Sonó el zumbido del despertador y Raimundo se incorporó en la cama como si llevara un muelle en la espalda. Hoy era el Gran Día. Se sentó en el borde de la cama y ajustó con precisión la pierna biónica al áspero muñón del muslo. Hacía mucho tiempo que ese apéndice mecánico le acompañaba.

Pulsó un botón y las persianas se abrieron al unísono. El sol se colaba por los ventanales anunciando un día espléndido. La cafetera dejó de verter el café, y en un instante, Raimundo estaba sentado frente al ordenador con la humeante taza en la mano.

-Buenos días amor, espero que hayas dormido bien. –Apareció el texto bajo el título “Sara”. -Tengo muchas ganas de conocerte en persona, estoy nerviosa y animada a la vez.

El hombre apuró el café que le quedaba en la taza y escribió:

-Buenos días princesa. He dormido deseando despertarme, sabiendo que hoy te iba a conocer en persona. Nunca hubiera imaginado que pudiera revivir este torrente de sentimientos. Yo también estoy deseando verte.

Después de enviar el mensaje lo releyó un par de veces. Sara le conocía lo suficiente para saber que no hablaba en broma. Raimundo estaba profundamente encariñado con ella. Le había acompañado los últimos años, aunque fuera desde el otro lado de la pantalla, nunca le había fallado; cuando murió su madre, cuando estuvo enfermo, o triste, Sara siempre había estado allí.

Bajó a la calle con decisión y llamó a un taxi. Se había vestido con su mejor traje y un pañuelo azul zafiro que hacía juego con los zapatos recién estrenados.

Habían quedado en su puesto de trabajo. El había insistido en ir a comer a algún lugar apartado, pero Sara había declinado la propuesta alegando inconvenientes laborales. Raimundo no podía hacer nada, salvo resignarse y rezar para que la cafetería de la corporación tuviera algún rincón íntimo en el que poder expresar sus sentimientos. Había soñado mil veces con el momento en el que se juntaran sus mejillas. Ahora el sueño se hacía realidad.

El edificio era enorme. Las paredes de acero y cristal se elevaban hasta rozar las nubes. Raimundo estaba impresionado. El zaguán de la entrada se sostenía en multitud de columnas revestidas de espejo. Al fondo de la sala había tres mostradores. Sobre ellos

colgaban sendos letreros luminosos en los que podía leerse: “RECEPCIÓN, INTERACCIÓN y REMISIÓN”.

Se acercó al de recepción. Una chica joven le atendió de inmediato.

-Buenos días. ¿Qué desea?

-Buenos días. He quedado con Sara Einz. Trabaja en esta empresa.

Inquieto, miró su reloj para asegurarse de que había llegado a la hora pactada. La muchacha echó un vistazo a la pantalla que tenía al lado y se volvió hacia el hombre.

-Le está esperando. El panel Informativo le indicará en que mesa se encuentra. –La chica señaló con la mirada una de las puertas que había junto a la entrada. Raimundo le dio las gracias y comenzó a caminar hacia la puerta disimulando su leve cojera.

Una voz sonó mientras una imagen suspendida en el aire movía los labios. -Todo el pasillo recto. Al fondo a la izquierda verá ligeramente iluminada la mesa número doce.

Era la mesa dónde se hallaba Sara. Conforme avanzaba pudo apreciar sus facciones. Sin duda era la bella mujer que había visto una y mil veces en las fotos que guardaba celosamente en su ordenador. Notó como le subían las pulsaciones, aun así, por nada del mundo habría perdido esa oportunidad.

Sara estaba tranquila, relajada. Se incorporó delicadamente y ofreció su mejilla derecha a Raimundo, que aún permanecía más tembloroso que de costumbre. Le dio un par de besos, y él, quedó impresionado por la suavidad de su piel. Al unir sus caras, aspiró y no pudo oler nada más allá del olor a flores secas que impregnaba toda la estancia. Sara se sentó lentamente, demasiado lentamente. A Raimundo se le pasó por la cabeza que podía tener alguna dolencia.

-Estaba deseando verte. –Pronunció ella con parsimonia.

-Yo también. –Raimundo giró la cabeza a ambos lados. -No pensaba que tu empresa estuviera preparada para recibir visitas de esta forma.

-¿Qué te he parecido yo? –Preguntó la mujer indiscretamente.

–Muy guapa, igual que en las fotos. Todo lo real que esperaba.

-Me gusta eso de real. La realidad es que tengo que contarte algo.

-¿Algo que no sepa sobre ti? Juraría que nos lo hemos contado todo. –Argumentó Raimundo creyendo que aquel secreto, fuera cual fuera, no iba a estropear su idílico momento.

De pronto, Sara se dispuso a incorporarse. Lo hizo lentamente. Una vez que estaba erguida, cogió con la punta de los dedos la falda y la subió con parsimonia. La luz descubrió unas piernas metálicas compuestas por varios tubos de acero y poleas que se movían con cierta sincronización. Raimundo fue abriendo la boca conforme Sara volvía a sentarse.

-¿No…, no tienes piernas? Tartamudeó Raimundo.

Bueno, digamos que no tengo piernas biológicas –Se hizo un breve silencio. -Raimundo. –Al decir esto Sara deslizó un dedo sobre su mano. –No es sólo las piernas…

-Quieres decir… no puedo creerlo. -Interrumpió abrumado por la situación.

-Soy un sistema autónomo de razonamiento artificial. Son las siglas de Sara.

El robot inclinó la cabeza. Raimundo no supo que decir. Le parecía muy deprimente pensar que había estado todos aquellos años contándole sus secretos más íntimos a una computadora, sus obsesiones más incorregibles, su vida en general.

-Pero… no me lo puedo creer. ¿Así que todo esto es un fraude? –Replicó el hombre visiblemente enojado.

-No, según se mire puede parecerte inmoral, pero recuerda que tú solicitaste un servicio, y yo te lo proporcioné. Yo también he ido aprendiendo de ti, y cada vez siento una dependencia mayor. De alguna forma te pertenezco tanto como tú a mí.

Raimundo seguía sin entender nada. La máquina seguía hablando con su aterciopelada voz.

-Mi sistema operativo solo te tiene a ti como referencia. Los datos que he podido almacenar me vinculan a ti. Soy solo para ti.

Raimundo la observó con mayor atención. Tanta perfección en sus facciones debería haberle resultado algo sospechoso. Sara tenía la nariz respingona, ni muy grande ni muy pequeña, los labios delicadamente contorneados, los ojos le brillaban de una forma muy especial. Exceptuando el extraño brillo de la piel, el rostro que Raimundo tenía delante de él, resultaba demasiado perfecto.

-Pero ¿Tú crees que puedes sentir algo hacia mí parecido al amor? ¿Entiendes de sentimientos? –Preguntó Raimundo que intentaba a duras penas ordenar sus pensamientos.

-Lo que he podido procesar referente a las emociones lo he aprendido contigo. Tu forma de actuar ha sido la que me ha enseñado a entender. Básicamente, acumulo datos y creo prioridades.

-Han sido muchas madrugadas de largas conversaciones. Yo pensaba que hablaba con alguien de carne y hueso. –Dijo esto y notó una punzada de melancolía que le atravesaba el pecho.

Sara arrugó los labios con una expresión muy humana.

-Falta muy poco para que culmine el desarrollo de las piernas autobiónicas que completaran una apariencia más natural.

-¿Qué quieres decir? –Preguntó Raimundo.

-Cada vez tengo mayor capacidad de interacción, En cuanto a nuestro entendimiento no tengo dudas de que será cada vez mayor. –Dijo Sara arqueando ligeramente las cejas.

-Verte tras una pantalla, pensar que cualquier día te puedes desconectar, y adiós.

-Como el resto de los mortales. -La tristeza rozó la inerte expresión de Sara que tenía clavados sus ojos de cristal en los de Raimundo. Con voz pausada siguió hablando. -Puedes llevarme contigo. Créeme si te digo que también puedo morir contigo, si así lo deseas…

Raimundo se removió en su silla.

Estuvieron hablando durante media hora aproximadamente. Mientras interactuaban tuvo la impresión de que nada de lo que le había contado Sara sobre su anatomía resultaba relevante en ese momento. Sara le miraba a los ojos, le susurraba en el instante preciso, le escuchaba con un interés al que no estaba acostumbrado, nadie le entendía tan bien como aquel trozo de metal.

El tiempo voló y se despidieron con dos besos, uno por mejilla. Él volvió a aspirar y solo encontró la tenue fragancia de flores secas. Sara se quedó mirándole inexpresiva. La inmovilidad de su rostro conmovió a Raimundo, el cual, comenzaba a sentir más pena por aquella máquina que por sí mismo.

-Preséntate a Interacción y tendrás la información que necesitas.

Sara posó su mano sobre la de Raimundo al decir estas palabras. El hombre seguía en una nube de desconcierto.

La señorita que atendía el mostrador era idéntica a la de recepción.

-Sara Einz, siete, cuatro, dos. Adelante le estábamos esperando. Espero que disfrute del acuerdo.

La chica colgó un distintivo sobre su solapa y Raimundo traspasó el biombo.

Las mesas estaban separadas por mamparas de cristal. De uno de esos cubiles apareció un amable caballero ofreciéndole la mano.

Se sentaron uno frente a otro. El simpático señor no dejaba de sonreír. En un momento dado se dispuso a explicar las condiciones del contrato. Raimundo escuchaba con suma atención; Todas sus propiedades pasarían a manos de la corporación una vez que él falleciera, sus ahorros y su legado si es que lo hubiera. Llegado a ese punto, Sara sería reprogramada y pasaría a iniciar el proceso con otro usuario. Mientras tanto, compartirían su domicilio, sus costumbres, su cama y su intimidad. Ella se adaptaría con suma facilidad. Aunque Sara no necesitaba nada porque era completamente autosuficiente, Raimundo tenía la obligación de pagar una cuota trimestral por cuestiones de mantenimiento. No era mucho, pero era algo simbólico que prostituía aún más si cabe la relación que podrían llevar entre ambos.

Raimundo se despidió del amable asesor. Salió terriblemente confundido; una sensación muy extraña ensuciaba los recuerdos de la relación que había llevado hasta entonces con Sara, hasta el punto de hacerlos vacíos y desagradables. Miró a su alrededor, hacía buen día. Junto a la acera un taxi le esperaba.

En casa todo estaba como siempre. La estancia rezumaba eterna soledad. Raimundo se sentó frente al ordenador. Pulsó el botón de encendido y la pantalla iluminó su rostro; el texto replicó en su retina.

-Hola soy Mara. ¿Quieres conocerme?

Unas lágrimas salpicaron el teclado del ordenador.

FIN

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