Las tenues luces de las lámparas a lo largo de calle no cumplían la función que se esperaba o como normalmente lo hacían, aquella noche fue la excepción, cuando simplemente abandone la calidad de mi apartamento y salí a dar un paseo nocturno sin darme cuenta de la hora, aquí siempre te encuentras con varias personas, desde jóvenes que se reúnen a jugar algún deporte o los que simplemente deciden alcoholizarse hasta perder la memoria, con ancianos amables que pasean sonriéndose el uno al otro, dando gracias de poder haber tenido una vida juntos, claro que a las tres de la madrugada con las luces tenues y una ligera capa de neblina paseándose lentamente por las sólidas calles lo más seguro, es que no veas ni a un vago perdido.
Me abrase para apaciguar el frió que antes no había notado, últimamente pocas veces noto lo que pasa a mi alrededor, pocas veces me fijo en la gente, en aquellos que pasan junto a mí. Ultimamente hay un hueco en mi estómago, algo que no me deja estar cómodo ni en la cama de mi amante, en que ese momento debería dedicarle mi todo, simplemente ese hueco está ahí como una bomba de tiempo esperando a estallar, como si todos tuvieran idea de que va pasar menos yo.
Mis pisadas suenan en la calle, no hay nadie más, las corrientes de frió son ligeras, pero, el frió te cala hasta los huesos, tal vez, hasta el alma, susurran lentamente un aviso en mis oídos, pero no lo entiendo, no soy consciente de ello, y mucho menos de lo que me dicen así que simplemente continuo caminando arrastrando de vez en cuando los pies. Entonces me fijo en el sólido callejón frente a mí, me da un aire de suspenso, como en las películas de terror pero aquel callejón, con tenues luz no parece aterrador, me he quedado de pie frente a él, las paredes a su alrededor parecen tan normales como cualquier otra se vería a la madrugada, eso no quita que me asuste un poco, con poco convencimiento decido dar la vuelta y volver a mi departamento. Justo cuando me he dado la vuelta un apagado gemido suena en el callejón, mi cuerpo se paraliza de miedo, aquel es un simple gemido apagado que apenas he escuchado, ordeno a mis pies avanzar pero ellos han dejado de escucharme, otro gemido suena esta vez más audible, como si un niño llorara, aquello me caló el alma, mi cuerpo suda de lo tenso que esta, deseo más que nada salir corriendo, sus gemidos se vuelven más altos, más seguidos, quiero dejar de escuchar, me están volviendo loco, los oídos me zumban, mi cuerpo tiembla, sudando frio, no quiero, no quiero. Se repite en mi cabeza una y otra vez, ya no me escucho lo único que puedo oír es el llanto desesperado, entonces todo queda en silencio, mi cuerpo no resiste, he caído en mis piernas, voy a tomar mi cabeza entre mis manos para calmar el zumbido, antes de poder sentir mi cabello, dos frías manos pequeñas me rodean, tapando mis ojos tan rápido que de un momento a otro no veo nada, las manos heladas tensaron aún más mi cuerpo y entonces susurro a mi oído tan frio, tan dolido, tan roto, lentamente saboreando cada letra – los niños buenos no salen de su casa solos en la noche- en aquel momento recordé cuando mamá me dijo esas palabras, una noche me había escapado de casa con mis amigos, regrese a la madrugada, pero lo siguiente que susurro me dejo helado, – mamá ya no ésta para cuidar de ti- la oscuridad cedió y yo estaba en el fondo del callejón, inmóvil, el niño que antes escuche llorar estaba ahí sentado, no tenía color ni nada que lo distinguiera, era como otra sombra del callejón, en la esquina susurrando suplicante.
Por favor mamá- suplico a la pared del callejón, su vos cambio de fría a la de un niño suplicante, no tuvo respuesta audible, pero enseguida volvió a decir- mamita no quiero te lo pido- y tampoco obtuvo respuesta- mamita – fue el último susurro, entonces se volvió a mí. – es el momento-fue todo.
Sonrío en dirección a la pared. Un agudo dolor en el pecho me hizo bajar la mirada, aquella sombra estaba devorándome, comía mi carne a la vez que sorbía mi sangre, volvía a morder y sin importar que tan agudo era el dolor no perdí la conciencia, solo podía mirar la sombra devorar mí carne y gemir por el dolor. Cuando llego muy profundo, miro mi corazón, las frías manos de la sombra lo rodearon, un segundo después lo arranco. El dolor fue algo que jamás había sentido pero lo siguiente y sea donde sea que este no lo le olvidado; el niño llevo el corazón a la pared de la cual se desprendió una sombra. Unas delgadas manos oscuras tomaron mi corazón, un agudo dolor se extendió dentro de mí, la sombra mayor se acercó a mí, con lo que sería su cabeza y boca succiono algo que no era ni mi sangre, ni mi carne, fue lo que posiblemente llamamos alma aquello que nos hace vivir. Y la sombra se transformó en una joven delgada de aspecto dulce y cara angelical. No puedo evitar recordarlo día a día en este oscuro callejón, en estas sombras que me encadenan a ellas.
OPINIONES Y COMENTARIOS