Thursday’s Child

Thursday’s Child

DaelBeek

20/03/2025

El crujir de las hojas otoñales bajo mi firme andar ya me resulta tan familiar como la compañía de Sytal y Ryuu. Todo un año ha transcurrido desde mi renacimiento (como me gusta llamarle), un año desde que Arturo me despojó de la maldición y me dio un nuevo nombre, pero sobre todo, un nuevo comienzo. Aprender la magia antigua de los Elarian había sido más difícil de lo que pensaba, o quizá se debía a la distinta forma del paso del tiempo. Es un poco extraño ser consciente de las horas y los días, si al final, el sentido del ritmo del tiempo lo dicta una misma. 

Abrazo a Auryn contra mi pecho mientras llego a la zona de entrenamiento que Ryuu me preparó en los bosques de Alkryare tras la adquisición de mis nuevos poderes. Era más fácil y seguro invocar a la magia dentro del talismán sin tener que preocuparme por los daños que podría causar, y vaya que lo hice durante las primeras semanas. Cuando inicié con el Ryusu, el poder de controlar el aire, accidentalmente hice volar a Sytal en un torbellino. Lo gracioso fue cómo su pelo terminó hecho un desastre, aunque su rostro decía todo lo contrario.

Cierro los ojos y respiro profundo. Puedo sentir la humedad del agua del río que corre a unos metros de distancia, el viento que mece los árboles converge dentro de mi piel, el polvo de la tierra que me sostiene me llama por mi nombre. Solo un paso más me falta para completar el Chisu, la habilidad de controlar la tierra; pero cada vez que lo intento, las montañas que empiezo a crear se desmoronan en ciento de migajas. No he logrado encontrar la forma para unir mi espíritu con la tierra.

—¡Tranquila, tú puedes con esto!

Sytal me sonríe detrás del escondite de un gran árbol. Correspondo la sonrisa y asiento con la cabeza mientras retomo mi concentración.

La fuerza de gravedad, el pasto seco por la entrada del invierno, la rigidez de los minerales, la vibración provocada por el andar de los animales. Aún sin abrir los ojos, levanto las manos con las palmas extendidas al mismo tiempo que voy sintiendo una impetuosa corriente de energía navegar por cada una de mis extremidades. Es entonces que la tierra empieza a temblar, rugiendo feroz mientras pequeñas prominencias curvas se levantan, aglutinándose para formar grandes pilares. Justo cuando creo que lo he logrado, vuelve a suceder mi tormento: los pilares se derrumban hasta regresar a su estado original.

—Maldita sea —bufo claramente molesta por mi continuo fracaso.

Frustrada, acabo por sentarme sobre el suelo con las piernas pegadas al pecho y el rostro oculto en mis brazos. Intento despejar mis pensamientos, pero todo lo que escucho es un zumbido desagradable que no tiene intenciones de callarse.

—Atreyu…

Ryuu y Sytal se acercan para consolarme. La rubia me regala un par de suaves caricias en la espalda con el objetivo de brindar serenidad, algo muy humano de su parte.

—¿No puedes hablar con los otros Elarian en Pasithea? Seguramente saben cómo ayudarte…

Ryuu nunca ha sido alguien que demuestre su afecto a través del contacto, sin embargo, son sus palabras las que siempre tienen ese efecto de parsimonia, aunado también a su aspecto afelpado gracias al par de orejas y cola de zorro.

—Claro que lo saben —respondo, levantando la cabeza—. Pero no quieren interferir con mi entrenamiento, debo hacer esto sola.

—Nos tienes a nosotros.

Inmediatamente se me hace un nudo en la garganta, así que no puedo emitir palabra alguna y solo soy capaz de retribuirle con una sincera sonrisa.

—¿Y si tratas de pensar en otra cosa que no sea, literalmente, la tierra? —Sytal sugiere de pronto.

—¿A qué te refieres?

—Sí, quiero decir, todo este tiempo te has concentrado en los elementos y las características de la tierra. ¿Y qué es la tierra? Es ese planeta que gira alrededor del sol.

—Eso ya lo sabemos, Sytal, no necesitamos lecciones —interrumpe Ryuu, rodando los ojos.

—Déjame terminar —ella le da un coscorrón en la cabeza a lo que yo me echo a reír por el dúo tan cómico que hacen—. El punto es que, trata de pensar como si tú fueras la tierra; ponte en sus zapatos, empatiza con ella. ¿Cuál es tu estrella, Atreyu?

—¿Cuál es mi estrella? —balbuceo ahora con la mirada perdida en el cielo mientras escucho el inicio de una discusión sin sentido entre mis amigos.

¿Cuál es mi estrella? Cierro los ojos e inhalo con fruición.

Una marea de pensamientos e ideas se agolpan en mi mente, pero ninguna tiene el significado que busco. Cuál, cuál; más bien es, quién. ¿Quién es mi estrella? Y en ese momento, mi corazón empieza a latir con rapidez, pues quién más sería la razón de mi vivir sino yo mismo. Mi propia existencia, resiliente, compasivo, diligente. Soy un planeta que alberga vida y gira alrededor de esa estrella, de mí.

Soy un planeta que alberga vida y gira alrededor de esa estrella, de ella. Me vuelvo gris y melancólica, pierdo mi órbita si ella se aleja, la vida dentro de mí deja de existir.

Cuando menos me doy cuenta, vuelvo a extender las palmas hacia arriba. La misma energía de mi anterior intento reconoce mi cuerpo, pero esta vez se inmiscuye hasta en cada una de las células que me compone. El suelo comienza a estremecerse y solo entonces abro los ojos para descubrir un enorme, robusto y sólido pilar de tierra que continúa creciendo sin detenimiento alguno mientras se lo ordeno. He llegado tan alto ya, que respirar me cuesta trabajo, así que, con un nuevo movimiento de manos, el pilar desciende hasta regresar al nivel del río.

—¡Atreyu! ¡Eso fue demasiado increíble! —mis amigos vitorean jubilosos en tanto se acercan a mi posición—. ¡Te están brillando los ojos!

—¿Qué? —inquiero, aún jadeante y obnubilada por mi reciente éxito. El cuerpo entero me tiembla gracias a la adrenalina y una sonrisa de oreja a oreja se queda fijada en mi rostro.

—¡Tus ojos! ¡Cambiaron!

Rápidamente hago que una pequeña esfera de agua aparezca frente a mí. Al acercarme para ver mi reflejo, una descomunal alegría me embarga con tanto frenesí que debo sostenerme de mis amigos.

—No lo puedo creer… —me echo a reír—. Mis ojos… ¡cambiaron de color!

Un reluciente color lila adorna mi par de luceros, aunque luego de varios minutos, el color se desvanece y vuelvo a tenerlos marrón. Seguramente es un efecto de la magia. Los otros Elarian me habían comentado sobre este cambio; sin embargo, nadie estaba seguro de en qué momento sucedía, inclusive, el color podía variar.

Haber logrado dominar el Chisu, aunado al extraordinario evento de mis ojos tiznándose de lila, verdaderamente siento que este día no puede ser mejor.

—¡Que no paren las sorpresas!

Sytal grita a mis espaldas. He estado tan ensimismada en mi placentera alegría que no me percaté de cuando ella se alejó. Ahora, camina en mi dirección, sosteniendo en los brazos una cobija. Tan pronto como nos encontramos próximas una de la otra, puedo notar que la cobija es en realidad una manta fina y elegante, y en medio, viene entrelazada una soga trenzada.

La guerrera elfa me entrega la manta sin emitir palabra alguna, pero su rostro está a punto de explotar de la emoción. Lentamente, comienzo a desenvolver lo que sea que oculte la tela; se trata de algo pesado, pero delgado. Retiro capa tras capa hasta que un brillo metálico se asoma desde un extremo, en ese instante, mi corazón adquiere un ritmo desenfrenado, no puedo creer lo que estoy viendo.

Finalmente, la manta cae sobre mis pies cuando descubro que se trata de una hermosa espada cuya empuñadura está grabada con diferentes relieves ondulados, y en el centro de ésta, una preciosa piedra incrustada refleja los rayos del atardecer.

—Ryuu ayudó con el diseño y la fabricación quedó a cargo de los herreros del palacio. Tienes en tus manos el metal élfico más puro y letal.

—Esperamos que te guste —Ryuu agrega mientras mueve la cola como un gato juguetón.

—Me encanta —respondo en seguida—. Es preciosa…Estoy tan feliz… muchas gracias por esto, por todo…

Un nudo en la garganta hace que mi voz se debilite. Mientras mis ojos se llenan de cálidas lágrimas, mis amigos me envuelven con un fuerte abrazo.

Hace un año era una persona completamente diferente; había tocado el fondo del infierno, mis pasos se habían vuelto errantes, con una pérdida de la identidad devoraba almas, maldita hasta la cabeza y convertida en los restos de una roca masacrada. Y luego, llegó Arturo, mi caos, mi resiliencia, dándome el don del renacimiento y la magia, volé sobre el lomo de un fantástico dragón para nombrarme Atreyu.

Nací para ser una niña de los jueves.

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