La Navidad no es una agenda de eventos; es una invitación a renacer. En medio del ruido, el pesebre nos recuerda que lo esencial llega en silencio: una esperanza que no presume, un amor que se hace cercano, una luz que cabe en la palma de la mano. Nacer de nuevo por dentro es ordenar prioridades: más presencia y menos envolturas, más verdad y menos fachada, más gratitud y menos queja.
Renacer implica cerrar ciclos con honestidad, pedir perdón donde toca, perdonar donde duele y volver a elegir el bien aunque cueste. Si algo se quebró este año, la Navidad te ofrece un comienzo humilde y poderoso: una decisión diaria de vivir con propósito, cuidar a los tuyos y sostener la fe con obras. La transformación no siempre hace ruido, pero siempre deja fruto: paz que sostiene, vínculos que sanan, convicciones que se alinean con amor.
Versículo: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz.” — Isaías 9:2
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