Un final sin fin

Fuimos un amor escrito en el margen de los cuadernos,

demasiado grande para caber en las palabras,

demasiado frágil para sostenerse en el mundo.

Fuimos fuego, sí,

pero un fuego secreto:

el roce invisible de dos cuerpos que no se tocan,

el relámpago que se enciende en la garganta

y muere antes de pronunciarse.

No hacía falta hablar.

Tus ojos eran mi idioma,

yo aprendía tus silencios como quien descifra

un pentagrama dibujado en el aire.

Éramos música sin instrumentos,

poesía sin papel,

el milagro de entendernos sin decir nada.

Un amor de película,

pero proyectado en la pared húmeda de algun callejon,

con escenas que sólo nosotros vimos,

con un final que nunca llegó a escribirse.

La belleza era nuestra,

y la tragedia también.

Te quise con la fuerza de lo irreal,

con la desesperación de quien toca un sueño

y despierta con las manos vacías.

Te quise en el temblor de la madrugada,

en el humo del cigarro que dibujaba tu nombre,

en las horas lentas donde todo era vos

y yo me quedaba inmóvil,

esperando un milagro que nunca bajó del cielo.

Duele, claro que duele.

Duele recordar la electricidad en tus labios no besados,

la geografía intacta de tu piel nunca tocada,

duele ser la mitad de una historia

que no encontró su otra mitad.

Pero en ese dolor también hay belleza,

la certeza de que nadie volverá a quemarme

como vos lo hiciste

sin siquiera tocarme.

Ahora camino con tu fantasma luminoso,

un peso dulce en mis hombros,

una herida que brilla en la oscuridad.

Y pienso que hay amores

que no necesitan suceder

para ser eternos.

Vos y yo fuimos uno de esos.

Una obra maestra inacabada,

un cuadro detenido a mitad de trazo,

pero tan perfecto en su incompletud

que hasta el dolor parece arte.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS