Dicen que la única constante es el cambio. Nada permanece y mejor que se adapte a las nuevas circunstancias o a otra cosa mariposa. La historia de la comunicación, desde los textos cuneiformes hasta la imprenta y desde la imprenta hasta la radio, la tele e internet hay un viaje meteórico temporal pero sobre todo a finales del siglo XX, un vértigo que hemos podido experimentar en la propia piel y del que hoy muchas formas de tecnología forman parte de nuestras vidas cotidianas.
Cuando empecé la universidad, allá por los finales de los ’90, tuve mi primer correo electrónico. Cada viernes iba a la sala de informática de mi facultad y le enviaba un correo electrónico a mi papá para contarle cómo estaba y alguna que otra novedad. Yo, que en mi adolescencia cultivé con mucha ilusión amistades por correspondencia, sentir el sobre deslizarse por debajo de la puerta fue una sensación por mucho tiempo mágica para mí. Pero desde el momento que en la compu sonó una campanita con una notificación que versaba “Tienes un nuevo mensaje”, la figura del cartero se empezó a desdibujar rápidamente.
Y después del email llegó el chat, los blogs, los mensajes de texto, las videollamadas y todo el abanico de apps al que hoy podemos acceder en nuestra bibliotecas. Es un poco tener el mundo entero en nuestro celular. O al menos eso creemos. Yo, cuando le escribía un correo a mi papá, sentía que estábamos un poco más cerca, pues la instantaneidad acortaba de alguna manera las distancias. Pero hoy, 20 años más tarde y con un ángulo de perspectiva mayor, entiendo que esa cercanía era una ilusión virtual, los vínculos en la vida real son otra cosa. De eso habla Sherry Turkle en la charla Ted “Conectados pero solos” y si bien su mirada es un tanto apocalíptica hay algo de verdad en esa soledad que se genera en las redes que solo puede ser sorteada si en la realidad construimos vínculos fuertes, sinceros y virtuosos.
En su libro “Ecología de los medios”, Carlos Scolari, habla de cómo las tecnologías generan ambientes que afectan a los sujetos que las utilizan. El mundo ha aumentado su marcha y con ello el vértigo de las tecnologías de la comunicación. Ahora las ansias se centran quizás no tanto en un mail pero sí en un mensaje, en un retweet, en una mención. Hoy una conversación cara a cara es una situación por lo menos indeseada para muchos, preferimos audios de WhatsApp aunque los escuchemos a x2 de velocidad.
Negar los avances que el siglo XX nos ha traído sería muy necio, están aquí y son maravillosos pero deben ser eso, una plataforma, un trampolín para las muchas actividades de nuestra cotidianidad. Las conversaciones se tienen que dar en nuestra dimensión, en la dimensión de lo real donde ponemos nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra voz para poder generar el verdadero encuentro.
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