En el 2009, cuando tenía 16 años, mi colegio manejaba algunos procesos de inmersión a la vida universitaria, llevando a los estudiantes de último grado a diferentes campus universitarios. En una de esas salidas, que en mi país llaman «pedagógicas», fuimos a una universidad que a mi parecer no tenía nada especial o distinto a las demás que habíamos visitado: Cafeterías, biblioteca, salas de estar, canchas, plazoletas…
Esta percepción me duró toda la jornada de la mañana, hasta que despues del almuerzo, mientras nos enseñaban un espacio de estudio de la universidad, un chico se acercó al grupo y nos invitó a una FUNCIÓN DE CUENTOS. El muchacho delgado, de cabello hasta los hombros, jean y camisa a cuadros, organizó al público en una especia de media torta que había al lado de la entrada principal del claustro. Ya todos sentados, se presentó y comenzó a contar una historia; hablaba de los sentimientos, de las emociones, de la alegría, del amor, de la locura y demás.
Por alguna razón me parecía conocida, sentía que en algún momento de mi vida, aquel relato había hecho parte de uno de mis días, aunque era extraño pues nunca había visto un «Cuentero» es más, en ese momento ni siquiera sabía qué era eso que había hecho el chico.
A la semana siguiente pude recordar de dónde se me hacía conocida la historia, un amigo me había compartido unos cuentos cortos del escritor uruguayo Mario Benedetti ¡Nadie más! El título del cuento era «El Amor y La Locura», sin embargo, la historia contada por el chico en la universidad, aunque era la misma del maestro Benedetti, había tomado un tinte distinto al pasar del papel a la voz… Las historias pueden ser contadas de tantas maneras, como seres humanos hay en el mundo o mejor, como cuenteros en el mundo, pues luego me vine a enterar que casi cada narrador oral que había en el ciudad para ese entonces, tenía su propia versión del «Amor y la Locura».
En el 2013, comencé a contar cuentos en la universidad, me fascinaba la idea de arrancar los relatos de lo escrito y darles una forma diferente, al salir de mi boca. El arte de contar cuentos, me mostró la que es para mí la características más grande del arte: Tiene mil formas. Y esto último, es la razón por la cual procuro no encerrarme en un cajón normativo pues ¿Por qué no permitirnos el ser y expresar, siempre un poco más allá?
La narración oral, implica una entrega de la historia desde lo verbal, desde la voz como camino de la narración, puente entre el narrador y el público y fin mismo de la historia, y hoy, a dos años del fatídico 2020, puedo recordar lo valioso que fue para mí, no limitar mi arte aunque el público no estuviera en frente. El entender las múltiples posibilidades de compartir, a partir de todas las herramientas y rumbos que nos ha permitido la tecnología, ayudo a que mis historias siguieron viajando y no se quedaran estancadas en mi cabeza. Conocieron el mundo en funciones virtuales, se encontraron con extraños en videos por redes sociales y fueron leídas por insomnes a media noche.
Dejemos ser las historias como quieran ser leídas, escuchadas y saboreadas.
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