TRES ESPOSAS

Omar Tisocco

Giovanni, tenía apenas cinco años cuando su madre falleció. Año 1967.

Quedó entonces a cargo de su padre, un simple obrero ya sexagenario, que se aplicó a su crianza con toda la responsabilidad que su escaso tiempo le permitía.

El deceso repentino de su esposa le pareció un absurdo error de la naturaleza, pues ella era veinticinco años menor que él.

Preso de gran tristeza buscó un nuevo objetivo al cual dedicar sus esfuerzos. Vendió su casa en la ciudad y con ese dinero compró una abandonada plantación de duraznos en la zona rural más próxima.

Dos años más tarde, durante el verano del año 1969, el niño, introvertido y solitario, ya sabía leer con fluidez. Destreza adquirida gracias a las revistas de historietas que el hombre le obsequiaba cada mes. Estas constituían su gran tesoro. Las leía una y otra vez hasta aprender de memoria los argumentos e incorporar aquellas palabras desconocidas cuyo significado se apresuraba a buscar en el diccionario.

Luego, las guardaba en un baúl y sobre ellas, un anillo de oro que fuera de su madre.

A cien metros de la plantación en que ahora vivían se encontraba la casa más próxima, ocasionalmente ocupada por una familia aborigen de apellido Arnofren, constituida por: Lauthén Arnofen, empleado de otra plantación de la zona, Amaña, la esposa de Lauthén, y tres hijas en edad escalonada: Suyei de dieciocho, Elunei de dieciséis y Sami de catorce.

Ellos, eran trabajadores golondrinas. Eventuales, que volverían a su provincia de origen ni bien terminara la temporada laboral de verano.

El padre de Giovanni había acordado con Amaña, la madre de las tres jóvenes, el cuidado del pequeño, a cambio de un pago razonable.

Pero Amaña tenía otro trabajo por el cual obtenía dinero. Cumplía funciones domésticas en el domicilio del patrón de su esposo, a unos quinientos metros de allí. Por esta razón, delegó a sus tres hijas esa tarea.

Cuando ellas entraron a la habitación del niño, era horario de siesta, pero él no dormía. Estaba de pie y con medio cuerpo metido en el baúl. Así se conocieron: Giovanni, vio sus figuras esbeltas, sus ojos negros brillantes, sus cabelleras oscuras, enmarañadas como salvajes matorrales y el color trigueño de sus pieles. Ellas por su parte, vieron a un inocente, de siete años, de cuerpo pequeño, de cabellera lacia y rubia, de asombrados ojos azules y de piel blanca, tan blanca como un papel sobre el que se podría escribir sin problemas, si es que alguna de ellas hubiera sabido escribir.

Suyei, la mayor, miró el interior del baúl y vio el anillo. Supo con certeza que era de oro y que valdría un buen dinero. Elunei, la del medio, vio las historietas e intuyó que el niño sabía leer y que seguramente, en el transcurso de ese verano, mientras durara la cosecha, él le enseñaría. Pero Sami, la menor, solo miró al niño. Jamás había visto a alguien así. Todos los que conocía allá en su pueblo tenían más o menos las mismas características étnicas que las suyas y las de sus hermanas, las de su madre y su padre. Pero este infante era distinto. Nunca había visto ese color de ojos, ni de cabellos ni esa palidez en la piel. De inmediato supo lo que quería: ¡Quería al niño!

Y fue Suyei, a quien, tras ver el anillo, se le ocurrió decir:- A partir de ahora, nosotras seremos tus “tres esposas”. Te cuidaremos y jugaremos contigo.-

Desde ese momento, Giovanni tuvo tres compañeras de juegos: Para las escondidas, para la mancha venenosa, para la pelota de trapo y para la guerra con duraznos maduros.

Ellas, le enseñaron a jugar a la payana, mientras tomaban mate sentados en ronda sobre el suelo. Pero como sus manitos eran tan pequeñas no alcanzaba a abarajar las piedra y siempre perdía .Él, por su parte, usando sus historietas les enseñó a leer.

Pero,… ¡Maldita payana,…siempre perdía!

Giovanni, nunca olvidaría aquel verano, sobre todo, porque cuando ellas, sin despedirse de él, y a escondidas, regresaron a su provincia, revisó el baúl y se dio cuenta que estaba vacío.

No le importó que Suyei se quedara con el anillo, ni que Elunei se llevara las historietas o que Sami le cortara sus cabellos rubios mientras dormía para hacer con ellos un gualicho de amor.

Lo que más le dolió es que le robaran también su corazón.

Giovanni, nunca abandonó la plantación. Permaneció en ella y la hizo prosperar a base de esfuerzo constante, rayano en lo obsesivo.

Tenía ya veintiún años cuando su padre falleció. Entonces, conduciendo su propio camión, repleto de mercaderías para obsequiar, llegó hasta la aldea donde ellas vivían, reclamó a sus esposas ante el cacique (quien, tras recibir los regalos, y cambiarlos por dólares en el mercado negro, accedió de muy buena gana) y las trajo con él.

Después de aquella primera cena en su casa de la plantación, Giovanni les dijo que las esperaba, “a las tres”, en su dormitorio y que se prepararan para una larga noche. ¡Porque, después de todo, eran sus esposas!

Sin amedrentarse, Suyei, vistió sus prendas íntimas más sensuales y se preparó para una noche de fiesta. Elunei, estrenó un perfume comprado para la ocasión y ensayó una disculpa por las historietas robadas que nunca podría devolver pues habían sido sacrificadas durante un período de escases de papel sanitario, allá en su aldea. Y Sami, invocó a sus dioses suplicando perdón por el gualicho realizado años atrás, considerándose la verdadera culpable de la situación. Por esta razón (y porque el candidato estaba más bueno que comer pollo con las manos) se encontraba dispuesta a cumplir con sus deberes conyugales.

Cuando ingresaron al dormitorio, Giovanni estaba sentado en el suelo. Tenía en su rostro una sonrisa maléfica y en una de sus grandes y rústicas manos sopesaba un puñado de pequeñas piedras:-¡He practicado muchos años!- Les dijo-¡Esta vez no podrán ganarme a la payana!-

FIN

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