El grupo de búsqueda había salido por recursos, quedamos varios hombres y mujeres en la tienda a cargo de los niños y los deberes.

Desde la profundidad de la tormenta de arena, neblinosa e inexpugnable, sale lentamente la garra enorme de cierta bestia. Logro ver, entre un pequeño espacio de la tienda destinado a la vigía, como la gran criatura sale de la penumbra de la tormenta, serena y lentamente, primero una garra y luego la otra, semejante su caminar al de un primate: primero sus dos extremidades delanteras, más largas que las traseras, para apoyarse y luego impulsarse. La gigante criatura avanza inmutable hacia la tienda; de unos 5 metros de alto, con lento y quedo movimiento de sus anchos hombros, encorvada espalda, toda la bestia cubierta por lo que parecen harapos o pelaje denso y envejecido, rígido, formando capas que parecen gruesa tela.

Mira fijo a la tienda, donde debería estar su rostro sólo se ve la densa capa de pelaje y entre ella logra escapar un par destellos rojos desde donde deberían estar lo que serían sus ojos, luminosos y acechantes.

El terror me invade y el frío, que recorre relampagueante todo mi cuerpo, me paraliza.

Luego de brevísima lucha interna, instintivamente logro dar un paso hacia atrás, rehuyendo de la mirada de la criatura que parecía relamerse el sabor de mi alma, degustando su sabor oscuro y amargo, con los pequeños toques de esperanza y felicidad. El paso dado fue en falso y caí en seco con mi espalda sobre el arenoso suelo, volteo y rápidamente me pongo de pie, corriendo para avisar al resto, no sin antes dar un último vistazo mientras sostengo la huida: al volver la mirada veo el destello del ojo desde la pequeña ranura de vigilancia, observándome.

El ser que una vez fui era ahora todo pánico. Al llegar al centro de la tienda, donde se asentaba la fogata, no había nadie. Del segundo piso de la tienda alguien me llamaba; la voz de un infante intranquilo, también entrado en pánico, gritaba chillona y resquebrajadamente, con toda la potencia de su pequeño cuerpecito, mi nombre.

Subo apresuradamente las escaleras de destartalada madera, todas crepitando al suceder mi paso pesado y rápido, hasta llegar al corredor de la segunda planta, todo de madera vieja, con la apariencia de estar por desplomarse.

El niño no estaba, pero en uno de los extremos de la tienda había aparecido una puerta, blanca, de liso metal y prolija pintura. La puerta era simplemente imposible; nunca antes había visto puertas en las paredes de la tienda, sólo la de enfrente, de oxidado metal, que daba al yelmo. Esta, por otra parte ¿A dónde sería posible que llevara?

Viendo, por encima de mi hombro izquierdo, asomarse la criatura, que ahora estaba al lado de la fogata principal, inmóvil y fijamente mirándome con sus desgarradores y terroríficos ojos de rojo fulgurante, escasamente iluminada por la nimia luz de las ascuas remanentes, no tuve tiempo de pensar y salto por la aparecida puerta, abriéndola rápidamente y dando varios pasos sin posibilidad de detenerme a mí mismo.

El blanco color de los baldosines que me rodeaban me detiene. Creyéndome en una pesadilla intento despertar; tomo con mis manos mi cabeza y la agito con fuerza buscando en la sacudida un sobresalto que me devuelva al rincón arenoso que es mi cama. No surte efecto y antes de poder intentar cualquier otra cosa, me percato de que mis manos no son aquellas que yo recordaba… sin embargo, las reconocía como mías. Al observar a mi alrededor veo que el pasillo en el que estaba es demasiado grande y me doy cuenta, al regreso de mi mirada a mi cuerpo, que no es el que recordaba más sí lo reconocía.

Frente a mí, a eso de 5 metros, otra puerta idéntica a la que estaba a mis espaldas, se abre; sale uno de los niños de la comunidad y me llama con tranquilidad, haciéndome señas con su manita de que vaya a donde él. Voy a toda prisa, pues aún cuento con el miedo inducido por la criatura, que recorre todo mi cuerpo a la par de mi flujo sanguíneo. Al paso consigo ver otro pasillo a la derecha, este siendo más corto que aquel en donde corro ahora, mas no me detengo y continúo en mi dirección, llego donde el pequeño y cierro la puerta tras de mí.

El lugar es una extraña planta de producción de piezas metálicas para juguetería, todo estaba recubierto por el mismo baldosín blanco a excepción de las cintas de trasportación de las piezas, que eran de color negro y estaban desgastadas. Había niños dispersados por todas partes a donde se mirara, todos en puestos pequeños de producción tomando lo que a ellos llegaba por las cintas de transporte y ensamblándolo. Algunos me miraron al entrar, otros seguían fijos a su trabajo. Aquel que me recibió me preguntó por qué no estaba trabajando y yo no supe qué responder.

Tras de mí escucho el sonido de las garras contra las baldosas, corro rápidamente sin saber en qué dirección. Por un momento mi mirada se topa con unas angostas escaleras en las que sin titubear me introduzco y comienzo a subir. Subo por aquella escalera angosta de caracol, pasando por varias salas pequeñas de blanco baldosín, llegando al final a lo que parecía un cuarto piso, con una sala mediana de amplio ventanón que permitía la vista a hermoso paisaje del cielo por encima de las nubes, con el sol deslizándose hacia el horizonte.

Al pie de la gran ventana se encontraba un panel de control, con palancas, botones, pantallas, gráficos y cinco niños manejando y supervisando el funcionamiento en el panel. Todos ellos se dieron cuenta de mi presencia, pero sólo uno de ellos parecía importarle nerviosamente; me miraba angustiado.

A mi izquierda, a un lado de la salida de la angosta salida de la escalera, había un botón en la pared de baldosín. El niño de angustiada mirada cambió su gesto al darse cuenta de mi fijación al botón; supe que debía oprimirlo. Corrí hacia él mientras que aquel niño cejijunto corría hacia mí para evitar que lo oprimiera. Llegué antes que él y sin esfuerzo lo oprimí.

Se escucha gran crujido de eco remanente por lo que parece ser la completitud del cielo. Un grito estrepitoso, entre aullido y alarido, se escucha desde las escaleras, desde lo más bajo y profundo de ellas y, aunque era escalofriante, debí tomar esa dirección, pues ahora todos los niños de la sala corrían hacia mí entre enfurecidos y atemorizados.

Bajando con prisa por las escaleras llego nuevamente a la sala de producción y ensamblaje; el blanco de los baldosines ahora era contrastado por las manchas y los rastros de sangre esparcidos por todo el lugar junto a partes restantes de niños. Las cintas de transporte se habían detenido y ahora nadie quedaba para trabajar.

Entre los cadáveres, la sangre seca y la sangre fresca y resbaladiza, me muevo para llegar pronto a la puerta por la que previamente ingresé. Tomo el blanco pomo metálico y abro con rapidez la pesada puerta para toparme de frente con la gran bestia de pie, bípeda y erguida, en la puerta de enfrente. Oigo las voces y pisadas, ya no de niños, sino de hombres que sabía y conocía violentos y crueles, detrás de la puerta a mis espaldas. Sin mucho tiempo para pensar, me decido por correr en dirección a la monstruosidad que me mira con sus fulgurantes ojos acortinados por mechones de negruzco pelaje largo, me desvío a mitad del pasillo para girar a mi izquierda, siguiendo por el pequeño pasillo que antes había visto cuando me dirigía a la sala de ensamblaje.

Otra puerta blanca, esta vez muy alta, estaba en el fondo de aquel pequeño pasillo. Tomo el pomo y abro con suma dificultad. Corro y estoy detrás de mí mismo, viendo mi pequeño cuerpo infantil y desproporcionado, el niño gira, grita aterrorizado y comienza a llorar mientras se encoge sobre si entre balbuceos de súplica e inenarrable terror. Mi vista enrojecida no conoce de compasión y una poderosa ira devastadora me mueve y me obliga a tomar y doblegar al infante, que entre mis garras sucias y ennegrecidas se ve aún más pequeño.

En un instante el niño pasa de una sola pieza a dos, manchando con sangre el inmaculado pasillo, el marco de la puerta y la puerta. La sangre tibia y brillante resbala y fluye entre las ranuras del baldosín, deslizándose hacia mí serena y lentamente.

te.

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