Soñando bajo la Lluvia Oscura

Soñando bajo la Lluvia Oscura

Ichiri Tashinovi

05/04/2021

En una ciudad tan grande pueden existir más de diez millones de personas al mismo tiempo, en los incontables edificios pueden trabajar miles de personas en diferentes cosas que ellos deseen. Las calles pueden ser ruidosas, alborotada, complicada y estresantes en su propio sentido, no obstante cada persona siempre estará ligada a las reglas sociales que viven todos: Trabajo, estudio, alimentación, familia, hogar, amigos, entretenimiento, entre muchas más. Sería extraño conocer a alguien que no tuviera, al menos, una de esas reglas comunes… o es lo que le gustaría a Hikaru Tatsuri que se encontraba en la mitad de su entrevista de trabajo. Nervioso, el vertía con una camisa formal de color azul celeste, una corbata negra con líneas diagonales azules y un blazer de color negro. Llevaba un pantalón azul oscuro y unos zapatos de gala negro que se notaban algo desgastados. Se veía como una persona normal, las preguntabas que le hacían las respondía cortésmente, a veces inclinaba la cabeza para afirmar algo y se sentía muy ansioso por que lo aceptaran. Entre las personas que estaban entrevistándolo, una señora de cabello liso y largo, color negro con rayos rojos, una mirada un poco intimidante y su manera de vestir le daba una elegancia de alta clase. Ella parecía no dejar de mirarlo y preguntarse sobre su manera de vivir, pues le parecía que algo no encajaba en su rostro que parecía una máscara junto con una grabadora con respuestas predeterminadas.

Conforme pasaron las preguntas, Hikaru sentía más y más tristeza hasta el punto que no podía lograr hacer contacto visual con los entrevistadores. Ellos, al darse cuenta de su pésima autoestima, solo hicieron una sonrisa formal diciendo «Estaremos comunicándonos contigo». Hikaru se sintió devastado en su interior mientras salía de la oficina, hizo una reverencia agradeciendo el tiempo dado y se fue caminando por el pasillo mientras escuchaba la vos de una secretaría diciendo «Siguiente, por favor».

La entrevista era en un edificio de 16 pisos, pero él se encontraba en el décimo, así que esperaba coger un ascensor y salir del lugar lo más pronto posible.

Mientras esperaba, observó a su alrededor notando como personas trabajaban muy bien, una secretaria respondiendo un teléfono, un conserje limpiando muy bien el suelo donde dos trabajadores habían chocado y derramado café, varios hombres hablando de negocios y estadística sobre inversiones importantes. Con un suspiro, Hikaru se arrepentía de no lograr ingresar a una universidad por no tener una estabilidad correcta, él solo iba por un puesto de conserje que estaba disponible. Era duro que sus 26 años, aun no lograba obtener aquello que más quería, más anhelaba, más amaba; Una vida.

Las puestas del ascensor abrieron, dejando ver a dos hombres que se encontraban al fondo del lugar. El joven solo sonrió por respeto, inclinó un poco su cabeza e ingresó. Cuando las puestas se cerraban, escuchó una mujer que decía «espere» mientras corría. Hikaru obstruyó las puertas para que éstas volvieran a abrir y dejaran entrar a una mujer conserje con una escoba en su mano diciendo «gracias». El ascensor fue testigo de la reunión una persona con tres espectadores que siempre lo veían, aunque nunca tuvieron la oportunidad de hablar con él… y tristemente nunca lo harían.

Hikaru se encontraba en frente de la puerta, los dos hombres se encontraban en cada esquina del lugar mientras que la señora se encontraba en el centro de ellos. El hombre que estaba al lado derecho era un señor con cara muy joven, podía aparentar fácilmente unos 30 años, llevaba una camisa de manga larga color blanco, un jean negro mate y unos tenis color rojo carmesí. Llevaba una maleta que estaba en su espalda, aunque parecía no llevar nada por lo vacía que se veía. Un hombre relajado, con una mirada amable y una sonrisa que podía hipnotizar a muchas mujeres que lo vieran. La mujer en medio tenía el cabello dorado como el oro mismo, no era tan largo y estaba muy bien cuidado. Sus ojos verdes parecía un cristal que pusieron en un tesoro histórico. Aunque llevaba el overol que representaba su trabajo, su cuerpo delgado con sus figuras podía resaltarse muy bien. Se notaba que ella podría ser una modelo si lo deseara, pues su mirada transmitía confianza y calidez junto a su sonrisa blanca. El tercer hombre era alguien que parecía totalmente diferente a los dos anteriores, pues se veía un señor delgado que sus pómulos estaban bastante pronunciados. Sus ojos negros brillaban como la noche misma, llevaba un sombrero de copa negro, un abrigo formal, un pantalón y zapatos elegantes del mismo color. Podía parecer mayor, pero su mirada honesta y caballerosa juntándolo con la sonrisa daba una persona que podías respetar con solo mirarlo.

El hombre de abrigo negro sacó un reloj de bolsillo, lo abrió apretándolo un poco y observó a las dos personas a su lado, hizo un reojo a la espalda de Hikaru antes de cerrar su reloj y guardarlo mientras ponía una cara un poco triste. La mujer de cabello dorado suspiró fuertemente y el hombre de camisa blanca parecía sentirse culpable por lo que le dolía mirar la espalda del joven que estaba en el lugar.

Cuando se abrió el ascensor para anunciar su llegada al primer piso, Hikaru salió rápidamente como si lo estuvieran persiguiendo, mientras que los otros tres acompañantes salieron y lo miraban irse. Pues ellos ya sabía la cruel realidad del joven que salía del edificio para tomar las calles principales y caminaba mirando hacia el suelo como si se le hubiera perdido algo, aunque intentaba disimular con la cantidad de personas que pasaban a su alrededor. El hombre de blanco asintió cuando los otros dos lo miraron, con una profunda tristeza y culpa en su interior comenzó a caminar saliendo del edificio.

Hikaru se acomodó en un parque mientras observaba desde lejos que un grupo de personas había botado una bolsa con comida por dentro. Su estómago estaba rugiendo fuertemente y ya comenzaba a sentir dolor del hambre que tenía, pues él sabía que era algo normal que debía hacer, así que se quitó el blazer y la camisa formal junto con la corbata dejando mostrar una camisa de manga corta y cuello redondo color negro. Todo lo guardó en una maleta que tenía y con un suspiro caminó rápidamente para meter su mano en la caneca de basura y sacar la comida que habían botado. El hombre de blanco estaba recostado de un árbol mirando aquella escena. Recostó su cabeza y mirando las hojas verdes que bailaban al son del viento dijo —Lo siento mucho, amigo—, comenzó a caminar a la misma dirección donde se encontraba Hikaru que estaba comiendo felizmente aquella primera comida del día, aunque fueran más de las dos de la tarde.

Hikaru sintió que un hombre pasó frente a él, pero cuando fue a ver comenzó a toser fuertemente como si se estuviera atorando con algún hueso. Cayó al suelo y sintió un dolor en el pecho que no le permitía respirar correctamente. Solo pensaba «Por favor, aquí no… por favor» mientras luchaba para controlarse a sí mismo. Solo pasó unos minutos para que él se recuperara, pero el hombre de blanco sentía la culpa más grande de su vida mientras que sus dedos se llevaba varios hilos de color blanco brillante. Cayó al suelo, cerca de un árbol y comenzó a llorar sabiendo que su trabajo como Ángel de la Vida había terminado.

Aquel joven se levantó sudado, con la mirada borrosa y una respiración forzada. Las nubes comenzaban a amenazar una lluvia simple pero muy fría. Aún estaba muy temprano y todavía debía caminar si quería conseguir comida de la misma manera que la consiguió hace unos momentos y, si la suerte se lo permitía, algo de tomar y alguna moneda que loa ayudara a ahorrar para unos medicamentos que necesitaba. Aun se preguntaba en qué momento se había vuelto tan enfermizo, pues el no dejaba de recordar que en su niñez fue una persona que le gustaba hacer de todo y no le importaba como terminara. Era tan inquieto y descontrolado que sentía que la vida le estaba cobrando por todo eso. No olvidaba sonreír cuando sentía que aún, en esos momento tan difíciles, existieron partes de su vida que lo llenaban de felicidad.

Su camino se volvió complicado, las personas caminaban de arriba a abajo sin detenerse, si esperar, sin ponerle cuidado a su alrededor. Hikaru siempre caminaba con la cabeza levantada aparentando ser como los demás, ser una persona más de lo que llamamos Sociedad. La lluvia comenzó a caer lentamente junto con un frío que daba la sensación de soledad cuando rosaba la piel de un joven que luchaba por volverse como los demás eran, pues su sueño era ser como los demás, vivir con las reglas de tiene la sociedad y esforzarse por ser el mejor en eso. Ante la extraña lluvia que comenzaba a volverse más fuerte, él sacó una sombrilla de su maleta, era solo para una persona pero estaba algo dañada ya que la había recogido del suelo hace unos días. Le servía para cubrirse del agua que no daba espera mientras caminaba lentamente esperando tener algo de suerte en su día.

Aun su enfermedad se estaba haciendo notar en su cuerpo, el joven trabajaba fuertemente para que no lo lastimara, para que nadie supiera que estaba lastimado y para que nadie lo viera con lástima ya que seguía soñando con el día que lograra obtener todo lo que una vez tuvo… una familia, un hogar, una comida y una sonrisa. El solo recordar cómo le fue arrebatado todo eso lo hacía llorar en el interior y los tres acompañantes lo sabían, pues la mujer de cabello dorado lo conocía desde el momento que nació, lo vio crecer y ser alguien muy interesante, alguien que podía vivir felizmente en el mundo… lamentablemente ella ya sabía lo que iba a suceder y no podía hacer nada al respecto. No pudo ayudar el día que su hermano menor murió por un tumor cerebral, no lo pudo ayudar cuando sus padres murieron en un accidente aéreo y él quedó solo en un mundo desde los 16 años, no lo pudo consolar cuando él lloraba en las tumbas de su familia mientras juraba salir adelante y ser alguien que la familia estuviera orgullosa, pero la suerte no es de fiar cuando se trata de vivir. La mujer de cabello dorado le dolía ver a la persona que ella veía por muchos años siendo odiado, despreciado, mal juzgado y rechazado por todos los que lo veía, aunque siempre se esforzara a vestir como los demás, a ser limpio, ser respetuoso, ser una persona que la sociedad aceptara.

El ángel de la vida aún seguía con ellos, pues sabía lo que iba a pasar, pero no era capaz de irse así como así cuando la persona que él había encomendado al mundo se le había arrebatado todo. La mujer de cabello dorado veía a Hikaru caminar lentamente por su enfermedad y porque ya habían pasado tres horas desde su última comida que no lo llenó, si no que hizo que su cuerpo gritara por más comida ya que no fue casi nada lo que logró ingerir. Ella sentía dolor y ansiedad, le disgustaba que fuera así como debían ser las cosas y solo soñaba que la lluvia no fuera tan oscura. Comenzó a caminar mientras veía como el joven había logrado encontrar una bolsa pequeña con dos panes grandes en su interior, aunque estaban algo duros, fue una comida que él era muy feliz. Ella dio el mejor tiempo que pudo, él comía tranquilamente mientras buscaba algo para beber, ella se acercó por su espalda y lo abrazó fuertemente mientras que él sentía que un hermoso calor lo cubría por unos segundos, era un calor que nunca olvidarías cuando la madre te abrazaba al momento de estar asustado o estar triste mientras escuchaba como una mujer le susurraba al oído —Te amo, niño mío—.

El sonido de un claxon que provenía de camión grande lo despertó a lo que él creía un sueño mientras que la mujer se alejaba con unas plumas en su mano. Era incapaz de mirar atrás cuando escuchó que el viento salvaje había dañado la sombrilla de Hikaru y la lanzó lo más lejos posible, luego tropezó contra una persona que iba en una cicla haciéndole caer el único pan que le quedaba, cayendo a la carretera y siendo aplastado por los carros y dañado por el agua y el lodo que lo hacía imposible de recoger. El joven estaba mojado, llorando y sin posibilidad de recuperar lo único que había logrado encontrar. Ella se sintió destruida en su interior, caminó hasta la pared más cercana y llorando con las plumas en su mano aceptó que su trabajo como Ángel de la Guarda había terminado.

El hombre de sombrero miró su reloj e hizo la seña que el tiempo estaba hablando claramente, ahora todo dependía de lo que él hiciera. Aunque era doloroso ver al joven caminado bajo la lluvia mientras soñaba que al día siguiente todo mejoraría, pues para él todo lo que pasó era lo más normal, era algo que ya había pasado mil veces y estaba seguro que era algo que debía pasar ya que sentía que estaba pagando el peor de los castigos por no ser parte de las reglas que viven los demás.

Durante su caminata, Hikaru recordó sus días felices con la familia que una vez tuvo y en el momento actual se despreciaba a sí mismo por fingir estar vivo ante los demás mientras seguía luchando para encontrar algo que lo ayudara a soportar el dolor del frío que tenía en su interior mientras pensaba en lo que haría al otro día, pues ya no tenía dinero y el único teléfono que utilizaba se le estaba dañando por el agua que no alcanzaba a secar correctamente. Tenía mucho miedo de pedir dinero a las personas externas, pues ya lo había intentado varias veces sin resultados positivos y siendo despreciado por las personas que lo miraba como él agachaba la cabeza varias veces para pedir una ayuda y así encontrar la manera de comer, de beber y de obtener los papeles que necesitaba si quería seguir luchando al día siguiente. En ocasiones él soñaba con encontrar una buena cantidad de dinero, suficiente para poder comer tranquilamente, poder alquilar una habitación, aunque solo fuera para un día y poder bañarse correctamente y no hacerlo en baños públicos donde solo usaba trozos de tela para limpiarse y no oler tan mal para ser odiado. Esperaba encontrar los suficientes para poder comenzar el siguiente día correctamente y estar listo para todo. El hombre de sombrero entendía que no esos sueños no podían cumplirse y más cuando el joven, en lo más profundo de si interior, no sentía que podía continuar, que en las noche más oscuras él lloraba en las cobijas que consiguió para desahogar el dolor que tenía que guardar cada día desde que perdió las posibilidades de conseguir algo que a su edad ya se veía un sueño muy lejano.

Las cobijas que Hikaru consiguió las guardaba en un árbol, cerca donde él dormía y eso ayudaba a que no fuera una molestia para las personas que pasaban cerca, él solo pensaba en llegar y poder dormir esa noche para acabar lo más rápido el día, lograr dejar la dolorosa sociedad que tenías que acostumbrarte. La lluvia comenzaba a caer más fuerte, una chaqueta delgada color azul fue lo único que pudo encontrar para no sufrir el frío, decidió escampar mientras que se quitaba el exceso de agua que tenía en su cara y cabello. Las miradas de las personas pasando a su lado mientras los juzgaban por la manera tan extraña de vestir era lo que él se acostumbraba, pero alcanzaba a sentir ira por ver como los demás se burlaban de alguien que no tenía y de rebajarlo tan fácilmente al punto de menospreciarlo solo por estar ocupando un espacio en la sociedad. El hombre de sombrero le disgustaba eso, pero no podía hacer nada puesto que su reloj le estaba diciendo que él iba a descansar.

Cuando el joven logró llegar al lugar donde se encontraba sus cosas, notó que todo había sido quemado por las personas que vivían cerca y escuchaba como aquellos que pasaban se reían de lo que estaba sucediendo. Entre la tos fuerte, el cansancio, el frío y el hambre que tenía, solo comenzó a caminar para encontrar una cobija que alguien botara y así poder descansar la noche oscura y ruidosa. El hombre de sombrero hizo su único y poco aporte, pues vio una persona mayor botar una cobija gruesa y grande por lo que hizo un sonido para que el joven se diera cuenta de la bolsa que contenía el único regalo que le podían regalar en el lugar tan complicado que se encontraba. Bajo una carpa simple, Hikaru se enrolló y se acostó para descansar correctamente. Comenzó a toser varias veces, su pecho le dolía como nunca, sus lágrimas de dolor e ira no paraban, el frío en su cuerpo no quería irse y su estómago suplicaba un último bocado antes de acabar con el día, pero el joven solo podía disculpase por no poder lograr estabilizarse en ese día, no poder comer, no sacar las cosas correctamente, no ser como los demás para ser mejor. La sangre comenzó a salir cada vez que tocia y solo deseaba poder controlarlo para descansar, hasta que sintió que alguien se le acercó y lo toco.

Su cuerpo comenzó a sentirse más liviano, el frío estaba desapareciendo lentamente y sus ojos anunciaban que era momento de descansar. Escuchó como un hombre le decía —¿Cuál es tu deseo?—

Con lágrimas en sus ojos, tomó el mejor respiro de su vida para responder —Quiero vivir— en ese momento sus ojos se apagaron totalmente, su dolor se había desvanecido y sus sueños quedaron en el aire. El hombre de sombrero apretaba el reloj en su mano izquierda, decidió guardarlo en el bolsillo de su abrigo como el recuerdo más importante para él mientras derramaba un par de lágrimas entendiendo que su trabajo como Ángel de la Muerte había terminado.

Una lugar que estaba rodeado de color blanco había tres acompañantes que llevaban a un niño de 10 años al frente de ellos. Aquel niño preguntaba con su mirada si ya iban a llegar, pero los tres ángeles le hicieron la seña que debía tener paciencia. Después de unos minutos, apareció una cabaña que se hallaba en la mitad de un campo de flores, parecía un hermoso espejismo o un reflejo de un sueño. En aquella casa estaba un niño de 7 años jugando con una pelota, una señora de cabello negro muy largo tomando una taza de café y un hombre que estaba entrando mientras avisaba que iba a traer algo. El niño miró atentamente y preguntó con su mirada si podía ir, los tres acompañantes accedieron.

El niño de la pelota notó que alguien venía, por lo que lanzó su juguete lo más lejos posible y gritó —Hermano—.

La mujer, al escuchar esa palabra, sonríe y con lágrimas dice —Bienvenido a casa, hijo mío—.

El hombre salió rápidamente cuando escuchó que algo sucedía y al percatarse de lo que estaba pasando, dijo con una sonrisa —Llegas tarde—.

Los tres acompañantes sonrieron mientras giraban para irse, pues debían cumplir con su nuevo trabajo. Entre suspiros, una manita pequeña jalando el pantalón del ángel de la guarda los detuvo en seco, pues se fijaron que el niño les sonreía mientras inclinaba su cabeza diciendo —Gracias por cuidarme— sus ojos parecían que al fin ya se sentía mejor, sentía que su deseo iba a ser cumplido porque ahora podría vivir. Los ángeles no aguantaron las lágrimas mientras la despedían pues los tres se sentían que habían traicionado a la persona que confiaba en ellos. Ellos entendieron que los sueños bajo la lluvia oscura habían terminado.

Tres meses habían pasado, las noticias anunciaban el apoyo a las personas habitantes de la calle cuando encontraron el cadáver de un hombre de aproximadamente 25 años con neumonía crónica que pudo haberse ayudado correctamente. El alcalde avisó que muchas empresas estarían dispuestas a dar el apoyo necesario, entre ellas se veía la misma empresa que decían que una vez tuvieron una persona que vivía en la calle y buscaba trabajo, lamentablemente no lo aceptaron por políticas internas, pero estaban totalmente arrepentidos.

El ángel de la guarda escuchaba esa noticia tan hermosa en la cafetería mientras trabajaba en cuidar al futuro miembro de una pareja que tenía una cita en los cinco años que estaban juntos, aunque ellos no sabían que sobre la personita que le daría la mejor sorpresa de su vida. El sonido de una camarera diciendo “Bienvenido” llamó la atención de la mujer de cabello dorado, pues el ángel de la muerte entraba lentamente. Ella, impresionada, hace un rápido vistazo preguntado si iba a suceder, cosa que el hombre de sombrero negó rápidamente con una sonrisa. Solo le hizo la seña de espera mientras que otra camarera daba una nueva bienvenida a un hombre que quedó sorprendido cuando vio a sus compañeros sentados.

Ángel de la muerte saca un reloj del bolsillo de su abrigo, ángel de la guarda lo reconoció inmediatamente y ángel de la vida lo cogió haciéndole un giño mientras sonreía y veía como el reloj comenzaba a moverse señalando a la feliz pareja que no dejaba de coquetear. Los ángeles sonrieron y, mirando a la ventana, se dieron cuenta que los nuevos sueños bajo la lluvia no iban a volver a ser oscuros.

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