Era tarde cuando Joan se encontraba en el café de la contra esquina de su hogar, pero hogar ya no podemos referirnos a donde solo iba a dormir un par de horas, su nueva casa era ese café, ella era una editora de libros, corregía sin parar y a la misma vez escribía su primer libro. Ella era una mujer muy comprometida con su trabajo y perfeccionista en todo lo que hacía.
Joan no tenía tiempo de enamorarse ni pensaba en la posibilidad, era como un segundo plano y un tema que no quería mencionar con nadie, sabía las críticas que tenía por parte de su familia debido a que jamás se ha dedicado a su vida personal, pero era verdad para ella no era prioridad.
El olor a café era su fuente de inspiración porque envolvía a aquella gran escritora y la motivaba a terminar el trabajo del día y después enfocarse en su obra, meditaba tanto, se concentraba en buscar las palabras que puedan encajar perfectamente con el texto que ella estaba redactando.
Ella nunca se imaginó que había alguien en ese lugar que estaba encantado de verla, nunca pasó por su cabeza voltear y prestar atención a esos pequeños detalles que se encontraban tan cerca, porque su mente estaba ocupada por escribir algo perfecto y no por vivirlo.
Esa chica jamás se dio cuenta de que ahí estaba él entre los que entraban al café, ahí estaba él cada tarde contemplándola hermosa aun cuando ella estaba en su mundo y no se percatara de sus miradas, estaba él dispuesto a ser un admirador de su fragancia y de su distracción, quizá fueron pocas veces las que ella lo vio a los ojos pero por esos pequeños momentos sabía que esa chica era lo que él quería, no estamos hablando de una simple atracción de días, puesto que el conoce cada movimiento que ella realiza cuando llega a aquel lugar, lo que toma en diferentes temporadas y dependiendo a su humor, sabía todo porque ese lugar era testigo del encuentro de ambos.
Que importaba que ella no le diera ni la hora, él era feliz simplemente teniendo su presencia, a veces cuando eran días soleados ella sonreía amablemente y ordenaba algo que combinara con su estado de ánimo y era cuando más gusto le daba a él verla.
Desde la perspectiva de este chico sabía que jamás podría ser nada de aquella siempre ocupada mujer, pero con verla día con día el podría decir que se inspiraba también para escribir sobre ella, aunque no se dedicaba precisamente a eso, su trabajo era el de atender aquel establecimiento, sirviendo y haciendo el café para las personas, pero en sus momentos libres tomaba una servilleta o cualquier papel que tuviera cerca y escribía pensando en ella, su musa.
Joan volteó a su alrededor y miró por segundos al chico del café, sobrenombre puesto por ella misma ya que era mala para recordar los nombres, o ¿quizá lo sabía? Para sorpresa ella también pensaba en él, pero quien podría imaginar semejante acontecimiento, si siempre se veía perdida en su trabajo y alejándose de la realidad, pero esto no era así, ella cada día que se sentaba en la misma silla en esa mesa esquinada solo pensaba en como poder escribir de alguien sin verse tan acosadora, así que cuando el no volteaba era cuando ella podía observarlo por segundos o hasta a veces por minutos y con esa estrategia se acercaba más a él y se inspiraba en aquel chico del café.
Nadie nunca dijo hola o algún adiós, pero ambos sentían esa atracción porque las miradas hablan también y expresan sentimientos y aunque no lo sabían ambos eran fuentes de inspiración para formar historias con diferentes versiones. Esas tardes de café eran únicas, en donde dos historias diferentes construían una sola.
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