Sin salida

La sangre y el agua corren por el suelo, mezclándose y separándose entre las juntas de las losas. La sangre fue aumentando, hasta que por lo único por lo que se sabía que también había agua era la liquidez que mostraba. El agua salía de la ducha que aún no se había cerrado, y que todavía nadie iba a cerrar. Un cuerpo inerte yacía en el suelo medio dentro medio fuera de la ducha, pero ¿cómo había llegado hasta aquí?

Las semanas anteriores a lo ocurrido habían sido horribles, espantosas, pero lamentablemente, como todas. Ya no recordaba un tiempo en el que las cosas fueran diferentes, pero aunque no lo recordase, lo echaba de menos. Echaba de menos las noches en las que el miedo no subía por mi garganta mientras observaba el pomo de mi habitación rezando a un Dios en el que no creía que no girase, que por favor no permitiera eso. Pero cada noche, una detrás de otra, el pomo seguía girando. Y yo seguía rezando.

Por el día era como una adolescente normal, saliendo con mis amigas, pero en el momento en el que llegaba a mi casa, me sentía como una presa peleando por unos segundos más de vida, antes de que el cazador la cazar y mate. Pero a mí me cazaban todos los días, y moría cada uno de ellos.

Mi madre había muerto hacia trece años, había sido atropellada, murió antes de llegar al hospital. Tampoco le recuerdo a ella, tenía cuatro años cuando ocurrió, pero sé que después de su muerte, empecé a tener miedo a que girase el pomo, y que también deje de tener fe. El me la había quitado.

A veces veía a mis amigas, y me permitía pensar como seria todos si fuera diferente, si él fuera diferente. Sabía que si se lo contaba a mis amigas, aunque solo fuera a una, ella me ayudaría. Pero ya lo había intentado, y el castigo había sido mucho peor. Me da miedo volver a intentarlo. Me da miedo que gire el pomo.

Ese día por la mañana, entre en la cocina como cualquier otra. Cogí una fruta, y un cuchillo para ir pelándola por el camino, cuando menos tiempo pasara en esa casa mejor. La odiaba, odiaba lo que me hacía en ella y las paredes me aprisionaban, gritando los secretos que escondían por todas las cosas horribles que habían visto, pero era a mí a quien se lo habían hecho y eso era peor. Cuando me gire estaba en la puerta mirándome, me congele en el sitio. Prácticamente no lo veía en otro momento que no fuera cuando giraba el pomo, y eso era todo gracias mi persistencia en rehuirlo. Le odio, por las cosas que me ha hecho y las que me sigue haciendo. Aprieto el cuchillo que llevo en la mano. Pienso que si se me acerca, se lo clavare, lo hare con todas mis fuerzas. Pero sé que no sería capaz de hacerlo.

Lleva puesto su uniforme de policía, y con el resulta todavía más intimidante que sin él. Me resulta imposible casi incluso respirar del miedo que tengo. Miedo no pánico y horror porque es el monstruo que esconde por debajo de esa bonita fachada que enseña a todo el mundo.

Aterrada, le miro con los ojos abiertos en una súplica de que no haga nada. Pero esa suplica nunca ha servido, y sabía que no iba a empezar ahora. Pero esa vez no giro el pomo, solo me saludo y me deseo los buenos días. Yo respondí algo que sonaba parecido, aunque no puedo estar segura. Lo único que oía era el latido de mi corazón acelerado en mi cabeza.

Salí corriendo lo más rápido que pude. Llegue por la noche lo más tarde que pude. Prepare la cena y me la comí en el balcón de mi habitación, sabiendo que aquí, donde prácticamente estaba en la calle, no me haría nada.

Enfrente los vecinos cenaban, como cada noche, en familia. Podía ver al hermano mayor molestar a la hermana pequeña, mientras su madre discute con ellos para que paren. Me gusta imaginar que estoy allí, ni si quiera me importaría que mi hermano me tirase comida al pelo. En cualquier lugar menos aquí, allí es donde de verdad me gustaría estar.

Intento alargar el momento lo más que puedo, pero los segundos son segundos y los minutos son minutos por mucho que lo alargue.

En un intento desesperado por retrasarlo, pienso en volver a ducharme. Sabía que mientras lo hacía podría estar tranquila, nunca me molestaba mientras me lavaba. La costumbre hacia que mi mirada se dirigiera de forma alternativa, pero constante, hacia el pomo. Y dentro de mí, mi cuerpo estaba en tensión, esperando que no girase. Las puertas no tenía bloqueo, ninguna lo tenía, siempre estaban abiertas y así podía girar el pomo cuando quisiera.

Cuando iba a cerrar el grifo lance una última mirada al pomo, sin sentirme segura. Nunca lo hacía. El pomo estaba quieto, hasta que empezó a girar de forma precipitada. La puerta se abrió rápido dando un golpe seco contra la pared. Pegue un salto en el sitio, a la vez que sentía la familiar sensación de pánico y terror que cada noche me saludaba.

Entro dando pasos inseguros, tambaleándose. Estaba borracho, y esas noches eran las peores. Una lagrima callo por mi mejilla, mezclándose con el agua que todavía salía del grifo. Me encogí en el sitio intentando huir de él. Pero no podía huir, lo sabía. No tenía salida, estaba condenada a vivir el resto de mi vida torturada y forzada por mi padre. El, mientras lo hacía, no paraba de repetírmelo, asegurándome que nunca pararía y que nada ni nadie lo haría. Y yo lo creía.

Se quitó el cinturón en el que llevaba la porra y otras armas. Lo tiro al suelo, le siguió la camiseta, y el resto de la ropa. Sus movimiento eran lentos, pero cada vez que se tambaleaba, o intentaba agarrarse a algo, yo me encogía más y más, no queriendo que esas asquerosas manos me tocasen.

Iba lento, pero no lo suficiente, nunca lo suficiente.

Sin siquiera decir una palabra, se metió con migo en la ducha, y yo le di la espalda. El empezó a acariciarme. La repulsión creció dentro de mí. El miedo me comía por dentro, alimentándose toda la esperanza que tenía. Y ya se la había comido toda por lo que era enorme. Ya no tenía nada más, nada más que miedo. Miedo por todo, y por nada. Incluso el agua, que se llevaba mis lágrimas y sollozos con ella, me daba miedo. Nunca podría limpiar todo lo que él me había ensuciado.

Me gira para ponerme de cara a él, y yo me resisto. Viendo mi resistencia, me gira bruscamente. Resbale en el suelo empapado de la bañera, y estire la mano para recuperar el equilibrio. El me pego un guantazo antes de que pudiera soportarlo, provocando que me estrellara contra la pared.

Me volvió a girar, y tan borracho que estaba, no lo controlo, y caí hacia atrás. Mis rodillas dieron con el borde de la bañera. Caí contra el suelo, en un golpe que me resonó en todo el cuerpo. Quede tendida en el suelo, sintiendo las oleadas de dolor recorrer mi cuerpo.

Me dijo que me levantara, pero me quede en el suelo haciéndome la inconsciente. Si lo fingía lo suficiente quizá consiguiera hacerlo realidad y cuando despertase todo habrá pasado. Volvió a gritar, todavía más alto. Seguí sin moverme. El dolor había reducido pero solo mínimamente, y aun me resultaba imposible moverme.

Esto era su culpa, había vuelto a hacerme daño. Siempre me hacía daño.

Se giró entre gritos inteligibles, pero el alcohol le afectaba seriamente. El ruido que hizo su cuerpo al caer en la bañera no fue ni la mitad del mío. Estaba bien, y aunque no fuera así, estaba tan bebido que ni lo notaria. Levante por fin la cabeza, notando pinchazos de dolor en los puntos donde había caído. Lo vi agarrado a los borde de la bañera para impulsar su cuerpo hacia arriba. El grifo quedaba encima de él, y derrochaba agua en su cara, dificultándole todavía más mantener los ojos abiertos. Los brazos le resbalan, y no encontraba un agarrare lo suficiente bueno como para poder ayudarle a levantarse. Puse las manos en el suelo, y yo si pude levantarme, aunque lo hiciera de forma lenta. Mis palmas se toparon con algo, que se me clavo en ellas. Mientras mi padre seguía gritando dentro de la bañera. Nunca sabría lo que decía, resultaba imposible entenderle cuando estaba borracho y mientras más abría la boca más agua tragaba, y menos se le entendía. Acabo siendo un montón de letras, sin sentido ni orden.

Cuando levante lo que tenía en mis manos, sus gritos se volvieron histéricos, como los míos cada noche al girar el pomo.

Había ido a parar con su pistola. Siempre la mantenía alejada de mí, y con el seguro puesto. Pero esta vez estaba tan borracho, que fue descuidado. Nunca lo había sido. Me puse de pie, y me acerque a él llevando el arma conmigo. Sus movimientos se hicieron más rápidos y apresurados, para conseguir ponerse de rodillas cuanto antes.

Lo consiguió, y puso un pie firme en el suelo de la bañera. Fue a poner el otro pero se detuvo antes. El cañón de la pistola le apuntaba directamente a la cabeza, y al parecer, incluso borracho había visto el peligro de la situación.

Le mire a los ojos que apenas podía mantener abiertos. Me había hecho daño durante mucho tiempo de muchas formas, y durante todas ellas yo había deseado hacerle lo mismo a él, que supieron todo el dolor y daño que provocaba en mí cada vez que giraba el pomo.

Apunte con la pistola a mi objetivo.

Sus ojos pudieron abrirse, y lo hicieron de forma desmesurada, pero aun así siguió sin moverse.

Era un monstruo, me había destrozado por dentro una y otra vez durante casi trece años, haciéndome vivir atormentada de todo y todos. La persona que se suponía que me tenía que proteger y querer más que le resto, era la que más daño me hacía. ¿Cómo se supone que debo vivir así? Pero tampoco voy a dispararle, porque eso me convertiría en un monstruo, porque ¿quién mata a su propio padre? Pero y también ¿quién viola y maltrata a su propia hija? Él era esa persona pero yo no quería serla.

Quito el seguro de la pistola, él se hecha hacia delante para intentar pararme pero ya era demasiado tarde.

Mi sangre cubría las paredes y el suelo del baño, y pronto mi cuerpo callo sin vida al suelo, donde yacería inmóvil.

Durante años me había dicho que nunca pararía, que seguiría haciéndolo toda mi vida.

Había encontrado mi salida.

Ya no tenía miedo.

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