Ante la inevitable marcha de la barbarie que se disfraza de progreso el mundo ha colapsado en una espiral que va en caída libre. No solamente se dirige al precipicio sino que en el mismo tenor cada salto negativo le imprime un salto cualitativo a la oscuridad; la oscuridad se vuelve cada ves más agresiva.

Es inminente que el nuevo siglo no cumplió las promesas de la llegada del imperio de la prosperidad. Aquellos eventuales profetas que predicaban la llegada del salvador se vestían ahora de eruditos de la economía de mercado dedicando tratados para explicar de que manera este [meta]sujeto lograría instaurar la paz eterna.

Es una realidad que está nueva era llena de incertidumbre sólo asegura que nosotros debemos actuar como agentes racionales. La verdad de lo anterior está en que los recursos son escasos. El reino de la abundancia por si mismo es un mito.

El sentido de la vida estaría entonces sustentado en el sacrificio y no en la felicidad. Aquí es donde se reduce la filosofía de aquellos predicadores de la economía monetaria. En realidad el ser humano debe ser capaz de racionalizar sus recursos para lograr el mejor estado de utilidad que pueda asegurar su vida material.

Esta época sólo pone de manifiesto la hipótesis de que para disfrutar lo máximo posible de la vida el ser humano debe convertirse en un animal calculador. Su tiempo y sus recursos no son infinitos por ello se debe hacer un uso adecuado de estos. El tiempo debe ser bien invertido para obtener un salario digno y su ingreso debe ser gastado para maximizar su beneficio. El egoísmo y la individualidad se vuelven en el centro del mundo burgués.

El conflicto no es otra cosas que la realidad con el placer. En una sociedad que se sostiene por la escasez es necesario dar cuenta que lo que se desea no siempre encuentra cabida en la vida misma. El ser humano debe equilibrar sus decisiones con la posibilidad de querer y poder. Hay un límite natural dirán estos mensajeros de la verdad, puesto que, el ser humano debe entender que en esta vida no hay elementos para que todo el mundo pueda ser igual; pero en el mercado se podrá acceder a los valores de uso según el esfuerzo.

El sacrificio es el centro que le da potencia a este discurso. Si uno quiere acceder a una parte de la felicidad debe reconocer que esta en su totalidad es inaccesible y que la única forma de acceder está en el hecho de racionalizar sus desiciones como tomadores de precio en este juego de oferta y demanda.

La teatralidad que envuelve este discurso es que el ser humano no puede y debe soñar con la abundancia. En general es un mito aquel que dice que todos debemos ser iguales, pues el mercado se basa en el sacrificio racional de recursos y tiempo.

La primera forma de la barbarie toma forma en la farsa que hace el mercado de un mínimo de bienestar para la humanidad. En realidad lo que hace efectivo es un martirio infinito de la vida misma.

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