Por Rocío Vázquez Parra

Un silencio sonoro, inquieto y perturbador me inunda. Pienso y no quiero pensar, ese mismo silencio atraviesa mi alma mientras me digo sin oírme: “no pienses, no sientas. No, porque sino será peor…”, otra vez recordaba ese sentimiento que salía fuera de mi: “es tu madre a la que pega”. Lloro en ese silencio pensando sin querer pensar, evitando una pelea cuando ya la hay. “Mamá” me recuerdo como aquella niña que una vez fui y la llamaba en busca de su calor “Mamá, mamaíta”.

Mientras sufre indefensa con su enfermedad del olvido y desequilibrios y parkinson y tantas otras que resultaron ser sus compañeras de viaje, la misma víctima de un hombre que la pega. Sin poderse defender, mártir de un querer que con el tiempo se convertiría en su verdugo, un verdugo que consigue humillarla, pegarla “de forma justificada” y seguir siendo ese señor que, pobre de él, cuida a su mujer y no puede salir tanto de casa; ese verdugo que nos llevó a la ruina porque todo dinero que veía lo gastaba o robaba con la excusa de unos gastos que nunca existieron. Un cobarde, un delincuente suelto que tuvo la gran suerte de encontrar la mejor de las mujeres para hacerla una perdedora a sus 40 años, solo tendría 20 por delante de agonías para abandonar esta vida a sus 60 años de edad.

“Mama, mamaíta” te veo sufrir y sufro. “Mamá, mamaíta” ¿qué está pasando? “Mama mamaíta”, no puedo más. “Mama, mamaíta” dame un abrazo ahora que se ha ido al bar. Mama, mamaíta.

Él sigue despreciándola con sus maneras de falso varón que a mis ojos se contempla un ser ridículo, despreciable, mentiroso y maltratador por hacerle eso a mi madre, al menos yo tengo voz y cabeza clara para responder, a mi madre le falta en la mayoría del tiempo. Y recuerdo ahora desde la tranquilidad del tiempo transcurrido como ese mismo ser trató a esa gran mujer, la más bella en cuerpo y alma, que a más de uno conquistó y sólo él se la benefició, la arruinó, amargó, y terminó exprimiendo su ser abandonándola en la soledad más desgarradora en vida, la cual solo interrumpía para llenársela de más tormentos y torturas que al principio eran solo verbales.

Maestro liendre alabado por gente sin estudios ni cultura que se dejan agasajar por cuatro cumplidos de, hay que reconocer, alguien astuto. A veces los maltratadores usan mejor la prosa que un soldado un arma o Cervantes la pluma. La diferencia es que la misión del esposo no es herir sino amar, fidelidad, entrega y, ante todo, ese compañero de vida.

Y paralizarme y martirizame y agarrotarme, ¡cuánto dolor! ¿qué hacer para intervenir y que no me pegue también? ¿Pero que haces si es tu madre? ¡Es que ya no puedo más! … En mi cabeza y alma se produce otra guerra que no encuentro final, siquiera día de hoy. No poder intervenir como ya lo hiciera a la vuelta de mis últimos viajes, donde la energía me sobraba, energía que con el tiempo casi dejó incluso de existir…, en mis escasas últimas intervenciones acababa peor que ella, a veces las dos por ser la “favorita de mi madre” y no la del sentido común que en ocasiones se atisbaba esa esencia de mi madre. En esos momentos me preguntaba ¿quién es el loco y quién la cuerda? Lástima de esta vida cuando los impedidos no tienen voz y si tienen todo el poder quien no debiera tenerlo. Esta vida tan injusta y llena de dolor, en la que poco a poco a quien la padece se va adentrando en un pozo que parece más seguro que el aire libre y quieres que te atrape para que cese ya toda angustia y dolor, aunque sea lo último que sientas, ponerle fin es la meta sea del modo que sea.

Ella o yo, yo o ella, o las dos…. No pude llevarte conmigo, un maltratador en cubierto, una enferma impedida y una hija que no encuentra trabajo por más que se exprima el seso en una crisis devastadora.

Mi casa ya no era mi casa era la guerra con todas sus letras, ¿quién me iba a creer si hasta a mi me costaba asimilarlo?

Mi madre se vio superada como yo por los acontecimientos, cada una sufrió crisis distintas, una estaba mas agotada que la otra…

Mama, acabaste maltratada por los tuyos, yo también porque permití que ese silencio sonoro no me dejara actuar por las consecuencias que sufriría más adelante: también me pegaron no sólo él sino también su otra hija y dejando atrás mi casa, mi perro, mis recuerdos,… pero lo que más me atormenta es no poder haber salvado a mi madre, mi mejor amiga, mi confidente, la que solo duró 6 meses desde mi huída, ya que a los tres días de mi marcha “se partió la cadera de una caída” que desencadenó un camino hacia tu única salvación: la muerte.

No obstante no ibas a ser la única, pues yo también quise quitarme la vida en varias ocasiones en mi otra soledad, pero algo me decía que continuara porque merecía la pena seguir viviendo.

Lo siento, intentaré ser feliz por las dos o por mi, ya que tú siempre preferiste la felicidad de los demás a la tuya propia, seré la egoísta que debiste haber sido para que no me suceda lo mismo. ¡Cómo sufrías al ver lo que me hacían! Tu tampoco podías hacer nada, tranquila lo sé. En la escuela antigua de mi madre le enseñaron aguantar por la unión familiar, una familia que en mis viajes se resquebrajaba y ella, con su voz resignada, ávida de cariño a los que tanto amor procesaba, aún sufriendo de su abandono, reclamaba a pleno pulmón. Ella no tenía hermanos, ni sobrinos, ni amigos, ni hijos en los que refugiarse porque cuando llegué ya se había cebado el mal contigo y no pude ganarle, lo siento.

Desde lejos me entero de tu fallecimiento, tarde para llegar a besarte pero pronto me avisan para que renuncie a tu herencia. Ilusos, tuve la mejor herencia: su amor y, aunque ambas sufrimos por habernos privado de esa despedida y meses separadas, la tuvimos no se en que punto del espacio tiempo pero que luz tenías y que bonita estabas, tan simple como un “Tranquila, lo sé todo” y “te quiero”, “yo también te quiero mucho mamá, mamaíta”.

Lo demás está de más, y a pudrirse en su miseria les queda solamente porque hay que ser tan pobre de espíritu que hasta eso les queda grande. Jamás, jamás tendréis maltratadores ese amor y, aunque peguéis, disparéis, nos dejéis quedar en mal lugar o como locas como a la mayoría de las mujeres o simples mentirosas… vuestra hora también llegará.

Tan pura con esa calidez de madre te sigo sintiendo, calidez que me recuerda a esas caricias de tierno roce en la mejilla; como esas noches donde me quedaba dormida bajo tu atenta mirada de enfermera; de limpia mirada que, atravesando aún mi corazón, llenándolo de fragancias me tienen recordando aquella niña-mujer que se encontraba entre tus brazos protectores donde nada malo sucedía sino que en la nube más preciada del cielo se encuentra, nuestro cielo. Sigue mirándome desde allí y te daré mi sonrisa como receptora. Me enseñaste amar y sentirme amada. Es de bien nacido ser agradecido y, servidora ha tenido una madre que la ha enseñado como corresponde, gracias a la mejor amiga que esto me enseñó. Gracias “Mamá, mamaíta”.

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