ario de atención
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ábados y domingos de 10:00 a 16:00
Para TODA persona
Era lo que se podía leer del letrero, las ramas del árbol lo cubrían parcialmente dejando notar el descuido de la administración. Era domingo, cinco de la tarde, ¿qué podía hacer para entrar? Qué problema ¿tendría que esperar hasta el lunes? La indicación del letrero era muy clara, era el horario permitido para todo el que quiera ingresar. Podía tratar de engañar al cuidador, pero era casi imposible, lo veía todo, nadie podía entrar ni salir fuera de los horarios ya establecidos.
Dio algunas vueltas en el sitio, pensaba en lo que podía hacer mientras tanto. ¿Qué hacer un domingo de tarde en una ciudad cuya vida empieza los jueves en la noche y termina los domingos de madrugada? ¿O era él el culpable, él con una vida que había amoldado a la farra interminable? No conocía nada más y ahora recién se daba cuenta.
Intentó recordar otra vida, cuando había sido deportista, cuando respiraba aire puro y la felicidad le llegaba con las cosas pequeñas de la vida, con los amigos, las mascotas, las montañas.
Decidió entonces moverse, pensó en un par de sitios que nunca cierran, las colinas de la ciudad, ¡eso era! se trasladó entonces a la colina más alta, así la recordaba. Al llegar vio como las familias se había apoderado del lugar. Claro, el siempre solo, tanto que ni siquiera lo notaban, nadie notó su presencia, estaban inmersos en compartir su vida, su amor, y en disfrutar el hermoso domingo de sol.
Se sentó un buen rato a ver la ciudad, era igual y diferente a como la había conocido, un edificio nuevo aquí, una avenida nueva por acá; pero en esencia sentía que era la misma, la misma ciudad que tantos años había recorrido. La miró con cariño y nostalgia, ¿a cuántas personas había conocido ahí? Una pelota pasó cerca suyo y le borró rápidamente los pensamientos. Se cansó de ver la ciudad y siguió pensando que podía hacer. Se levantó y al girar se encontró con alguien como él.
– Hola, dijo la chica de cabello largo, es una bonita ciudad
– Si, bueno, sí es bonita pero también es una ciudad triste
– Tal vez un poco, como todas las ciudades que van creciendo, mientras más grandes se hacen, su corazón se va achicando.
– Ja ja, curiosa forma de verlo…
– Pues sí, pero así la he visto, tal vez incluso antes que tú…
Quiso decir algo más pero no se le ocurrió nada interesante, dejó que la chica se vaya en silencio, tal y como había llegado. Se cansó del paisaje. ¿Qué más podía hacer? Bajó al centro de la ciudad, estaba lleno de gente. Las personas iban y venían, como si solo tuvieran un día para hacer las mil cosas que no habían hecho en la semana. Se sentó en un banco de la plaza, buscó algo interesante para ver, algo que nunca más vería. Vio unos músicos callejeros, los payasos que no podían faltar, los vendedores de helados y de chicles, la gente que aprovechaba su domingo para ver a los músicos o a cualquier teatrero de la calle. Aquí la ciudad parecía menos triste, no como había dicho la chica de cabello largo.
Se hacía tarde, se levantó y siguió buscando que hacer, recorrió calles de calles y por fin vio un bar abierto, vaya, sonrió, hay gente que no deja el vicio ni en domingo.
El bar era de rockeros, la música excelente, la que siempre le había gustado. No estaba lleno, ni siquiera a la mitad. Realmente era un bar, nadie bailaba, había grupos de amigos y un par de parejas. Se acomodó cerca de la barra y se puso a escuchar las conversaciones que iban y venían, los tragos que se pedían, no había mucha variedad… a más de la cerveza, el resto era básicamente licor puro. Los rockeros no habían cambiado, pensó. Volvió a sonreír y se dio cuenta que era la segunda que vez que sonreía en el día. Siguieron luego horas interminables sobre cuál es el mejor guitarrista del mundo o sobre que baterista tocaba en tal o cual grupo.
Después de algunas horas el bar era una caldera, pero no era vapor, y según lo recordaba el tabaco tampoco olía así. Las parejas estaban a punto de tener sexo en pleno bar, pero a nadie le importaba, todo el mundo reía y sobre todo bebía, corrían cantidades increíbles de cerveza. Vio a una de las parejas desaparecer en el mismo baño, vaya, por lo menos alguien se divertía más que el resto…
– Exacto, por lo menos ellos se divierten.
Vio a la rubia vestida de negro a su lado, muy sexi, muy rockera, ¿de dónde diablos apareció?
– ¿Si?, realmente no me estaba fijando, le contestó; y pensó: ¿desde cuándo me estaría viendo?
– Se te puede adivinar a leguas, eres demasiado transparente, puedo ver todo lo que piensas dijo la rubia.
– ¿Qué haces por aquí?
– Ah… al igual que tú no alcancé al horario, por eso decidí dar un pequeño paseo.
– Claro, claro, ¿pero por qué este bar?
– ¿Te fijaste en mi vestido? ¿Querías que esté en misa con esta mini y estas medias? Ay, ¡ay!
– Si, lo siento, en todo caso es bueno encontrar una compañía a la que le guste este ambiente.
– ¡Sí!, realmente siempre me gustó este bar, era uno de mis favoritos y la música era de lo mejor.
Así conversaron un par de horas más, disfrutando la música y sintiéndose felices de haberse encontrado. El bar había cerrado con los clientes adentro. Unos seguían bebiendo, otros dormían en el suelo o sobre las bancas, nuevas parejas se habían formado y ya a nadie le importó sus idas y venidas del baño o lo que pasaba debajo de las mesas.
Se acercaba la hora, era ya cerca de las ocho, se dieron cuenta y salieron para alcanzar a la entrada. Cuando llegaron se quedaron mirando un rato.
– Gracias por la compañía dijo la rubia, me hubiera gustado conocerte antes…
– A mí también, gracias a ti, tal vez otro día también nos atrasemos a la entrada…
El cuidador, el verdadero cuidador, abrió por fin los candados y dejó entrar a los que no habían logrado hacerlo a tiempo. Se sentía un poco cansado, se dirigió donde le correspondía y antes de acostarse a reposar leyó bien la lápida para asegurarse de que se quedaba donde le tocaba:
RIP
Iván Zambrano García
1966 -2006
César Bonifaz Arboleda
Octubre 2023
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