Cuanta obscuridad me invade en esta noche tan fría, no puedo escuchar ni el latido de mi corazón que enmudecio con tu adiós.
Que incertidumbre mi amor no saber, que feo se siente el helado sabor de tus labios que ayer me besaban con la esperanza de un capullo.
Que locura me envuelve entre sábanas infestadas de espinas van clavandose una a una en un dolor tan lento que no pasa ni el sol ni la luna. Que frenesí mi amor me invita a correr por un valle de sombras, ¡que persecuta no me deja descansar! Quebrando así todo mi sentir. Un suplicio tan abismal como un precipicio sin fín.
¿Por qué llegué hasta aquí? Si yo ví las aves volar yo estuve en el paraíso, yo abrace las nubes, yo lo ví, estaba ahí, con una paz insondable.
Flameante aullaba de alegría ¡viva ella viva yo! Y anduvimos bailando descalzos en tierra fértil, enamorados de la melodía de un cántico que el viento entonaba y sus ojos resplandecian cada vez que la escuchaba.
A lo lejos un árbol que con sus ramas trazaban en el aire nuestros nombres.
El lago en el cielo llora de placer y bebemos de el saciando nuestra sed.
Así lo ví yo, ¡estuve allí!, así lo sentí, así lo amé, así lo soñé.
El me abrió de un soplido las puertas del paraíso y con un empujón me devolvió al averno.
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