Hoy mientras paseo no puedo evitar sonreír por dentro. El cielo está
encapotado y las copas de los fresnos son de un verde solemne, muy
oscuro. Las montañas apenas son unas jorobas difuminadas por la
calima y la paja amarilla está enmarañada y sucia. Y las parejas se
ríen contándose anécdotas y un niño de cara redonda me saluda risueño
montado en su bicicleta. Parece que todo ha salido bien sin que nadie lo
pidiera. Vuelvo a casa por un camino empedrado, ya es de noche y los
adoquines son espejos que reflejan la luna, aunque no hay luna. Oigo un
piano de cristal, una melodía tocada por un principiante que tiene miedo
de romperla, y dudo si suena en alguna casita apartada o solo está en
mi cabeza.
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