De repente comprendío que el mundo que no la aceptaba, no era el que le daba vueltas sino el propio, el suyo, los ojos con que se miraba cada mañana al espejo, las manos con que se tocaba y si sentía distinta, los labios con que se juzgaba y se reía de sí misma, pero, no con humor, sino con la burla y la lastima de verse rota, como una poesía escrita en un papel arrugado, dejándose sentir sola, abandonada, se desbarataba frente a la posibilidad de una muerte oportuna, pero nunca dejo de levantarse, aunque, ni ella comprendío nunca la razón, de seguir respirando sin razón.
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