas y leguas y más leguas, para ver un solo día a su familia; con un padre enfermo y le propuso una idea.

—Luis, mijo, no puedes seguir con esa vida así o morirás de cansancio; yo tengo una casita muy humilde, tiene una parte del techo malo, no la he podido mandar a reparar, pero la otra parte está buena y ampara bien de la lluvia, del sol y del viento. Te la puedo dejar a un precio muy cómodo y la puedes ir pagando en dos o tres años. Trae a toda tu familia y aquí tu papá se curará, porque será atendido por buenos médicos, no estoy en contra de los hierbateros, pero la atención médica es mejor…  —bajando un poco la cabeza don Pepe, sintiéndose un poco entrometido, prosigue hablando—, ¡es mi opinión claro!

Le gustó la casa, las paredes eran de bajareque y el techo de tejas, afuera tenía un lugar para las mulas. Trajo a toda su familia, su padre montado en una mula todo doblado con la cabeza hacia abajo, no tenía buen aspecto; demasiado aguanto ese largo viaje.


La parada principal fue al hospital, donde lo atendieron por una neumonía y una hernia. Las inyecciones y las atenciones fueron recuperando a aquel campesino que trabajó sin cesar, para mantener a su familia a pesar de su salud. Ahora espera a ser operado. 


La madre contenta con su casita, donde la luz del sol pega de frente e ilumina toda la entrada, augurando un mejor porvenir.

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