Capítulo 1: Un encuentro inusual
Neo-Tokaido nunca duerme, especialmente no el Distrito Industrial, donde el resplandor perpetuo de las luces de neón tiñe de colores el humo que escapa de las viejas chimeneas de fábricas. Aunque el sol se ha puesto hace horas, el ruido nunca cesa; máquinas retumbantes, camiones que descargan mercancías y el murmullo constante de los trabajadores nocturnos llenan el aire con un zumbido interminable. En este caos controlado, el «Garaje de Guro» se erige como un remanso de orden y precisión, conocido entre los locales por su habilidad para reparar desde los más antiguos coches de combustión hasta las motos voladoras más modernas.
Guro, con sus manos manchadas de grasa y su mono de trabajo siempre un poco desgastado, se encuentra bajo el capó de un coche clásico, su concentración absoluta mientras ajusta el carburador. Sus herramientas están meticulosamente organizadas sobre una mesa cercana, cada una en su lugar asignado, reflejando la mente metódica que las maneja. A pesar del ruido exterior, el taller es sorprendentemente tranquilo, con música clásica flotando suavemente desde un viejo radio, proporcionando un contrapunto melódico al tecleo metálico de llaves y destornilladores.
Un cliente entra, el eco de sus botas en el suelo de concreto pulido rompe la calma. Es un hombre de mediana edad, con el rostro curtido por años de trabajo bajo el sol de Neo-Tokaido, y trae consigo una motocicleta flotante que hace un ruido preocupante cada vez que se enciende. Guro lo saluda con una sonrisa, una de esas sonrisas que sabe calmar a los más impacientes, y rápidamente se pone a diagnosticar el problema.
«Mira, creo que es la levitación magnética la que está fallando», dice Guro, mientras pasa un escáner portátil sobre el complejo arreglo de circuitos de la moto. «Nada que no pueda arreglar para mañana por la tarde.»
El cliente asiente, claramente aliviado de dejar su preciada moto en manos tan capaces. Mientras se retira, promete recomendar el garaje a sus amigos, reafirmando la reputación de Guro en el distrito.
Una vez solo, Guro vuelve a su trabajo, pero su mente está en parte en la moto flotante y en parte en una pieza extraña que encontró esa mañana escondida entre un lote de repuestos antiguos. La pieza es inusual, un pequeño cilindro metálico con inscripciones que no reconoce, y no parece encajar en ningún vehículo que haya visto antes.
A medida que la tarde se va oscureciendo en Neo-Tokaido, Lucas aparece en el umbral del «Garaje de Guro«. Lucas, con su habitual caminata enérgica y una sonrisa que ilumina su rostro cansado, entra con aire de urgencia.
«¡Guro! Casi se me olvida que teníamos planeado ir al cine esta noche. ¿Sigues queriendo ir?», pregunta Lucas, echando un vistazo al coche desarmado y a las herramientas esparcidas por el taller.
Guro se limpia las manos en un trapo, considerando la invitación. «Mejor no, amigo. Este proyecto me va a tener ocupado toda la noche. Pero gracias por recordarlo,» responde con una disculpa en la mirada.
Lucas asiente, algo decepcionado pero comprendiendo. «Está bien, hombre. Solo asegúrate de no trabajar demasiado, ¿de acuerdo? Te veo mañana, entonces.»
Con la partida de Lucas, Guro decide terminar por el día y cerrar el taller más temprano de lo habitual. Regresa a la casa que comparte con su abuelo, donde una cena tranquila lo espera. Durante la cena, su abuelo, un hombre de pocas palabras pero de mirada perspicaz, nota la distracción de Guro.
«Estás distante hoy, ¿todo bien en el taller?», pregunta mientras pasan platos de comida uno al otro en la pequeña mesa de la cocina.
«Sí, todo en orden, abuelo. Solo tengo algo en la cabeza, una pieza extraña que encontré. No sé qué pensar de ella aún,» admite Guro, intentando parecer casual pero claramente intrigado por su hallazgo.
El abuelo de Guro, siempre un pilar de sabiduría, sonríe con comprensión. «A veces, las respuestas necesitan su tiempo para revelarse. No te apresures, y no dejes que la curiosidad te quite el sueño.»
A pesar del consejo, la curiosidad es demasiado fuerte para Guro. Después de cenar y ayudar a limpiar, se retira a su habitación pero se encuentra incapaz de dormir. El runrún de la pieza misteriosa le hace dar vueltas en la cama, su mente trabajando a toda marcha. Finalmente, incapaz de resistirse más, se levanta, se viste y desciende silenciosamente las escaleras hacia el garaje contiguo a la casa.
Una vez en el taller, enciende la luz tenue y se dirige directamente al cajón donde guardó el dispositivo. Lo saca cuidadosamente y se prepara para examinarlo más a fondo, como si el silencio de la noche pudiera ayudar a desvelar sus secretos.
Con el garaje bañado en la luz suave de una única lámpara de trabajo, Guro sostiene el enigmático cilindro metálico entre sus manos con un respeto casi reverencial. La quietud de la noche parece hacer que cada pequeño sonido —el zumbido leve de la electricidad, el clic suave de la lámpara— resuene con mayor intensidad en el amplio espacio del taller.
Decidido a investigar más, coloca la pieza sobre la mesa y la examina como si de un tesoro pirata recién descubierto se tratara. No tiene puertos de energía visibles, ni conectores estándar, solo una serie de símbolos que parecen más artísticos que funcionales. Con una mezcla de curiosidad y cautela, gira la pieza en sus manos, preguntándose qué secretos podría desvelar.
Con cautela, Guro conecta el cilindro a una pequeña fuente de energía usando cables de prueba. No está seguro de qué esperar, pero la curiosidad lo impulsa más allá de la prudencia habitual. Al aplicar energía, el cilindro comienza a vibrar ligeramente bajo sus dedos, y sin previo aviso, emite un suave resplandor azul que ilumina la mesa de trabajo.
Intrigado, Guro observa cómo de la superficie del cilindro emergen hologramas en forma de patrones geométricos que flotan en el aire, girando y cambiando como constelaciones en un cielo nocturno dinámico. Los patrones se alternan, formando secuencias que Guro intuye que son algún tipo de código o mensaje.
De repente, el cilindro proyecta una imagen clara y nítida: es un paisaje urbano desconocido, con edificios que desafían las leyes de la arquitectura y calles que brillan con luces de colores vivos. La imagen es efímera, desapareciendo tan rápido como apareció, dejando a Guro parpadeando en la oscuridad, preguntándose si lo que había visto era real o producto de su imaginación fatigada.
Desconecta el dispositivo, el resplandor azul se desvanece y la oscuridad vuelve a llenar el espacio. Guro se queda sentado, contemplando el cilindro apagado, su mente girando con preguntas. ¿Qué era ese lugar? ¿Cómo es que ese dispositivo, claramente antiguo y sofisticado, había terminado en su taller?
Mientras el reloj avanza hacia la medianoche, Guro decide que necesita tiempo para investigar más sobre el cilindro, pero primero debe reposar y pensar con claridad. Justo cuando está a punto de apagar la luz y cerrar el taller, un ruido súbito en el exterior capta su atención. Alguien está en problemas, y el instinto de Guro no le permite ignorarlo. Guarda el dispositivo en el cajón bajo llave, apaga la luz y se dirige hacia la puerta del garaje.
La noche fresca lo golpea con una bocanada de aire frío. Los sonidos de una lucha o una caída provienen de un callejón cercano, y sin pensarlo, Guro corre hacia el lugar, listo para ayudar a quien lo necesite. Lo que no sabía era que lo que iba a encontrar allí cambiará el curso de su noche, y posiblemente el de su vida.
Guro corrió hacia el origen de los ruidos, sus pasos resonando en el pavimento frío del callejón. Al doblar la esquina, encuentra a una figura tendida en el suelo, inmóvil. Se acercó cautelosamente, la luz de la farola más cercana revela a una joven mujer, su ropa manchada de sangre y su respiración agitada. A su lado, un casco de motocicleta rodado a un lado, y una motocicleta deportiva tumbada unos metros más allá, su luz trasera aun parpadeando débilmente.
Guro se arrodilla junto a ella, poniendo su entrenamiento de primeros auxilios en práctica. «Hey, ¿me puedes oír?», pregunta suavemente, evaluando sus heridas sin moverla bruscamente. La mujer murmura algo ininteligible, intentando abrir los ojos.
Al ver que está consciente pero claramente en shock, Guro decide que lo mejor es llevarla a un lugar seguro para tratar sus heridas más cómodamente. Con esfuerzo, la ayuda a levantarse apoyándola sobre su hombro y la acompaña lentamente de vuelta a su taller. Una vez allí, la acuesta con cuidado en un sofá viejo en la esquina del garaje, donde solía descansar entre reparaciones.
Guro limpia y venda sus heridas con destreza, todo el tiempo hablando en voz baja para mantenerla calmada y consciente. Mientras trabaja, nota un tatuaje distintivo en su brazo, un dragón enroscado alrededor de una rueda ardiente, el emblema de los Dragones de Asfalto, una de las bandas más notorias de Neo-Tokaido. A pesar de este descubrimiento, su determinación de ayudarla no flaquea.
Una vez que ha hecho todo lo que puede para estabilizarla, se sienta a su lado, esperando que recupere suficiente fuerza para hablar. La chica, que aún lucha por mantener los ojos abiertos, finalmente logra enfocar su mirada en Guro. «Gracias», susurra con voz ronca, un rastro de cautela mezclada con alivio en sus ojos.
«No tienes que agradecerme. ¿Puedes decirme cómo pasó esto?», pregunta Guro, aunque se siente un poco reticente a presionarla por detalles.
Ella miraba a su alrededor, claramente evaluando si podía confiar en él. «Tuve un… desacuerdo con algunos… competidores. No esperaba que terminara así», explica vagamente, claramente evitando mencionar directamente a su banda o cualquier detalle específico
Guro asiente, entendiendo que lo que ella necesita ahora es descanso y seguridad, no un interrogatorio. «Estás segura aquí, descansa ahora», le asegura, ofreciendo una sonrisa tranquilizadora.
A medida que la joven mujer cerraba los ojos para descansar, Guro se retiró a una pequeña mesa de trabajo, su mente llena de preguntas sobre la misteriosa chica y el dispositivo aún más misterioso que había encontrado esa misma noche. ¿Qué conexión, si es que había alguna, existía entre esos dos encuentros inusuales?
Mientras ella dormía en el sofá del taller, la luz tenue de una lámpara cercana ilumina suavemente su figura, permitiendo a Guro observarla sin la urgencia del momento inicial. A pesar de la situación, no puede evitar notar la manera en que incluso en reposo, la joven mujer emanaba una presencia fuerte. Su chaqueta de cuero, aunque rasgada y manchada de sangre, lleva el emblema de los Dragones de Asfalto, un dragón enroscado alrededor de una rueda ardiente, bordado con hilo rojo brillante sobre el negro profundo del cuero. El tatuaje en su brazo parece un eco de este símbolo, sugerente de su posible rango y reputación dentro de la banda.
Su rostro, iluminado suavemente por la luz, revela rasgos duros pero bellamente esculpidos, su piel pálida contrastando con el cabello oscuro que cae desordenadamente alrededor de su cara. Aunque claramente agotada y herida, hay una inherente dureza en su expresión incluso en sueños, como si estuviera acostumbrada a luchar tanto despierta como dormida.
Después de un rato, Guro se aleja para darle privacidad y también para reflexionar sobre la situación. No sabe mucho sobre ella, solo que está profundamente involucrada en algo peligroso. A pesar de la seriedad de esta revelación, siente una extraña responsabilidad hacia ella, quizás impulsada por su propia soledad y el misterioso vínculo que siente que se ha formado entre ellos.
A la mañana siguiente, Guro se despertó con el sonido de la chica moviéndose en el taller. Se había levantado y estaba mirando fijamente el dispositivo misterioso sobre la mesa de trabajo, su interés evidente. Guro se acerca cautelosamente, preparándose para explicar lo poco que sabe sobre el objeto.
«Es extraño, ¿no?» comienza Guro, tratando de sondear su nivel de conocimiento sin revelar demasiado. «Lo encontré ayer. No tengo idea de qué es exactamente, pero parece… diferente.»
Ella, miraba el objeto con una expresión indescifrable. «Es hermoso, de una manera extraña y peligrosa. Me recuerda a cosas que he visto antes, en lugares que preferiría olvidar,» responde enigmáticamente.
«¿Te refieres a algo relacionado con… tu banda?» Guro pregunta, midiendo cuidadosamente sus palabras.
La mujer suspiró, su mirada se oscureció por un momento antes de responder. «Algo así. El mundo en el que me muevo… no es simple. Hay cosas, tecnologías y secretos que son más poderosos y peligrosos de lo que la mayoría de la gente se imagina.»
Guro asiente, su curiosidad ahora mezclada con una preocupación creciente. «Puedes confiar en mí… si necesitas hablar,» se ofreció, esperando que su sinceridad se transmitiera.
Ella lo estudió por un momento, y luego asintió ligeramente. «Quizás. Pero por ahora, debería irme. No es seguro para mí, ni para ti, que me quede más tiempo.»
Mientras la primera luz del día comenzaba a filtrarse a través de las ventanas del taller, la joven mujer de pelo oscuro se ponía de pie con cuidado, claramente recuperada pero todavía mostrando signos de su reciente trauma. Guro observaba, sintiendo un conflicto interno entre el deseo de saber más sobre ella y el instinto de proteger su privacidad y seguridad.
«Debería irme,» dijo ella finalmente, su voz firme pero con un matiz de reluctancia. Miró alrededor del taller, sus ojos deteniéndose brevemente en el dispositivo misterioso sobre la mesa.
Guro asintió, comprendiendo pero decepcionado. «Claro, te entiendo. Pero, ¿estás segura de que estarás bien sola?»
Le ofreció una sonrisa fugaz, la primera expresión genuina que Guro había visto en su rostro desde que la encontró. «He manejado cosas peores,» respondió con una confianza que no admitía réplica. Sin embargo, antes de cruzar la puerta, se detuvo y se volvió hacia Guro. «Gracias, por todo. No mucha gente habría hecho lo que hiciste. Por cierto, mi nombre es Mika.».
Queriendo decir algo más, pero sin encontrar las palabras adecuadas, Guro simplemente asintió. Mika entonces se marchó, su figura se desvanecía rápidamente en la luz creciente del amanecer. Guro se quedó en la puerta de su taller, mirando el lugar donde ella había desaparecido, sintiendo un vacío inexplicable como si ella hubiera llevado consigo algo más que solo su presencia.
Después de unos momentos, volvió a su mesa de trabajo y notó algo que no había visto antes. Sobre la mesa, cerca de donde el dispositivo misterioso todavía yacía, había un pequeño objeto metálico que Mika debió haber dejado inadvertidamente. Era un pequeño pin con el mismo emblema del tatuaje de Mika, el dragón enroscado alrededor de la rueda ardiente. Guro lo recogió, examinándolo entre sus dedos, preguntándose si era un mensaje, una amenaza o simplemente un olvido.
Con más preguntas que respuestas, Guro sabía que esta noche no sería la última vez que pensaría en Mika, ni probablemente la última vez que sus caminos se cruzarían. Algo en el aire decía que había más en su encuentro de lo que parecía a simple vista.
- Es la primera obra que escribo, por ello, sé que hay muchas cosas que mejorar.
- Sé que puede haber faltas ortográficas y pido perdón por ello.
- Opiniones, valoraciones, preguntas i/o aportaciones, siempre des del respeto, son bienvenidas.
- Se aceptan sugerencias para el «título» de la obra =).
- Espero que disfruten de la historia!!
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