- El aire en la casa de Sandy era frío, cargado de humedad, Riona estaba en la cama, de espaldas a él, envuelta en las sábanas finas que apenas lograban retener el calor de su cuerpo. Su cabello pelirrojo caía en suaves ondas sobre la almohada, un desorden de fuego contra la tela gastada. Owen estaba sentado en el borde del colchón, con la cabeza baja, jugando con un cigarrillo entre los dedos. La luz tenue resaltaba el cobrizo de su propio cabello, un reflejo apagado en la penumbra de la habitación.
No se habían dicho mucho desde que entraron. La primera vez fue un torbellino de deseo, pero esta vez, algo más pesado flotaba entre ellos.
—Si vas a fumar, hazlo afuera —murmuró ella sin volverse.
Owen sonrió apenas, apagando el cigarro contra la mesita de noche sin siquiera haberlo encendido.
—No iba a hacerlo —respondió, arrastrando las palabras con su acento escocés.
—¿Entonces qué? —Riona suspiró y finalmente se giró hacia él, su melena cayendo sobre su hombro. Sus ojos lo escudriñaban, buscando algo que él no dijo en voz alta.
Owen se inclinó sobre ella, apoyando una mano junto a su cabeza.
—Nada —susurró—. Solo me gusta mirarte cuando piensas que no lo hago.
Riona apartó la mirada, pero su respiración se aceleró cuando los dedos de Owen recorrieron la curva de su hombro, bajando lentamente hasta la sábana que la cubría.
—No hagas eso —murmuró.
—¿Qué?
—Hacer que parezca algo más de lo que es.
Owen la observó un segundo, como si sopesara sus palabras. Luego sonrió, esa sonrisa torcida que la volvía loca.
—Y sin embargo… aquí estamos otra vez.
La tensión se rompió cuando Riona tiró de su nuca y lo besó con la misma rabia contenida que la noche anterior. Sus labios chocaron con fuerza, sin suavidad, sin titubeos. Owen respondió con la misma hambre, una mano en su cintura y la otra hundiéndose en su cabello pelirrojo, enredando los dedos en esos mechones ardientes que brillaban incluso en la penumbra.Las sábanas crujieron cuando él la giró sobre su espalda, cubriéndola con su cuerpo. La habitación era un refugio silencioso, solo roto por sus respiraciones agitadas y el roce de su piel contra las telas gastadas. El aire era cálido, denso con el aroma de ambos, con el deseo que no se habían permitido reconocer en voz alta.
Riona arqueó la espalda cuando la boca de Owen dejó un rastro de besos ardientes en su cuello, bajando por su clavícula hasta morder suavemente la curva de su hombro.
—Bastardo escocés —murmuró ella, con la voz ronca, pero no lo apartó.
Owen sonrió contra su piel.
—Mujer complicada —susurró, su aliento cálido haciendo que ella temblara bajo su toque.
No se apresuraron, no esta vez. La primera vez fue puro fuego, un incendio que los devoró sin piedad. Pero esta… esta fue como brasas encendidas, quemando lentamente, dejando marcas invisibles. Sus cuerpos se movieron con una sincronía perfecta, como si sus pieles ya supieran el camino, como si esto no fuera la segunda vez, sino algo que habían hecho en otra vida.
El cabello de ambos se enredó entre las sábanas, llamas entre la penumbra. Sus uñas se hundieron en su espalda, su boca dejó promesas silenciosas sobre su piel. Y cuando finalmente llegaron al borde juntos, Riona ahogó un gemido contra su cuello, y Owen la sostuvo con fuerza, como si temiera que si la soltaba, ella desaparecería.
El silencio que quedó después fue distinto. No incómodo, pero sí cargado de algo que ninguno se atrevió a nombrar.
Ella se giró de espaldas, mirando al techo con la respiración aún agitada. Él se quedó a su lado, con un brazo sobre su cintura, el pulgar trazando círculos distraídos sobre su piel.
—No digas nada —susurró ella.
Owen soltó una risa baja, agotada.
—No iba a hacerlo.
Pero en la oscuridad, mientras su mano aún la sostenía, ambos supieron que esta vez, el incendio tardaría en apagarse.
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