UN LOBIZÓN SUELTO

UN LOBIZÓN SUELTO

(Edgardo Scheihing)

Rosa vivía en Corralito.

Tenía seis hijos, y el séptimo en camino.

–Tenés que ser mujer – ordenaba Rosa, acariciado su panza. Miraba el cielo, y volvía a repetir.

–¡ Dios mío, que sea mujer !

El día que doña Fidelina, la partera entró en la humilde casa, murmuraba entre dientes.

–Diosito que estás en el cielo, hacé que sea mujer…

…Y cuando se oyó, el llanto de la criatura, los que estaban afuera debajo de un algarrobito se persignaron repetidamente.

Casi al mismo momento sonó el grito desgarrador de la madre. Y un gato negro (que no tenía dueño ) salió por una ventana.

Pero los padres no podían olvidar la gravedad del caso.

Tampoco era fácil olvidar, viendo que Sergio, crecía flaco casi raquítico y con varias costumbres raras.

Como esa, de mirar fijo el fuego.

Como esa, de no querer comer carne de vaca.

Como esa, de entrar al gallinero «a jugar».

Unas uñas largas y negras, que la madre le cortaba por las noches, y a la mañana ya estaban largas …y negras.

El primer bautismo se realizó, en la parroquia Santa Rosa de Pirané. Lloró cantidá.

A sus dos añitos, se lo llevaron a Palo Santo.

Al tercer año, lo bautizaron un 3 de febrero en la capilla de San Blas de la misma colonia. Uno de los hermanos (mayor) cuestionó la decisión – protestó –

-¡Siete «Iglesias» tienen que ser !

A lo que la madre, respondió

–«Bautizo» son «bautizo» ¡Y basta !

A los cuatro años lo llevaron a la Iglesia, frente la plaza de Gran Guardia.

A los seis años lo llevaron a Villa 2-13.

Ya con diez años fueron a El Colorado, que era el sexto bautismo.

Sólo faltaba uno.

Con cada bautismo el niño mejoraba con sus mañas.

Se hacía mas gente.

Fue allí que decidieron ir -antes de los trece años- a Villafañe.

Fueron por caminos de tierras en un Giroldi, a la ciudad del puente que se había inaugurado por esos años. Ese puente que cruzaba el Bermejo. En ese empalme -del arco- hicieron «dedo» para que lo acerquen a Villafañe. La madre regresó a su casa y dejó -al padre e hijo- para la última aventura.

Un rastrojero (nuevito) de color rojo los alzó en la caja de madera; y acurrucados contra la cabina, iniciaron viaje.

A mitad del recorrido -en una curva- el chofer volanteó esquivando un caballo que estaba en la ruta, y los pasajeros salieron despedidos.

El padre, en el intento de cuidar a su hijo, cayó con la espalda en la dura calle, dando con la nuca una roja señal. El hijo amortiguó con el pecho del padre …el padre además se rompió el espinazo.

El coloradense chofer de la camionetita utilitario, frenó abruptamente, se bajó. Ayudó al hijo a acomodar al herido y al mirar que está rota la espalda, no se animaron a volver a alzarlo .

Era una bolsa gelatinosa de huesos sueltos.

Promete regresar a El Colorado a buscar ayuda.

…Nunca regresó !!

Era viernes.

Sergio, sintió como la vida de su padre se iba.

Nadie lo vió.

Nadie lo ayudó.

Arañó la tierra y trató de guardar a su padre. Lo sepultó, sin pena ni gloria.

Lloró, se desmayó, gritó…sólo con una luna llena de testigo.

—¡ Aulló y gruñó !

A los pocos días regresó, a su amada colonia de El Corralito. Triste como esa llovizna lúgubre que mojaba el alma.

La madre rogó, que cometieran la misión, del séptimo bautismo. Lo vio llegar.

Sólo.

Doña Rosa lo abrazó; él llorando le contó la trágica noticia.

La madre ya no fue la misma; y Felipe el mayor ocupó el cargo de jefe de familia.

A la velocidad que se trasmiten los chismes en los pueblos. Se comentaba que Sergio (el lobizón de Corralito), ¡ mató ! y se comió al padre.

Y no faltaron las comadronas que ponían crucifijos en las entradas de las casas, y buscaban agua bendita para dejarlas en platos o jarrito enlosado, a los pies de los santitos hogareños.

Todos sospechaban.

Todos tenían miedo.

Todos se preparaban.

Pero como sabemos exactamente todos los meses hay una «luna llena»; por lo cual sólo tenían que esperar. Y que sea un martes o un viernes.

Allí sabrían si Sergio ¿era o no?…

Todos los vecinos de la colonia estaban preparados.

Todos los vecinos del pueblo cercano, -también-.

Aquella noche de luna llena todos prestaban atención a los perros. A los gallineros porque sabían que el -yaguá kambá- le gusta el excremento de las gallinas.

En el rancho de Susana, entró un perro negro -grande como aguará guazú-, olisqueó unas tiras de «cecina» y con eso; Susana sabía que no era …

La fase lunar llegó y coincidió con un viernes.

Un mes había pasado desde el regreso de Sergio. Los seis hermanos y la misma madre, con el recelo del duelo, esperaban también.

La familia se turnó para vigilar a Sergio, pero la distracción de un minuto, alcanzó para que el séptimo varón, huyera al monte.

Ya en un claro del monte, se dejó caer de rodillas, mirando el cielo y con los brazos abiertos. Comenzó con espantosos movimientos.

¤ Podría terminar aquí, y decir que el Sergio, gritaba y lloraba por su padre…¤

¡…Pero no !

El pelo le creció en todo el cuerpo, la mandíbula se estiró en forma de hocico, los brazos de convirtieron en patas y los dedos en garras. Las orejas le crecieron en punta y quedaron atentas. La cabeza se encogió en los hombros y volvió a salir con un cogote que brillaba en pelos y músculos. La cola peluda se enrredó por su pata izquierda. Se alargaron los colmillos.Con un terrible grito que se convirtió en aullido, terminó la metamorfosis.

El monte de estremeció.

El silencio del monte lo sabía.

Una lechuza en vuelo rasante chilló, el mal augurio inminente.

Encaró el regreso a la casa, como buscando ayuda…¿o tal vez no?.

El caso fue, que la madre notó la ausencia del hijo, y lo esperó con un blanco y brillante crucifijo enredado en la mano.

Felipe, tenía el 38 con una bala de plata. Sabían que podía ser su hijo (o su hermano).

Frente a la casa de campo. Los perros de la casa metieron la cola entre las patas. En la oscuridad de la noche. En el patio grande del frente, ¡apareció! el gran lobizón negro. Grande como un ternero.

Al ver la cruz retrocedió, y escapó al monte.

Rosa, queriendo recuperar el fruto de su vientre, lo siguió.

Lo vió meterse en una picada rumbo al sur. -Al pueblo-.

El lobizón escuchó unos pasos. Se dió vuelta con sus ojos rojos, …y la vió !

Ella lo miró con pena infinita y sólo dijo:

–¡¡ HIJO !!

El animal ya había iniciado el ataque, flexionó las patas traseras y saltó con las patas delanteras abiertas y las garras extendidas. Fue en ese instante que Felipe disparó su arma.

Había seguido a su madre y estaba agazapado detrás de un árbol.

En el aire el animal se convirtió en…

_Podría dejarlo así, (no?)

La verdad es qué, murió sólo un aguará guazú. Sergio, creció y se perdió en la historia, luciendo una costosa cadenita de oro puro por ser ahijado del presidente Aramburu.

Las leyendas permanecen hasta hoy; y si los perros de algún barrio de Pirané, se perturban y comienzan con los aullidos.

—¡ Auuuuuuuuu !

Alguna abuela susurra:

–…alguien conocido, va morir.

–Y si es, un viernes de luna llena.

Los mayores suelen controlar las puertas y ventanas; porque saben, que hay un lobizón suelto.

Fin.

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