Olvidé a dónde iba. De repente, todo lo que importaba era estar. El momento me sobrecoge. Al murmullo constante de las ruedas contra el asfalto se le une una escacharrada y animada melodía que nos escupe la radio a trompicones por la mala cobertura. El aire fresco choca contra mi mejilla y penetra en el interior del vehículo a través de la fina rendija que he dejado existir en la ventanilla. Mis pies, en cambio, aún conservan el calor.
La boca todavía me sabe a los cacahuetes que hemos compartido mientras me contabas cosas al volante. Sabían rancios, pero también a diversión. Igual que tus historias.
Miro por el retrovisor. El paisaje que se aleja es algo más bonito que el que viene, pero cada vez le da menos el sol y pierde la intensidad de sus colores.
Por delante, la puesta de sol tiñe todo de una acogedora nostalgia naranja. Te miro y te descubro mirándome de soslayo con una sonrisa tan sincera como el silencio que emite tu voz.
Olvidé a dónde iba. Tú también. No traté de recordarlo. Y tú tampoco. Porque hacerlo sería aferrarse. Y, sin conocernos, tú y yo estábamos dejando ir.
OPINIONES Y COMENTARIOS