Te escribí un cuento para decirte que me gustas

Te escribí un cuento para decirte que me gustas

Daniel Leyte

07/06/2017

Esto apenas es el esbozo de un cuento. Creo que tiene algunos problemas con la narración, tiene varias faltas de ortografía así que disculpa. Lo escribí para ti. Me parece que es algo perturbador, extraño jeje no te espantes es solo un cuento basado parcialmente en algunos momentos de mi vida, hay cosas que ni siquiera pasaron y otras la exagere. Muy bien no espero que te guste, pero sí que algo mueva en tu interior (lo que sea no importa si es positivo o negativo.)

Breve historia de amor

— ¡Es un día como cualquier otro!– dijo mientras hablaba consigo mismo. — El mismo cielo, el mismo sol, nada parece distinto. Permanecía en su habitación. Un cuarto sin ventanas que pintaran paisajes a su alrededor cuyas cuatro paredes eran consumidas por la humedad e iluminadas por la fría luz de una lámpara incandescente. Acostado en su cama miraba el rustico techo mientras descifraba las figuras que lo conformaban.

Tenía veintitrés años, era impulsivo y terriblemente extraño; además carecía de amigos.

— Estoy solo. ¡Solo!

A menudo se hería con la idea de que hasta ahora sus esfuerzos habían sido en vano y que pronto la locura se apoderaría de él. ¡No estaba dispuesto a enloquecer! Comprendía que algo tenía que hacer pues su situación era cada vez más difícil de sobrellevar, pero al no entender cómo se ensombrecía con males su conciencia. ¿Por qué será que toda la vida de los hombres está llena de dolor? Siempre llorando por lo que no tienen, rechazando lo que el destino les ofrece, siempre temerosos a falsas creaciones de su mente que no les permite ver lo que en realidad pasa.

¿Vale o no vale la pena vivir? Rondaba esa pregunta su cabeza. A pesar de aborrecer su insoportable existencia, el vivir se había convertido en un acto cotidiano. Estaba obligado a vivir por que Dios le había regalado una vida. Suicidarse supondría confesar que él no existe; sería rechazar su salvación y afirmar que uno es dueño de su propio infierno. Ante el temor de acabar en el fuego eterno prefería fantasear con la posibilidad de apagarse.

Su juventud e inexperiencia sumadas a la sombría creencia de que el futuro le deparaba una forzosa vida solitaria, eran las claras causas de su falta de carácter. Se miraba en el espejo y no podía evitar desdeñarse. Su imagen lo irritaba. Suponía que todos lo miraban con repulsión y que sino se lo decían era porque sus buenos modales se los impedía.

— ¡Hipócritas! Solo a tus espaldas pueden expresarte lo que realmente piensan de ti.

Intenso, apremiante, de sonrisa y ojos tristes; algunas veces chocante, otras descarado y extravagante, se percibía un ser distinto a los demás.

Acostado en su cama buscaba caras en el rustico techo. Su mente se encontraba alejada de pensamientos fatalistas cuando de repente… Una sorpresiva llamada lo interrumpió. Se trataba de un viejo amigo que llevaba tiempo sin ver. No mantenían contacto físico pero con regularidad se escribían mensajes de texto. Al principio eran extensos, con el tiempo se hicieron cortos y de contenido absurdo.

—Saludos mi querido M… aquí todo marcha bien. Mi consumo de agua disminuido. Practico mucho el sexo solo.

— ¿Su consumo de agua ha disminuido? ¿Practico mucho el sexo solo? Que se supone que debo responder. ¡Lo tengo! Yo también. Gracias.

Su viejo amigo llamó para invitarlo a su casa. Nuestro hombrecito no tenía nada mejor que hacer, aceptó. Durante el camino ensayaba los movimientos y palabras que diría en presencia de su amigo.

— ¿Seré capaz de verlo a la cara? ¿Podre aguantar la mirada sin bajar los ojos? ¿Qué voy a decirle? ¿De qué voy hablarle? Antes que nada debo saludar. ¡Hola! ¿Le doy la mano?

Al llegar nunca supuso lo que vería en la casa de su amigo. ¡Un ángel! Una delicada flor, una criatura celeste, una ninfa danzante de esas que solo los griegos podían haber tallado. (Estoy exagerando. No era tan hermosa pero ante los ojos de él era la criatura más bella. Es bien sabido que el amor se altera los sentidos y él era una víctima de sus efectos.)

— ¡Hola!

Saludó tímidamente. Tomó la mano de ella y la sacudió numerosas veces. En la cara de ambos apareció una sonrisa nerviosa

— Veo que ya has conocido a mi prima. — dijo el amigo.

— Sí. — respondió él.

— ¡Vamos! Entra.

Él entró y charló como nunca. Las palabras se deslizaban de sus labios: de Kafka, Beckett y Dostoievski (aunque ella solo hubiera leído el best seller que estaba de moda) de cosas simples como el clima, del aire fresco que se respiraba n el pueblo, de las estrellas, del cielo y el sol. El tiempo corrió como si jamás se hubiera desplazado y llegó el momento de volver a casa. Él se despidió y aun no pasaban ni cinco minutos y, él ya ansiaba con volver a verla; comenzaba a extrañarla y desear el próximo encuentro. Lo primero que hizo al Llegó a su habitación y busco lápiz y papel. Quería plasmar lo que en esos instantes sentía. Fue tanta la conmoción que ella le provocó, que quería escribirle cartas de amor. Eran notas plagadas de clichés, cargadas de pasión, de esa pasión que solo experimenta un hombre enamorado.

—Para la mujer que sembró en mí la fructífera semilla del amor.

Te quiero sin conocerte, me quieres y aun no lo sabes. Te busco y me rehúyes, te busco y no te encuentro. ¿Habrá alguien allá a fuera esperando por mí? Me preguntaba todas las noches, pero si se trata de ti me gustaría decirte que hemos permanecido perdidos y estaba en el destino que tú y yo navegáramos por el mismo camino. ¡Hoy imagino tus besos! los ensayo con el viento. ¡Hoy imagino tus caricias! aunque solo sienta la suavidad de mi almohada. Te acaricio y beso en silencio. Te quiero sin conocerte, te busco sin saber en dónde empezar a descubrirte. Esta búsqueda me desespera; comienzo a llorar. Seco mis ojos y te espero. No te veo llegar. ¡Deseo la muerte! No muero porque sueño con mirarte, porque muero por besarte.

Había encontrado una ilusión. Fue un maravilloso descubrimiento. Se sentía como un niño, como si comenzara a vivir de nuevo. Su aspecto era diferente. En aquella mirada ensimismada afloró de manera pausada el rostro de su amada. Lo que sentía era un indescifrable sentimiento. Infestado de interrogantes y signos variados. Un sentimiento que lo distinguía del resto de los hombres, fruto de un sueño, de una ilusión que daba un sentido a su existencia.

— ¿No sería mejor callar lo que siento para no salir lastimado? ¿Cómo saber que no hay alguien ocupando ya sus pensamientos? En lugar de obrar prefirió la comodidad de su mente. Aquella holgura que contempla espejismos y sirve de pretexto para los miedos. Él sentía un monstruoso temor a enfrentarse a las circunstancias, pero no estaba dispuesto a sumergirse en el gélido océano que es la realidad, por lo menos no aún.

Pasaron noches en las que no supo de ella, noches en las cuales estuvo tan cerca de las lágrimas, tan cerca de amarla. Fue la timidez, lo difícil que es sobrellevar un sentimiento tan frágil que se esconde ante la posibilidad de ser aniquilado, que le impidió siquiera atreverse a hablarle a su amigo y preguntarle por ella. A pesar de los demonios que lo asechaban aun podía oler algo de esperanza. Era esa pequeña chispa que le permitía imaginarse el momento en el que a ella le expresaría sus sentimientos.

— ¿Y si le escribo una carta donde le ruegue la oportunidad de entrar en su vida? ¡Sí! Eso es lo que haré. Empezara de este modo…

Por todas las noches que me he pasado suspirando por tu amor.

Por ti dejaré mi corazón, no me hará falta si tú no estás cuando necesite quien me abrase. Si vago sin rumbo es porque estoy esperando a que te des cuenta de que de mí estás enamorada. Perteneces a mente desde siempre ¿Yo he estado en tu mente? No te diré ninguna palabra, todas ya te las he dicho aunque no las hayas escuchando. Solo te pido que me dejes dormir una noche contigo. Una noche para poder abrazarte y vigilar tus sueños mientras te acurrucas en mis brazos. No me interesa que al despertar decidas marcharte. No me importara porque mi gran oportunidad habrá llegado y ese privilegio egoísta, será solo mío. Por eso te ruego una noche, una noche que podamos compartir. Tengo miedo de decir lo que siento. Quizás ya alguien ocupa tus pensamientos, pero déjame estar contigo una sola noche y de ese modo demostrarte que lo que yo te ofrezco va más allá de lo que otro puede entregarte. Sé que afuera hay cientos de hombres, pero ¿Cuántos de ellos te escriben cartas de amor? ¡Vamos! Dame la oportunidad de demostrarte que eres solo mía, que yo soy solo tuyo.

¡Qué basura!

Cogió la nota y la rasgó en varios pedazos, pequeños pedacitos chiquititos, trocitos de fantasías tirados al bote de basura. Le costaba demasiado describir con palabras los sentimientos que ella provocaba, se cansó de trazar letras en papel y a escribirlas con tinta blanca sobre su cama decidió.

Quiero besar tus pies desnudos y modelar con mis dedos ansiosos el ritmo de tus orgasmos. Quiero definir con mi lengua lo que ocultas debajo de tu ropa para descubrir sus desconocidos sabores. Quiero que te hundas dentro de mí y que te quedes allí un rato, clavarte mis excesos, salpicarte de deseo. Puedo imaginar el sabor de tu saliva, el aroma de tu cuerpo abrigado por la nada enredándose entre mis piernas, que nuestros sexos berrean, suspiran y lloran obedientes al deseo, puedo sentir tus secreciones secarse sobre mi cuerpo y gritar cuando la bien cargada vena explote. Te deseo porque tienes lo que yo no tengo, te deseo porque tengo lo que tu tanto has esperado, ven te invito a jugar entre sabanas, a morir sobre mi cuerpo para no morir y de esta forma incendiar los cielos con el ardiente sudor de nuestros cuerpos.
Pocos días los que bastaron para que se consolidara lo absurdo de su amor. ¿Había nacido él para amarla? O Solo era un engaño que él se había inventado para darle un sentido a su aburrido y gris mundo. Cualquiera que haya sido la causa de aquella pasión que lo envolvía, hacía que ese amor se convirtiera en el más generoso, pasajero y singular que el mundo hubiera podido observar.

— ¡Hola!

— ¡H-hola!

— ¿Cómo estás? Yo me la he pasado de maravilla. Pronto volveré a la ciudad y me gustaría despedirme de ti… no sé qué opines, pero me gustaría invitarte a patinar sobre hielo… ¿Qué dices?

Al oír aquellas palabras su mente voló, se vio a él y a ella juntos, declarándose amor eterno, realizando promesas, realizando planes a futuro.

— ¡Claro que acepto!

— ¡Qué bien! C… se pondrá contento de que nos acompañes.

El saber que su mejor amigo también iría lo disgustó pues su presencia haría imposible que él pudiera confesar sus sentimientos.

— Talvez no es la ocasión. Talvez no estaba escrito. Talvez regrese algún día y por fin tenga el valor de decirle que me gusta.

Buscó su mejor ropa, se peinó y hasta perfume uso, veía en esa salida la oportunidad que tanto rogaba al cielo.

— Haré que te enamores de mí, mi imagen se quedara grabada en tu cabeza, C… te preguntara ¿Qué miras? Mejor dicho, nos preguntara ¿Qué miran? No responderemos nada pues nos veremos en silencio mientras el brillo de nuestros ojos alumbrará nuestro secreto.


Una vez reunidos ella no notó todo lo que él había hecho para causarle una buena impresión (como lo iba a notar si no lo conocía). Recibió elogios de su amigo (de nada le sirvieron porque la prima ni atención de ellos mostro). Mientras se dirigían a la pista de hielo el silencio incomodo se apodero del ambiente. ¿Por qué no me quede en casa? Se pensó él mientras fingía sonrisas. Las charlas eran breves y con intervalos de tiempo largos todo se tornaba cada vez más raro, tanto que él obligaba a ella a hablar sobre cualquier nimiedad.

— Entonces… Háblanos sobre que no sabes de que hablar… empieza por decir, esto me resulta muy incómodo porque… no tengo nada que decir.

Él sintió que en lugar de acercarse más a ella más la ajaba.

— Sabes… Yo a nadie le gusto, como hombre porque soy un tipo extraño. Nadie me quiere porque yo soy ¡todo un manojo de sinceridad! Intimido a la gente… ¿yo te intimido? … Una vez leí sobre un tipo que comenzaba a contar todos sus traumas a un extraño que había conocido en el trasporte público, YO SOY ese tipo, y al igual que el acabaré gordo y rodeado de gatos porque nadie en este mundo podría soportar vivir con un hombre completamente raro.

Por una misteriosa fuerza, ella se reía por todo lo que escuchaba, pero ni las carcajadas pudieron borrar la incomodidad que ambos sentían. Por fin llegaron a la pista de hielo. La fila para comprar los boletos era demasiado larga. Se formaron. Conforme avanzaba la fila él trazaba letras en el viento pues contemplaba su cara.

—La miro y no puedo evitar contar los numerosos lunares de su rostro. Su diáfana sonrisa inunda de luz mi corazón, calienta cada rincón, cada espacio y hueco de mi cuerpo. El corazón se me hincha como un globo. Va a explotarme. No puedo contenerme. ¡No siento las piernas! Debo ignorar lo que siento. Yo para ella no existo, soy una sombra en la noche una criatura extraña. ¿Fue el destino? No. Fui yo quien abrigó la ferviente esperanza de que algún día ella me invitara a formar parte de su ser.

Extraños sucesos son los enredos del amor; te pierden en el laberinto de su cara, prestando atención a cada poro y detalle que te brinda su generosa piel y de repente… Te despiertas. Te das cuenta de que se trataba de un sueño, de una ilusión que no es nada, no será nada más que un ardiente deseo que congela tus entrañas que calcina tu alma… y yo, sigo contando los lunares de su cara porque en ese instante puedo reconocerme aunque sea por breves instantes.

Su mirada vacía se proyectaba al horizonte. — ¿Qué miras? —Preguntó el amigo. ¡Nada! Solo… nada. Contestó. Avanzó la fila y a patinar se dispusieron. El amigo no sabía patinar. Él y ella intentaron enseñarle pero todo fue en vano, no fue una, ni dos, ni siquiera tres… ¡fueron incontables veces las que el amigo cayó de un sentón! El ambiente se había relajado hasta que apareció el cisne.

—Él es un cisne. Patina sobre el hielo mientras alza los brazos como si fueran bellas alas blancas. Baila y mientras danza ejecuta con soberbia complicadas piruetas. Ella lo mira, el cisne ha captado su atención; ella es víctima de su hipnotizaste vuelo. Me parece que de sus labios quiere beber. ¡Lo odio! 
Se sentía devastado. Comenzó a patinar en círculos mientras deseaba que el cisne desapareciera. La cabeza le daba vueltas. Su cuerpo, que lleno de amor estaba, se había quedado vacío. Las piernas no le pertenecían y si avanzaba era por poder de la inercia.

— ¡Soy un ser desagradable! ¡Un hombre ruin! Ella no es la culpable. El único culpable de mis males soy yo. ¡Cómo me odio! Me desprecio por ser un cobarde. Atreverme a revelarle mi amor no puedo ¿Qué injusta es la vida? ¿A caso no soy un ser creado a imagen y semejanza de Dios? ¿Por qué somos tan distintos en apariencia? ¿Es Dios un ser de infinitas caras? ¿Porque él es un cisne? Está tan bien proporcionado. Cada parte de su cuerpo está bien distribuida. Ni le sobra ni le falta. Se desliza con finura, con elegancia, en cambio yo de seguro una gallina intentando alzar el vuelo parezco.

Hay veces que el destino puede sorprendernos. No hay nada más placentero que desear desgracias a alguien que nos causa molestia. El cisne fue golpeado por un inexperto patinador. Él no pudo evitar sentir alegría, se sentía responsable de aquel acto porque lo deseo con todas sus fuerzas, sin embargo de lo que no tenía conocimiento era que aquella persona que derribo al cisne… no era otra que su muy amada.

¡Qué bien! Ahora patinan juntos agarrados de la mano.

Su corazón se escarchó y las astillas lo rasgaron. Así de repente, en un instante, sus ilusiones fueron desmoronadas como castillos de arena arrastrados por el mar. Pero los fracasos se ocultan.

— ¿Te encuentras bien? — Preguntó el amigo. Él con un apagado sí, respondió. Las palabras de su boca se desvanecieron.

El sufría pero no podía contárselo a nadie. No podía hablar con nadie ahora, ni siquiera con el que consideraba su mejor amigo. Algo había cambiado en él. Algo tan leve que no se podía ni percibir. Los sentimientos se enredaron en su corazón. No entendía su condición, tampoco le interesaba.

— Qué peligroso y cruel es vivir— Dijo en silencio. Su corazón se había marchitado, cubierto de hiedra, dejo de ser él. Él había dejado de existir. El día acabó, regresaron a sus casas. Se despidieron y el no quiso volver a saber de su amigo ni mucho menos de ella.

Él estaba en su habitación, miraba su reflejo atreves de espejo. Hablaba consigo mismo.

—No eres más que un pobre niño atrapado en el cuerpo de un adulto. Has tardado tanto en llegar a la madurez. ¿Creo que ni siquiera se podría decir que has madurado? ¿Quién eres? ¿Realmente estas solo? ¡Sí! Y no hay nada más difícil que saberse solo. Vivir en una soledad que te obliga a ser consiente de tu absurda existencia. Vivir no es nada fácil pero resulta más difícil cuando te das cuenta de que siempre has vivido solo. ¿Cuál es mi misión? ¿Qué objetivo tiene mi vida? Buscar la explicación es tan inútil que ni siquiera no existe respuesta.

Salió de su casa. Caminó hacia el campo. Se dirigió a un abismal barranco. Un hoyo tan profundo y obscuro que parecía que ni la luz podía escapar de allí. Lo miró y dijo:

— Yo compre una estrella porque mi vida necesitaba un poco de luz y le puse tú nombre. ¡Qué tonto fui! Las estrellas no se pueden comprar y tú nunca serás mía. He pasado toda mi vida solitario, que me gustaría pensar que te conozco, que me conoces. Yo compre una estrella cuando las estrellas no se pueden comprar y le puse tu nombre. Esa estrella se apaga pero el amor que siento en mi interior jamás se consumirá. Me arrojo al vacío porque quiero retar a la muerte. La reto a que borre tu recuerdo, a que se lleve el amor que te profeso. Si he elegido la obscuridad de este barranco es para que el cielo no sepa que morí.

Fue lo último que dijo y al barranco se lanzó.

Epílogo

El cuento fue entregado, solo para recibir como respuesta… Que lindo, pero no me gustas…

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