Capítulo 1
La policía de Walton, que poca falta hace en el viejo puerto de Nueva escocia, llegó al hotel de paso cerca de la carretera hacia Quebec. Las luces de la patrulla alumbraron el lugar y el dueño, que los esperaba hacia unas horas les abrió la puerta sin decir nada. Los oficiales hicieron un par de preguntas pero el dueño contestaba a todas lo mismo: «No sé».
Los oficiales revisaron la habitación 202, donde una noche antes Álvaro Barbosa se quitó la vida con un machete oxidado. Los peritos y el equipo de investigación llegaron más tarde y continuaron la rutina de preguntas pero recibieron las mismas respuestas.
– Pierde su tiempo conmigo, señor comisario. Nunca pregunto a mis clientes datos personales.
La investigación se cerró, era fácil concluir en que el Inmigrante Álvaro Barbosa de origen mexicano se había quitado la vida por depresión y posible alcoholismo, catalogar una muerte de un mexicano no merecía tanto empeño.
Los diarios en Toronto hablaron de la noticia en un pequeño espacio luego de la sección de deportes; Blue Jays han recibido a su nuevo jugador proveniente de Estados Unidos, la ciudad celebraba en medio de una oscura sombra que cubre a la ciudad, sin embargo, poco importa cuando hay basebol. Los oficiales reían sobre un chiste que se enviaron por email mientras tomaban café. Determinaron, se llevaron el cuerpo y la familia de Álvaro Barbosa será contactada para repatriar el cuerpo. El proceso es rápido ahora, exprés. Bendito capitalismo.
Todo había acabado cuando por fin llegamos al hotel, mi jefe, Iván, escuchó con atención la historia contada por la hija del dueño del hotel. Adrián y yo esperábamos detrás de él. Luego nos dieron las llaves y subimos a la habitación. En la alfombra aún podía verse la marca de la sangre.
La hija del dueño, Lauren, una mujer blanca, robusta y risueña, se portó cordial y amable, nadie había querido hospedarse en el hotel desde el suceso, pero mi jefe no le importó.
– En la unión soviética había cosas peores.- Dijo mi Iván mientras se recostaba en la cama.
Dejé mi mochila y salí al balcón a fumar un cigarro. Cero mensajes, cero llamadas; mi teléfono era un artefacto que está en mi bolcillo donde veía pornografía de vez en cuando o escuchaba música en el baño.
Pasaron un par de horas, no había mucho que hacer, un hotel en medio de la nada; así que bajé al lobby, saludé a Lauren y me ofreció café.
– ¿ Son militares?.- me preguntó.
– No. – Contesté mientras daba un sorbo al café.
Ella no dijo nada más, supuso que no quería hablar.
Era una mujer grande y grotesca, era fea, tenía la espalda ancha y las caderas angostas, las rodillas chuecas y no tenía un diente. Creí que era verdad eso que dicen sobre las mujeres canadienses de campo, todas son feas.
Subí a mi habitación y me dormí.
Por la mañana salimos temprano y estuvimos en la carretera durante 14 horas más. De vez en cuando bajábamos a orinar, a fumar o comprar algo de whiskey. Iván no era muy conversador y Adrián veía el celular todo el día, así que como no podía escribir ni leer en la camioneta, sufro mareos y solo me quedaba escuchar el country de la radio y ver el paisaje, el repetitivo y cansado paisaje.
Llegamos a la casa donde nos hospedaríamos durante los próximos meses; poco entiendo de lo que haremos, supongo que es algo sobre sensores y electricidad; según Adrián debemos grabar los sonidos del bosque pero sigo sin entender porque la ropa militar y las armas en la camioneta. Poco me importa ralamente, haré plata para no trabajar el resto del año.
Bebimos un par de cervezas, Iván hablaba sobre su adolescencia en la unión soviética, su tiempo en el ejercito y su esposa. Adrián no dijo nada, solo observaba la pantalla de su móvil, de vez en cuando reía y luego desaparecía hundiéndose en la luz de la pantalla.
Por la mañana escuché disparos de un rifle cerca de la casa. Al salir vi a Iván sin camiseta, disparando a unas latas y fumando un cigarrillo. Preparé café, me fumé un cigarro y fingí reírme de sus chistes. Tomé un revolver que estaba sobre una mesa en el jardín y disparé hacia una lata. Sentí dolor en la mano, la misma que me rompí por la mitad hace un año. Fingí normalidad.
– Entonces… ¿Te follaste a Lauren?.- Me preguntó Iván con ironía.
No contesté, solo sonreí, Prendí otro cigarro y disparé a otra lata.
– En un par de semanas me rogaras llevarte con ella.- Dijo Iván mientras disparaba con otra arma.
Unos minutos mas tarde llegó Denis, el guardabosques; nos llevó en su camioneta vieja donde debíamos trabajar, 20 kilómetros dentro del bosque. No me pareció tan mal, parecía un lugar tranquilo.
Denis era un anciano con cabello largo y barba hasta el pecho, olía mal y tenía un ojo desorbitado. No entendía su acento, realmente nadie lo hacía. Llegamos al bosque, nos explico el plan del trabajo, pero no presté atención, estuve sacándole filo a mi machete, luego corté algunas ramas y me fumé un par de cigarrillos.
De regreso a la casa, Denis nos dijo que debíamos tener cuidado con los osos, los lobos o los zorros. Son inofensivos, según Denis. Me es indiferente, tengo un revolver.
– Hay una bruja en el bosque, si les habla, solo háblenle con respeto es todo.- Dijo Denis.
– ¿Es tu esposa, Denis?.- Preguntó mi jefe mientras nosotros reímos.
Denis no se rio a pesar de tener buen sentido del humor.
– No trabajen después de las 8 PM, si ella les habla solo pidan perdón y márchense..- insistió Denis.
Iván solo soltó una pequeña risa mientras bebía más whiskey. Me preocupé, mi revolver no servía de mucho ahora.
Al llegar a casa, leí unas páginas del diario local, luego escribí algunas ideas para mi novela, Iván me ofreció Whiskey pero me negué; intento beber menos.
Me fui a mi habitación que compartía con Adrián, casi lo encuentro con los pantalones bajo masturbándose pero pude cerrar loa puerta de nuevo antes de verlo. No me importó ralamente, me fui a mi cama. Esa noche soñé con Sofía, que nos casábamos, que teníamos un lindo departamento y una niña con ojos verdes como ella. Luego soñé con la bruja, a las 3 am me desperté para fumar y robé un poco del whiskey de Iván que se quedó dormido en el sillón completamente borracho. Hasta ese momento comprendí que durante los próximos 14 meses tendría que vivir de esa manera, aunque, a decir verdad no creo que mi vida anterior fuera mejor.
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