Hay quienes tienen un constante enfoque negativo para ver a los demás y se ocupan de remarcar y enfatizar nuestros defectos. Tienen una habilidad especial para resaltar fuerte lo malo del nosotros, intensificarlo, hacerlo más grande. Y muchas veces, disfrazan ese descontento constante con otras cosas, que tienen que ver con la exigencia, como la disciplina o el sacrificio. Nos vamos opacando, se oscurece nuestra mirada, se van destiñiendo nuestras virtudes, nos sentimos insuficientes. La frustración del otro se convierte en propia, porque de repente, sentimos que tenemos más defectos que virtudes y que necesitamos cambiar demasiado para superar el límite de lo aceptable. Y quizá necesitamos más enfoques positivos y valorar más las virtudes, elogiarnos más, sacar a relucir lo mejor de los demás. Lograr encender la mirada del que tenemos al lado y luego disfrutar de ese brillo especial en los ojos de quienes recibieron nuestro cumplido, nuestras palabras de aliento, nuestro abrazo. Porque el resplandor de lo bueno se contagia y se propaga.

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