Tierra de Clanes. El Fuego de Beltane

Tierra de Clanes. El Fuego de Beltane

Albert Rovic

16/03/2018

Más antiguo que el propio tiempo

Y más aciaga que la mismísima muerte

Fue la historia de los clanes que sembraron

La tierra con su sudor y su sangre


Según relatan las antiguas leyendas, todo comenzó con Annwun, la Nada, cuando ni luz ni oscuridad existían, cuando el bien y el mal eran amamantados por el mismo pecho y el mundo se preparaba para la llegada de las estrellas.

Así nacieron brillantes espejismos como oasis en el desierto, que dieron vida al intenso manto negro de la fría noche. De la estrella más lustrosa nació Dana, diosa madre de luz, y de su hermana oscuridad nació Domnu, diosa de la tierra y de los infiernos que en sus profundidades se encontraban.

Domnu conquistó toda la faz de la tierra de la mano de los engendros que por vástagos tenía; seres de maligno corazón, amorfos en su figura, de insaciable apetito por la batalla y poseedores de una crueldad que no conocía límites. Estos conformaron la raza de los fomorianos. La piedad de tales monstruos era inexistente y, con el tiempo, arrasaron todo lo que encontraron a su paso, sumiendo bajo su yugo infernal a todo ser de vida.

No obstante, una pequeña isla, allá en el norte, fue la excepción; su hermosura era tal que ni los hijos de la muerte se atrevieron a mancillarla derramando en su verde tierra, roja sangre. La Isla Esmeralda, un resquicio de paraíso rodeado por el llanto de la desolación.

Los fomorianos en ella se asentaron, aunque su gozo no habría de durar pues otra raza posó los pies en la isla atraídos por su abundancia y por la esperanzadora promesa de salvación que en sus generosos prados hallaron. Este nuevo linaje, considerado inferior por los temibles fomorianos, fue conocido como la raza de los humanos, simples mortales que ya nunca abandonarían aquella tierra.

Cruentas guerras entre ambos tiñeron la historia de innumerables derrotas que sufrieron a manos de los engendros de la noche; miserias, hambrunas y enfermedades; plagas que arrebataron más vidas de las que incluso llegaron a nacer; agonía y desesperanza. Y aun así los humanos se alzaban de su caída, una y otra vez, con coraje y determinación.

La diosa Dana, que había estado observando durante tantos ciclos estos enfrentamientos, no pudo sino admirar a aquellas sencillas criaturas que entregaban su cuerpo y su alma en la batalla aun sabiendo que iban a morir. Fue entonces cuando, la Madre de Luz, conmovida por el valor de los humanos, decidió intervenir, brindándole su ayuda a un grupo de hombres a los que puso a salvo en una isla vecina donde los fomorianos jamás los encontrarían. Esta tierra, que hasta entonces había permanecido oculta a la ira de las tinieblas, se encontraba protegida por una espesa y casi impenetrable capa de niebla que la hacía invisible a ojos mortales, por ello conocida como la Isla de Brumas.

Desde allí, fueron libres para viajar y conocer mundo; Dana los guio en su camino, proporcionándoles todo el conocimiento necesario para que un día volvieran a la Isla Esmeralda y vencieran a la oscuridad de Domnu y a sus abominables vástagos.

La diosa los condujo a las islas de Falias, Gorias, Finias y Murias, y en cada una de ellas un poderoso druida fue su maestro. Aprendieron las artes druídicas, la adivinación y la interpretación de las estrellas; también consiguieron dominar el hierro y, con éste, forjaron armas letales, imbatibles, nunca antes jamás vistas.

Tales eruditos llegaron a nacer en el seno de sus gentes que fueron considerados como seres superiores por el resto de mortales, para llegar a convertirse en los primeros dioses sobre la Tierra. Profundamente agradecidos con su madre, decidieron nombrarse a ellos mismos los Tuatha dé Danann o pueblo de Dana, en honor a la diosa.

Todo aquel aprendizaje solo reforzó en aquellos hombres el deseo de volver a la tierra que les había sido arrebatada tiempo atrás y vengarse por la muerte de sus hermanos, acabando con los fomorianos de una vez por todas.

Antes de partir a la guerra y para asegurar su victoria, los Tuatha llevaron consigo cuatro objetos mágicos, cada uno perteneciente a una de las islas donde habían recibido su adiestramiento; de Falias portaron a Lia Fáil o Piedra del Destino; de Gorias, la lanza que nunca fallaba su objetivo; de Finias, la espada que con solo rozar provocaba la muerte; y de Murias, el Caldero de la Abundancia.

Una vez prestos para la batalla partieron con sus naves de la Isla de Brumas a la Isla Esmeralda y, sin piedad, combatieron a los fomorianos en una lucha encarnizada, donde el atroz apetito de sangre de aquellos monstruos se enfrentó, espada en mano, con el ferviente deseo de venganza que anidaba en el corazón de los tuatha.

Dos guerras le costaron a esa verde tierra recuperar su libertad, las guerras de Moytura, dos enfrentamientos que marcarían la historia para siempre y que desencadenarían una serie de acontecimientos con terribles consecuencias. Puede que los fomorianos fueran derrotados, pero los humanos hallaron tras su victoria algo mucho más oscuro y tenebroso, un elemento que podía proporcionarles la inmortalidad, burlándose así de la misma muerte, de la propia Domnu. Ante ello, la diosa de los infiernos, que aún lloraba la derrota y muerte de sus hijos, juró venganza y liberó en la tierra las bestias más feroces que las entrañas del infierno poseían; más efectivas que una plaga, más letales que el filo de una espada. Criaturas imparables, con sed de venganza alimentada por Domnu y codicia por destruir todo cuanto su hermana Dana había creado.

Y así fue como la tierra se vio asolada por aquellos terribles monstruos que llegaron a conocerse bajo el nombre de Fionnsgeul, las Leyendas.

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