Es difícil decir desde cuándo me siento roto, si desde que insertaron la necesidad de adelgazar hace muchos años o desde que tuve un infarto hace un par de años, pero lo cierto es que tengo esa sensación de vacío, de que nada resuelve mi angustia y mi tristeza.

Me decidí a escribir esto no como algo público, más como un mensaje para mí, una búsqueda en mis profundidades por significado. Estas líneas que quizás las muestre como el resultado de un duelo, por años de discriminación, sufrimiento en soledad y tristeza sublimada.

No puedo decir que me vaya mal a los ojos del sistema, he viajado, tengo una vida acomodada, no tengo presiones en general, pero al mismo tiempo me siento encerrado. El peso de mi cuerpo fue un ancla para mi vida, la discriminación y la invisibilización, fueron mucho más que mi voluntad. Luego, en una “decisión” y una postura estoica, bajé ese peso físico con un costo emocional y social demasiado alto, aun retumban los elogios desde la distancia, junto con mi peso se fue mucho de mi humanidad. El viaje de búsqueda espiritual fue interesante, prácticas de cuestionable validez, luces que poco alumbran y la distancia de los gurúes de turno, configuraron un ser extrañamente alienado.

Todo eso se derrumbó con el reciente infarto, todas las creencias no ayudaron a mi tristeza, a mi frustración. Todos los esfuerzos físicos no resultaron en la salud buscada. Todo fue una mentira. ¿Será que me rompí en el proceso de ser lo que debía?

Hace poco leí sobre el concepto del “hombre roto” en el que me sentí muy identificado. En ese artículo se habla de las expectativas sociales, dificultad para expresar emociones, el estigma de la salud mental, las experiencias traumáticas, mecanismos de afrontamiento poco saludables o las barreras para buscar ayuda.

Nos enseñan a restringir las emociones y a «resistir» ante la adversidad. Expresar vulnerabilidad o buscar apoyo emocional es visto como un signo de debilidad y puede llevar al ridículo o al ostracismo por parte del otro.

Nos exigen un papel de proveedor y protector crea una presión que nos hace priorizar lo externo, la apariencia, el trabajo y el éxito por encima de todo, a veces a expensas del bienestar emocional y la satisfacción.

Nos piden asertividad y agresividad, especialmente en situaciones competitivas o de confrontación. Mientras que rasgos asociados con la vulnerabilidad o la sensibilidad pueden ser estigmatizados.

Nos animan a los hombres a ser autosuficientes e independientes, tanto económica como emocionalmente. Pedir ayuda o apoyo a los demás es un signo de debilidad.

Nos transmiten ideales de masculinidad relacionados con la destreza sexual, la conquista y la virilidad. Lo que me lleva a una lucha contra la intimidad y la conexión.

Nos imponen una forma física como indicadores de masculinidad. Delgadez, musculatura, fuerza y atletismo que llevan a un estrés emocional y comportamientos alimentarios desordenados.

Escribo esto y me siento un títere, un actor clásico con la máscara del macho, pero quebrado por detrás. Incompleto en esencia, y con recursos limitados y media vida por detrás, gran parte solitaria y triste. Mis dificultades para expresar emociones y la obligación de mantener una fachada de fortaleza pueden ser los vectores que justifican mi aislamiento y soledad.

Se que he herido a muchos en el proceso, no creo que con maldad. Me hago cargo de mis debilidades y busco ayuda.

Si bien ya evito recurrir al abuso de sustancias, me temo que la adicción al trabajo o el aislamiento de las interacciones sociales exacerban los problemas subyacentes y conducen a una mayor angustia.

Ya no tengo miedo a ser juzgado y espero superar estas barreras de las creencias arraigadas.

Jose Emiliano

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