El camino, la música y el paisaje me daban tanta tranquilidad que solo podía pensar en ti, y la sonrisa que tenía era el vivo reflejo que pronto te vería.
Llegue de forma improvista a tu vida, me recibiste entre lágrimas y con mucho esfuerzo. Sonreiste y desde ese instante sabías que la vida cambio.
Ese cambio significaba ser valiente, responsable y dar todo ese amor infinito que me habías reservado. Tu corazón y amor inagotable me enseñó desde el día uno que estuve en tu vida, que siempre debería creer en mi.
Me tatuaste en la piel y pensamientos que era capaz de lograr lo que me preponia, que podía ser agradecida con la vida de este plano terrenal, después de todo cada experiencia vivida me enseñó a no ser injusta, a mirar más allá de lo evidente, a saber perdonar y perdonarme, a cuidar mi sonrisa pese a los obstaculas que se presentaran y una que otra vez el llorar me ayudara a volver más fuerte y decidida.
Llevo viva 28 años, y en cada uno me enseñaste a valorarme, estuviste cuando estrene mi primer uniforme escolar, al recibir un premio por algo académico, me curaste las rodillas cuando estás sangraron por una caída y no paraba de llorar, cuando salí a la ciudad por primera vez, me consolaste cuando lastimaron mi corazón y hasta el dia de hoy me abrigas con tu calor.
Si pudiera regresar el tiempo, le diría a tu niña que la amo intensamente, que el privilegio de darme la vida fue sin duda el regalo más grande que recibí.
Le diría a esa niña que el día de hoy es una mujer valiente porque sigue enseñándome sobre la vida y si me preguntara porque digo eso, mencionaria que a pesar de atravesar por un cáncer sabe cómo ser la mamá que nunca pedí, pero que es la mujer perfecta que necesitaba para existir.
Al no poder regresar al pasado, hoy le digo a la mujer que tengo en frente de mi: «Te amo mamá», gracias por permitirme ser tu hija, eres y serás lo mejor que me ha pasado en esta vida…
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