-¡No me maten por favor… mis hijos quedarán huérfanos!- exclamó el periodista.
-No somos asesinos- expresó el hombre más serio.
-Entonces… ¿qué piensan hacer?- preguntó el periodista con nerviosismo.
-Te cortaremos la lengua- dijo el más alto, y lo dijo con violencia.
-¡La lengua no!- exclamó el más gordo -¡Las manos!
-¿Las manos?- preguntó el más alto.
-Sí, las manos- confirmó el más gordo.
-¡Qué! ¿Me van a cortar las manos?- preguntó el periodista, atemorizado -Pero mis manos son mi herramienta. Sin ellas no podré mantener a mis hijos. Sin ellas no soy nada. Sin mis manos esta ciudad será la cuna de la mentira y estará perdida.
Los tres hombres, trajeados e imponentes, empezaron a reír de una forma tenebrosa, como ríe un demonio depravado.
-Tranquilo… traidor- dijo el más serio mientras le acariciaba el cabello al periodista -Solo hoy te cortaremos las manos, como advertencia- argumentó.
-No entiendo- murmuró el periodista.
-Es hora de que lo entiendas- dijo el más gordo.
Los tres hombres se miraron fijamente, como una señal, y a continuación empezaron a destruir los tres computadores de la sala de redacción, todo archivo amenazante y todas las impresiones que estaban preparadas para empezar a circular a las 4:00am.
-Por favor, no- suplicó el periodista, tembloroso, impotente y con la mirada lacrimosa.
El reloj marcó las 3:00am cuando los hombres terminaron la misión más fácil del mes. Por su parte, el periodista guardaba silencio y lloraba por dentro porque había acabado de perder el trabajo de más de dos meses; las investigaciones, las entrevistas, las denuncias, etc. Lloraba porque lo callaron sin necesidad de tocarlo; porque esos hombres sí le habían cortado las manos con aquella violación.
-Espero que lo pienses dos veces antes de querer publicar la verdad- advirtió el más alto.
El periodista lo miró fijamente, quizás con desafío, y le preguntó:
-¿Qué pueden perder tus jefes si publico la verdad?
En el acto el hombre más gordo le conectó un derechazo y lo envió al suelo, con la mandíbula rota tal vez y destilando sangre de los labios. Después le dijo:
-Te parece poco perder la presidencia, las pensiones, los favores fiscales, las comisiones por la venta de empresas, el control de la venta de armas, el poder…
-Está bien- interrumpió el periodista al mismo tiempo que se levantaba del suelo -Pueden decirle a sus jefes que no tengan miedo.
Los tres hombres sonrieron y solo entonces se dispusieron a abandonar el lugar. Pero uno de ellos, el hombre más serio, le dijo antes de marchar:
-Abandona esta locura. Deja de soñar. No cambiarás el mundo. Este pedazo de tierra le pertenece a ellos y no existe nadie que pueda interferir en su juego. Mejor haz lo que te digo si no quieres que cumplamos nuestra amenaza.
El periodista, mientras veía desaparecer a aquellos hombres, pensó indignado: “El Estado nos miente porque nos tiene miedo, y viola nuestros derechos humanos para que nuestro miedo sea más grande que el de ellos”.
“Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos”.
Dice: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
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