Hace un par de días llegué a mi casa después de estar internada por alrededor de 12 días. Mientras estuve internada lo único que quería era volver a mi casa, sin embargo el primer día de vuelta fue una schock, el ruido, las emociones. Hasta cierto punto cuando estás internada te generas una especie de rutina que va formando tu vida y de pronto ya no lo tienes. Conoces gente que nunca más estarán en tu vida. Se siente como un sueño, como que por un tiempo viviste en un oasis, donde generaste vínculos que hoy ya no existen.

Tengo pruebas de que estuve ahí, algunos chicos me dieron ciertos regalos para traerme conmigo, los cuales coloqué en espacios determinados de mi casa para recordar la experiencia. Hoy me miré mi brazo izquierdo y vi una pulsera, hecha a mano de color morado con azul y la recordé. Recordé a una chica que vi llegar al centro de unos 17 años, con cara de asustada y abrazaba a un osito de peluche. Me presenté y se quedó callada, pero con los días comenzó a hablarme.

Delgada, rubia de pelo corto, con un maquillaje estratégicamente hecho para reflejar su personalidad. Estaba en el centro por intento de suicidio, lo que la hizo unirse al grupo que nos gustaba llamar el “escuadrón suicida”. La diferencia entre ella y el resto del escuadrón era bastante particular, ella sufría de una patología llamada trastorno de identidad disociativo generado por estrés post traumático. Cuando me mencionó su diagnostico la verdad es que no lo entendí mucho hasta que lo vi. Estábamos jugando un juego de mesa, su cabeza cayó hacia delante y sus ojos estaban mirando a la nada, sus manos cayeron hacia el lado, estuvo así un par de segundos y cuando volvió a la conciencia ella ya no estaba presente, era otra persona. Cambio la postura, cambio el acento, cambio la forma de hablar no tenía recuerdos de ciertas cosas que habían pasado ese día. Cuando le pregunté quien era me dijo que se llamaba Harry que tenía 40 años y que su trabajo era cuidar a esta chica, cuyo nombre no daré.

Estuve conversando con Harry un rato, tenía memoria de hechos de su vida totalmente distintos a los que esta chica había vivido. De a poco fui conociendo a distintas personalidades que vivían dentro de esta chica, algunos eran niños pequeños que abrazaban peluches, otros eran jóvenes, algunos hombre, algunos mujer. Un día ella se encontraba tocando guitarra y luego de una disociación no pudo seguir tocando por que esa personalidad no sabia tocar guitarra.

A pesar de las múltiples personalidades ella era una chica cariñosa, amistosa, alegre. Pero de pronto su alegria se iba y lloraba, como una niña pequeña. Varias veces la abracé y la dejé llorar en mis brazos, de a poco fui conociendo su historia, su historia no me la contó ella, sino Kelly una de sus personalidades, ella fue abusada de pequeña por un tío, su padre no le creyó y la culpó a ella, de pronto a parecieron estas voces dentro de ella, estas personas que tenían distintas experiencias y distintas formas de ser. Una de las voces un día le dijo que tenía que tomarse un montón de pastillas y cortarse las venas, ella le hizo caso. Cuando fue internada por su madre, su padre se enojó, para el ella estaba tratando de llamar la atención. Esta es la parte de la historia donde me entero que sus padres están separados hace tiempo.

Una noche fumándonos un cigarro, una de sus personalidades fumaba, el resto no. Le pregunto como se siente disasociarse. Me dice qué hay una casa donde viven todas sus personalidades y cuando ella no está en su cuerpo se va a una pieza, donde puede ser visitada por otras personalidades y que a veces puede ver lo que ellas están haciendo. Con el fin de dejar de llamarla “esta chica” la llamaremos Jane. Pero ese día yo no estaba fumando con Jane estaba fumando con Kelly; Kelly me mira y me dice “Jane me contó de ti, me dijo que eras una buena persona y que la has estado cuidando”. La miro y le digo que mientras pueda la voy a seguir cuidando. Entonces me cuenta de la vida de Kelly, que nació en Irlanda, que tiene 18 años y ella sale a la luz cuando sabe que el papá de Jane va a ir a visitarla. “Yo no conozco a ese señor, lo que me dice no duele”.

Otro día estaba caminando por el lugar, no recuerdo bien que estaba haciendo y veo a Jane llorando, era fácil saber cuando era Jane la que lloraba, por que le gustaba que la abrazaran, las otras personalidades eran un poco más distantes. La tomo en mis brazos y salimos a caminar. “Hay demasiadas voces y no se callan, algunas quieren que me haga daño”, me cuenta entre sollozos. Pocas veces me he encontrado en situaciones donde no se que decir y esta fue una de ellas. Nos sentamos un rato y conversamos, se calmó.

Si bien no es el tema principal de esta historia, voy a aprovechar de decir que si bien el lugar donde estábamos sirve para contener las crisis que estamos viviendo, voy a resaltar que no creo prudente que junten a adolescentes con adultos. Especialmente a aquellos que alguna vez fueron abusados, los exponen a personas con ciertas personas que por la patología que sufren muchas veces no respetan los espacios personales de la gente, generando mucha ansiedad en niños; digan lo que digan 17 años son niños.

Después de ese vuelco en la historia vuelvo a Jane. Ese día seguimos conversando y me dice qué hay dos de sus personalidades que le dicen que se haga daño, que le gritan que el mundo está lleno de gente mala y que no vale la pena seguir viviendo. Le sonreí y le dije que tratara de no escuchar a esas voces, que escuchara a las otras.

Este tipo de patología trae ciertas sutilezas consigo misma, cada vez que cambiaba de personalidad se sentía incomoda en su cuerpo, no le gustaba su voz, su pelo, su cuerpo no le pertenecía. Solo puedo imaginar lo que significa de pronto despertar en un cuerpo que no es el tuyo, debe ser un peso adicional a una enfermedad que de por si es poco entendida y poco común.

Estos últimos días he recordado mucho a Jane, especialmente por que lo más probable es que nunca la veré de nuevo, quizás es por el hecho que lloró cuando me fui, no quería que la dejara sola. Pero hay algo más que me ha estado dando vuelta en la cabeza. Ella tenía ciertas personalidades que le decían que la vida no vale la pena, las tenía identificadas, no era ella. El resto de nosotros cuando escuchamos estas voces sabemos que somos nosotros mismos, no podemos culpar a un ser invisible dentro de nuestras cabezas que nos dicen cosas malas, no. Somos nosotros mismos, nuestro cerebro, nuestras vidas. Nosotros no tenemos a Harry que se preocupa de cuidarnos, formamos corazas y escudos que nos defienden del mundo exterior. Todos tenemos a un niño pequeño dentro que se asusta con ciertas cosas. Todos utilizamos ciertas herramientas para ignorar u olvidarnos de las cosas que nos hieren. La única diferencia es que para ella esos mecanismos tenían nombre e historia, el resto de nosotros estamos solos con nuestros pensamientos y no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos. De una manera enfermiza me hizo envidiarla un poco, poder tener la capacidad de decir: “esa persona que no quiere seguir no soy yo, y le voy a trabajar en no escucharla.” Lamentablemente siempre me voy a escuchar.

Me gustaría poder verla de nuevo, saber que está bien, por ahora solo puedo recordarla y desearle lo mejor.

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