Dijo “mi castillo”, cuando le pregunto por esas palabras To dijo “es una muralla, no un castillo”. A Sa realmente no le interesaba si era una muralla o un castillo, incluso cuando To le había explicado que la gente se picaría mucho si las escuchaban llamarle castillo a su muralla.

Dijo “mi castillo” y el “mi” era lo realmente importante para Sa. Cuando le preguntó por él, To dijo “el castillo”, “qué eso era lo que había dicho”, como escondiendo la mano después de descubrir la palabra que había aventado y sin darse cuenta que Sa la había atrapado en el aire con una mano imaginaria, para verla mejor en lo que caminaban por aquel castillo invisible que se acababa de edificar con sus palabras.

En el relato Sa se imaginaba como una niña, caminando con To cuando ella le señalaba un lugar donde solía jugar. Las dos visitaban invisibles un mundo que se reproducía ante sus ojos con cada palabra de To. De repente no eran niñas, sino piratas irrumpiendo hasta llegar a un cañón naval que apuntaba al eterno horizonte marino. To se sentaba en el cañón y era una niña que crecía con los años en sucesivas fotos familiares. Sa la escuchaba atenta, hasta que To dictaba los siguientes destinos, el faro que cuidaba en no decirle mi faro, aunque Sa ya notaba cuan suyo era; escalones de piedra que surcaban árboles y rocas en lo alto y dentro de las murallas, pasajes y callejuelas, pequeños orificios donde una disparaba palabras y la otra las miraba surcar el cielo hasta impactar con el mar, una capilla derruida que emitía susurros entre lo antiguo y el presente mas próximo; Mazmorras con puertas atrancadas donde ellas visitaban a antiguos fantasmas que las veían del otro lado y que reconocían a To en uno de sus tantos retornos por esas rutas. De repente se veían paseando, entre las calles y recuerdos de To, Sa ya no sabia que forma tomaban sus cuerpos para adaptarse a las historias que To contaba. Y de repente tenían banderas en las manos y eran criaturas con el cabello salado, luego ellas mismas con los pies descalzos escuchando el eco preguntando “¿Son tots?” tres veces, antes que seres invisibles las traspasen para cumplir su procesión con deseos en su interior. Giraban por alguna callejuela y el relato las subía sobre algun alfeizar de una ventana o en el techo de algún bar, entre sardanas, To danzando en las mesas de la Luna y en la ruta final que las llevaba a la playa.

Sa había escuchado las palabras “mi castillo” y resonaban en cada palabra de To, mientras se alejaban de aquel lugar para visitar más destinos. Sa solo pensaba en que las palabras eran las correctas y sonreía por dentro, dejando atrás el eco de las campanas que habían comenzado a sonar, como despidiendolas desde las murallas de ese castillo invisible que se escondía tras las murallas. Desde ese mundo distante que había sido suyo también por unos momentos, gracias a los recuerdos de To.

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