Susurros del destino

Susurros del destino

Sintek

13/06/2024

**Capítulo 1: Encuentros en la Sombra**

El reino de Eldoria se extendía majestuoso, con sus vastos campos verdes y colinas ondulantes que se perdían en el horizonte. En su corazón se erguía el imponente castillo de Valewood, una fortaleza de piedra blanca que reflejaba el esplendor de la dinastía que había gobernado durante siglos. Los muros del castillo albergaban historias de poder, intriga y, en ocasiones, tragedia.

Dentro de estos muros vivía el joven príncipe Alexander, heredero al trono. Alexander, de 21 años, poseía una inteligencia aguda y un corazón noble, cualidades que lo hacían querido por sus súbditos y respetado por sus aliados. Sin embargo, la opresión de las expectativas reales pesaba sobre sus hombros, impidiéndole encontrar un verdadero sentido de libertad.

La reina madre, la implacable Isabella, gobernaba la corte con mano de hierro. Sus ojos azules, fríos como el hielo, vigilaban cada movimiento dentro del castillo. Para ella, la lealtad y el control eran absolutos, y cualquier desviación de las normas establecidas era castigada sin piedad. Bajo su mando, la corte de Eldoria se había convertido en un nido de intrigas y conspiraciones, donde cada palabra y cada acción podían tener consecuencias fatales.

En el otro extremo del espectro social se encontraba Seraphina, una humilde criada de 19 años. Seraphina había nacido en una pequeña aldea a las afueras del reino, pero tras la muerte de sus padres, había sido llevada al castillo para servir a la familia real. A pesar de su posición, Seraphina poseía una mente brillante y un espíritu indomable. Sus ojos verdes, llenos de curiosidad y determinación, reflejaban un anhelo por algo más allá de la vida servil.

Una mañana, mientras el sol despuntaba sobre los torreones del castillo, Alexander caminaba por los jardines reales, buscando un momento de paz lejos de la corte. Los jardines eran su refugio, un lugar donde podía escapar de las interminables lecciones de etiqueta, política y estrategia militar. Entre los senderos de flores y fuentes de mármol, se sentía libre, aunque solo fuera por unos instantes.

Al doblar una esquina, Alexander se detuvo en seco. Frente a él, bajo la sombra de un sauce llorón, estaba Seraphina, absorta en la lectura de un libro. No era común ver a los sirvientes leer, y menos aún un libro destinado a la nobleza. Intrigado, Alexander se acercó silenciosamente, observando cómo los rayos del sol iluminaban el cabello castaño de la joven.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Alexander con suavidad, rompiendo el silencio.

Seraphina levantó la vista, sorprendida y un poco asustada al ver al príncipe. Cerró el libro rápidamente y se levantó, haciendo una reverencia apresurada.

—Lo siento, mi señor. No sabía que estaba prohibido —respondió, con la voz temblorosa.

Alexander esbozó una sonrisa, intentando calmarla.

—No te preocupes. No estoy aquí para reprenderte. Solo tengo curiosidad —dijo, señalando el libro que aún sostenía en sus manos.

Seraphina, aunque aún nerviosa, le mostró la portada del libro. Era un volumen de historia antigua, uno de los favoritos de Alexander.

—Es uno de mis libros preferidos —comentó él, con una chispa de interés en sus ojos—. ¿Qué piensas de la caída del Imperio Arathiano?

La pregunta sorprendió a Seraphina, quien dudó antes de responder. Sin embargo, la pasión por el tema superó su miedo.

—Creo que fue una combinación de decadencia interna y presión externa. El imperio no supo adaptarse a los cambios y terminó por colapsar —dijo, con más seguridad de la que esperaba.

Alexander asintió, impresionado por su respuesta.

—Es una perspectiva interesante. ¿Te gustaría discutirlo más en profundidad? —ofreció, sintiendo una conexión inesperada.

Seraphina, aunque cautelosa, asintió. Así, en ese rincón del jardín, comenzó una conversación que marcaría el inicio de algo extraordinario. A medida que hablaban, ambos se dieron cuenta de que compartían más que una simple curiosidad intelectual. Había una chispa, un entendimiento mutuo que desafiaba las barreras de sus posiciones sociales.

El príncipe y la criada, en el corazón del opulento reino de Eldoria, se encontraron por primera vez, unidos por una pasión compartida y un destino incierto. Los muros del castillo, testigos silenciosos de su encuentro, guardaban el secreto de un amor que estaba destinado a desafiar todas las normas y enfrentar innumerables peligros.

Después de su inesperada conversación en los jardines, Alexander no podía dejar de pensar en Seraphina. Su inteligencia y la pasión con la que hablaba despertaron en él una curiosidad insaciable. Esa noche, mientras cenaba con su familia en el gran salón, sus pensamientos se desviaban continuamente hacia la joven criada. La reina madre, siempre atenta, notó la distracción de su hijo.

—Alexander, ¿sucede algo? —preguntó Isabella con una voz fría y calculadora.

—No, madre. Solo estoy cansado de los entrenamientos de hoy —respondió, disimulando su verdadero pensamiento.

La reina madre lo miró con sospecha, pero no insistió. Sabía que con el tiempo, si algo perturbaba a Alexander, saldría a la luz. Mientras tanto, Alexander planeaba su próximo encuentro con Seraphina.

Al día siguiente, Alexander se dirigió a la biblioteca del castillo, un lugar que había aprendido a amar por su tranquilidad y la vastedad de conocimientos que contenía. Sabía que las probabilidades de encontrar a Seraphina allí eran altas, ya que ella había mencionado su amor por los libros. Al entrar, la vio inmediatamente, organizando unos volúmenes en los estantes más altos.

—Buenos días, Seraphina —dijo con una sonrisa, tratando de no sobresaltarla.

Seraphina se giró rápidamente, con una mezcla de sorpresa y alegría en su rostro.

—Buenos días, mi señor —respondió con una leve inclinación de cabeza.

Alexander se acercó, fingiendo interés en un libro cercano.

—He estado pensando en nuestra conversación de ayer. Me gustaría seguir discutiendo esos temas contigo, si tienes tiempo —dijo, buscando su mirada.

Seraphina se sintió halagada y un poco nerviosa por la atención del príncipe, pero la oportunidad de hablar sobre sus pasiones era irresistible.

—Por supuesto, mi señor. Me encantaría —respondió, dejando a un lado sus deberes momentáneamente.

Ambos se sentaron en una mesa apartada, y Alexander sacó un mapa antiguo del Imperio Arathiano. Durante horas, discutieron estrategias militares, política y filosofía, perdiéndose en un mundo de ideas y teorías. La conexión entre ellos se profundizó, y la barrera de sus posiciones sociales se desvaneció por completo.

Mientras hablaban, un sirviente celoso, Marcus, observaba desde las sombras. Marcus, siempre leal a la reina madre y resentido por el interés del príncipe en una simple criada, decidió que debía informar a Isabella sobre lo que había presenciado. Sabía que cualquier cosa que pudiera afectar al príncipe era de suma importancia para ella.

—Es fascinante cómo el conocimiento puede unir a las personas, independientemente de su origen —comentó Alexander, rompiendo el silencio.

Seraphina sonrió tímidamente.

—Nunca pensé que tendría la oportunidad de discutir estos temas con alguien como usted, mi señor. Es un honor —dijo sinceramente.

Alexander negó con la cabeza.

—El honor es mío, Seraphina. Has despertado en mí un interés renovado por estos temas. Espero que podamos continuar con estas discusiones —respondió, mirándola directamente a los ojos.

El sonido de pasos apresurados interrumpió su momento. Un guardia entró en la biblioteca, haciendo una reverencia al príncipe.

—Disculpe la interrupción, mi señor. Su madre desea verlo de inmediato en el salón del trono —anunció el guardia.

Alexander asintió, sintiendo una punzada de preocupación.

—Gracias. Iré enseguida —dijo, volviendo su atención a Seraphina—. Debo irme, pero me encantaría seguir hablando contigo pronto.

Seraphina asintió, con una sonrisa triste.

—Estaré aquí, mi señor. Siempre que lo desee —respondió.

Alexander salió de la biblioteca con una mezcla de anticipación y temor. Al llegar al salón del trono, encontró a la reina madre esperándolo, su expresión más fría de lo habitual.

—Madre, ¿me llamabas? —preguntó, tratando de mantener la compostura.

—Sí, Alexander. Quiero hablar contigo sobre tus actividades recientes —dijo Isabella, su tono cargado de sospecha—. He oído que has estado pasando mucho tiempo en la biblioteca. ¿Por qué?

Alexander sintió un nudo en el estómago, pero respondió con calma.

—He estado estudiando mapas antiguos y textos históricos. Quiero estar mejor preparado para mis deberes futuros —dijo, tratando de sonar convincente.

Isabella lo observó detenidamente, buscando señales de mentira.

—Espero que así sea

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