Todo el tiempo decimos adiós

Todo el tiempo decimos adiós

Melina Moncada

27/03/2018

La nieve puede llegar a cubrir todo lo que no encuentre un refugio, puede bloquear si quiere y uno puede bloquearse con ella también, hastiarse de ella. Hace poco terminé de leer un libro y Abad citaba a su padre diciendo: “Creo que el invierno, el frío, la falta de sol, para nosotros seres tropicales, es un factor desencadenante” Y SI QUE LO ES! No es tan esperada la primavera en vano, aun cuando quien la espera lo hace cada año. La nieve, aunque es un fenómeno y un espectáculo que todos deberíamos apreciar, no es más que la protagonista de una época totalmente desteñida, en ciudades apartadas del tráfico y con grandes bosques como esta, el paisaje se desdibuja y uno puede perder la noción, la sensación de esperanza que por ejemplo, nos regala un día soleado.

Sin embargo, así en este panorama impersonal han pasado tres meses, con una calma que llega en los días en que la nieve deja de ser montaña y se va con la brisa porque todo es temporal. Es muy curioso además, que mientras escribo esto, aún en los últimos días de invierno cae nieve por mi ventana, pero ya no me atormenta porque sé que será de las últimas veces que sucederá antes de regresar a Colombia y ya no será tan común aunque creo, no la extrañaré, además porque me aburre desde la práctica para cubrirse de la brisa, evitar tocar el suelo, correr para buscar un aire cálido en lo superficial de la calefacción, todo se me hace un ornamento a la falta de naturalidad de la época.

Al finalizar Diciembre había dejado el invierno por unos días para disfrutar de unas cortas vacaciones pero en un lugar lejano, me había ido con la convicción de que pasaría unos días memorables en busca de la tranquilidad de un lugar pequeño, de una playa sencilla, de una cultura diferente pero un paisaje que se me hacía familiar aunque allí no estuviera mi hogar. Después de la experiencia pasé unas cuantas semanas balanceándome en la necesidad de ser justa conmigo y con el amor, que es el motor de vida, el acelerador de los sueños y aunque lo encontramos en diferentes caras, hay que reconocerlo cuando es beneficioso para el alma y cuando no.

Siempre me he preguntado para qué la vida nos regala escenarios desafiantes, yo había regresado con esa sensación de mis vacaciones, y con esa pregunta más aguda que nunca. Por otro lado, Estados Unidos me había recibido en medio de una ola de invierno totalmente fuerte, salir a la calle era un acto reducido a lo necesario u obligatorio y el encierro era desesperante. Usualmente no suelo lamentarme, si alguien me llama diré que todo está bien, que todo va perfecto pues no considero que al decir lo contrario algo vaya a cambiar, tampoco considero que sea bueno tomar decisiones cuando la emoción es la protagonista, prefiero darle paso a la calma y hablar con la razón. Sin embargo, mientras llegaba esa razón, mi comportamiento se tornó totalmente apático, nada me gustaba, parecía que la nieve me había encontrado sin refugio y me había congelado hasta las ganas de sacudirme los pedazos de hielo.

Pero los puntos de quiebre existen y hablar ayuda, exteriorizar nos hace matar demonios que sólo se hacen fuertes encarcelados por nosotros mismos. Y entonces, alguna vez, hablando con una amiga le dije que me sentía culpable de haber tomado un avión con destino diferente a mi casa, que no había algo más que extrañara tanto como mi suelo y que el motivo por el que tomé mi avión me daba más incertidumbre que paz y debía soltarlo, la ilusión se había borrado porque la realidad me había puesto a prueba y uno a veces, sólo a veces debe ser egoísta y alejarse, decir adiós. Me quedó grande el papel de héroe, pretendía cambiar algo que no dependía de mí, porque nos enseñaron que hay que luchar por eso que se quiere pero a veces hay que dejar de luchar en causas ajenas por el bien propio y probablemente por el otro.

Ya casi termino este texto y ya dejó de nevar en mi ventana, ya casi además diré adiós al invierno y a esta experiencia también, sólo hace falta una estación para regresar a casa, viviré la primavera en todo su esplendor, la saludaré con ansias con unas distintas a las del año anterior cuando sólo la apreciaba luego de volar desde el paraíso de mi país con un clima tropical envidiable por estos días. Decir adiós a los miedos es necesario para saludar a la experiencia de la vida, a lo bonito de la vida. Así como quienes esperamos impacientemente el fin del invierno para saludar los buenos días de color y calor con la primavera, así hay experiencias, lugares, caras que deben despedirse para darle plenitud al alma.

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