Un hombre que solo quería tenerlo todo

Un hombre que solo quería tenerlo todo

Osorio Federico Marcos.   402

Un hombre que solo quería tenerlo todo 

Desde niño Ovido soñaba con un mundo lleno de lujos y poder, un mundo donde sus deseos fueran órdenes y sus caprichos cumplidos. En su cuadra la pobreza siempre estuvo presente y los sueños se desvanecían en la crudeza de la realidad, pero Ovido con una mente y ojos llenos de ambición miraba más allá de las calles polvorientas y las paredes descascaradas. Quería tenerlo todo, y estaba dispuesto a conseguirlo a cualquier costo, desde temprana edad le gusto andar en la movida, Ovido se destacó por su astucia y valentía. En la escuela, mientras otros niños jugaban a las escondidas, él observaba el mundo con atención, aprendiendo las lecciones no escritas de la vida en las calles. Veía a los hombres con autos lujosos y ropa elegante, los que llevaban la vida que él deseaba, sabía quiénes eran y lo que hacían para obtenerlo, “El narcotráfico” no era un secreto, era una salida a una puerta a sus sueños.

A los quince años, Ovidio dio el primer paso hacia esa vida, al principio eran trabajos pequeños: entregas, recados, demostraciones de lealtad con el tiempo su inteligencia y determinación lo hicieron ascender rápidamente en la jerarquía. El niño que una vez soñó con tenerlo todo, ahora tenía el respeto y el temor de muchos las pacas de billetes se amontonaban, las joyas brillaban y los coches rugían a su paso, esas noches de peligro y decisiones difíciles se mezclaban con días de lujo y excesos. Ovidio se rodeó de poder, sus manos manchadas pero su ambición intacta. Tenía todo lo que siempre había deseado: mansiones, autos deportivos, y una red de contactos que le aseguraba influencia y control. Pero el precio pagado era alto, más alto de lo que imaginaba en sus sueños de la infancia aunque llena de riquezas, estaba también repleta de sombras. La constante amenaza de traicioneros, la violencia que se desataba por la plaza, y la inevitable soledad que acompaña el poder absoluto, amigos caídos, familiares alejados, y el eterno miedo a perderlo todo en un instante.

Un día, mientras observaba la ciudad desde la terraza de su penthouse, Ovidio se preguntó si realmente había valido la pena si había obtenido todo lo que siempre soñó, pero a un costo que nunca habría anticipado. Los malos socios que lo rodeaba no podían detener las rachas de las decisiones tomadas y las vidas destruidas, en el reflejo de los rascacielos, vio al niño que alguna vez fue, lleno de sueños y esperanza. La imagen se desvaneció, reemplazada por la del hombre que había sacrificado su alma por el mundo que siempre quiso. En ese momento, comprendió una amarga verdad: tenerlo todo a veces significa perderlo todo, en el sentido más profundo.

Ovidio tenía lo que siempre deseó, pero a un precio que le había robado la esencia de lo que alguna vez fue. En su soledad, entendió que el verdadero valor no estaba en lo que poseía, sino en lo que había perdido en el camino hacia ese efímero “todo”.

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