Moniz ha dicho que son diez minutos,
unos golpes a la frente, y una aguja.
Un tajo, y el plop, de la tierna sangre,
en mis manos, quedarás nuevecito.
Pero, dentro del tronido de tu
tan, tan brillante cráneo, tú no
me sabes en el ansía, y por eso,
no pediré perdón al dios del hombre,
porque viene de mi amor, viene
de mí, quién te abre cómo quién abre un
cofre, de dónde se asoma tu cosmos.
Y cuando tomo tu cerebro en mis
manos, hago de tu mente un dios mío.
Una oda. Un himno, de tu sangre, y vísceras.
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