Figúrese un sabio en verano. Claramente tendrá una productividad altísima de bellas sentencias que ayuden a la humanidad. Las tardes de los pensadores maduran como vides sobre sus sienes experimentadas, componen inspirados en el petirrojo o el escarabajo rinoceronte que vuelan sobre atardeceres de oro púrpura; moralejas balsámicas como campos de trigo, metáforas sutiles como libélulas a contraluz sobre el arroyo iluminado a sol de pico. Catequesis natural. Pasan los meses, especialmente septiembre y el sabio estival cierra los libros, agarra las aletas de bucear y se va a las Islas Canarias a compartir ebrios silencios con los noruegos y los alemanes (algunos no tienen un día de sobriedad desde Navidad a Pascua). Pero no juzgamos, no podemos, porque su ciclo de iluminación ha terminado maravillosamente dejando hermosas sentencias como:
Sufre el mismo hambre de vida el corazón de los tristes que el de los dichosos.
Dale tu ojo al águila y de tu mente volará un polluelo.
Simplemente excelso.
Primero de noviembre, se abre la temporada de invierno. Los sabios se rotan porque el que hablaba de los renacuajos y el trigo no tiene buena lengua para el celo de los jabalíes o para los troncos pelados. Se les entrega un gorro, un lapiz bien afilado y el Quijote, y se pierden por el país para observar a las gentes y reflexionar sobre el buen vivir en comunión con el universo entero. Al menos así había sido hasta hace un par de años. Sea a causa del cambio climático que se hayan destemplado y no dan a decir ni una frase agradable, cierta o hermosa. Digamos que el sabio invernalha caído en el desaliño y la insipidez más devastadoras: no sonríe en las consultas, hace muecas desagradables a los ancianos, come gallinas sin desplumar, se toquetea a menudo las frías partes de su cuerpo, roba de los huertos comunitarios y en general tiende a dar meros consejos cotidianos que si bien hacen el día un poco más subjetivo e inmaterial, por otro lado no ayudan en absoluto. El oficio de sabio invernal se ha vuelto un hervidero de bajas, excedencias y demandas. Muy pocos quedan que no quieran adelantar las vacaciones aludiendo al desgaste que les produce el mal ambiente laboral del gremio. Pues sí, algunos se han suicidados pero son casi un olvídame. Se recomienda contra la depresión un vasito de licor con el desayuno y unas sopas al fuego a la cena, todo remilgos creo yo, porque al invierno no se le soborna ni sacia en una noche de borrachera, sino que es una gimnasia acumulativa, muy bien planificada, como cuando la nieve troncha un árbol copo a copo. Y es muy difícil de contrarrestar especialmente para los sabios estos que poseen una sensibilidad superdesarrollada para los pequeños detalles y sienten cómo la más amarga esencia de la vida se destila durante cuatro o cinco meses, dependiendo de las heladas. Mira a los pobres burros, virtuosas criaturas, comiendo heno de lata y pienso seco, chupando el hielo de las baldas de agua descuidadas por los granjeros, las ratas cagándose en la paja de dormir, las gallinas con la cara sucia de hollín, ni un rayo de la luz desde las doce de la mañana en la cochiquera, el silencio de los corderitos moribundos, el aullido de lobo en la puerta del establo. Y el espíritu puede enmohecerse aún más si uno se concentra en la suerte inmerecida de los enemigos, primos lejanos y exparejas. Sin ir más lejos, el año pasado el señor sabio Canastilla mandó postales de navidad a todos los colegios de la Provincia de Ávila con esta palanga:
La envidia es un gas intestinal que huele más que un cordero asado.
Calienta más el corazón un rumor bien macerado que la visita de Cristo.
Cuando en diciembre el frío llega, tu madre busca cama dentro y fuera.
Si para año nuevo la tubería se congela, toca bajarse la bragueta.
¡Hombre no, así no, así no! No hay facilidades, nadie está poniendo de su parte. Y es precisamente esta apoplejía en el sentir profundo del pueblo que carece de sus guías lo que ha dañado el tejido social de las zonas rurales, anteriormente purulentas de grandes voces y cantares a la delicadeza mortecina de estos meses tan avaros. En definitiva, a la gente le falta la esperanza y ya no hay tapón tan grande para que no se derrame esta botella de óxido: las almas malvadas supuran de la herida estacional, se descubren las máscaras y se ensañan con sus fechorías bochornosas, tejiendo un jersey que nos aprieta a todos, como sociedad, el cuello y nos empapa en sudor homicida. Como cuando el zorro Pepe cagó una diarrea en la camita de plumas de Omar, el perro del establo. O cuando las ratas le royeron la cola al gato y el gato, con horrible justicia felina, metió a las ratas bebés en el cubo de la comida de los cerdos. Los cerdos se infectaron y uno de ellos murió casi en el acto de devorar al tercer bebé. Los caballos partieron la espalda a la cabra. Los cabritillos le arrancaron un dedo a un niño de un año (olvídate del querubín, claro; el resto de madres lo juzgarán hasta los cinco como a un yogurt abierto en el frigorífico).
((( Gracias por leer. Estas son las primeras páginas del cuento que escribo actualmente. Iré actualizando según considere necesario. Un saludo. )))
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