Relatos de un Hombre Común

Relatos de un Hombre Común

Matias olivares

19/12/2018

RAQUEL

Ella observaba un cuadro sobre la mesa de retratos de la entrada, cuando el interrumpió…

¿Bailamos?…

Debería marcharme. –Respondió incómoda-

Él se apoyó sobre la pared, mientras miraba el tocadiscos, y le dijo…

-Recuerdo una vez cuando era joven, regresaba del cine, viajaba en el metro de la ciudad, había una mujer sentada frente a mí, llevaba un vestido abotonado hasta el cuello, era la chica más bonita que había visto en toda mi vida, yo era muy tímido en ese entonces, de modo que cuando me miraba, yo apartaba la vista, después cuando yo la miraba, era ella quien la apartaba, llegué a mi estación, me bajé y las puertas se cerraron. Cuando el tren empezó a moverse me miró directamente, y me dedicó una sonrisa increíble. Fue horrible, quería forzar las puertas, regresé cada noche a la misma hora, durante dos semanas, pero ella nunca apareció. Eso ocurrió hace treinta años, y no creo que pase un solo día sin que me acuerde de ella, y no quiero que eso me vuelva a ocurrir. –Expresó con la garganta apretada-

Se acercó, y le pidió un solo baile. El cielo de esa tarde era de un azul plateado, nada perturbaba aquel momento, esperó junto al balcón, y abrazados bailaron hasta la última nota de esa bella canción. La tomó del brazo, la besó tímidamente, la miró un momento, y la besó otra vez, ella se aferró a su cuello, y se dejó vencer completamente.

Tantas cosas se dijeron durante el camino de regreso, en sus ojos expresivos, ella observaba el paisaje a través de la ventana, él podía brindarle una mejor vida, una vida llena de sueños cumplidos, pero el amor por su esposo tomaba profundidad en ese momento, y nadie lo podía sustituir. Desde esa noche decidió nunca más verlo, a pesar de todos sus intentos, y acosos de parte de aquel galán, ella volcó todo su cariño, todo su amor, a su hogar, a su intimidad, al padre de sus hijos. No fue fácil, su corazón pertenecía a un solo hombre, y sabía que no podría amar a nadie más, como lo amaba a él, con sólo mirarse era capaz de saber que pasaba entre los dos, lo demás eran fantasmas que conducían al vacío.

Ahora cada noche, dormía en los brazos de su verdadero amor, cuando se amaban demostraba la pasión que sentía por él, se conocían de toda una vida, de niños notaron una conexión entre los dos. Cuando jugaban en los prados, él siempre la cuidaba de cualquier peligro, ella contaba a sus padres que su amigo, tenía sus ojos, de un color azul, asombroso. Frente al lago vivieron su romance aprobado por sus padres. Al tiempo él se convirtió en constructor, y ella en diseñadora, decidieron formar su propia familia, tuvieron dos hijos, pero uno de ellos, el más pequeño, murió al nacer. Varios años después compraron una propiedad en el centro de la ciudad, el luego de unos años, quedó sin trabajo, y nunca pudo recuperar lo que tenía. Así pasó el tiempo, y cada momento en la vida de Raquel, a pesar de las dificultades de cada de día, sentía que era una mujer feliz. Sin embargo, en la intimidad de su corazón, en los atardeceres invernales cuando se quedaba sola en casa, la melodía de esa canción, ese cielo azul plateado con el sol escondiéndose, el retrato sobre la mesa de caoba, y la figura de un hombre caminando que se aproxima hacia ella, la toma del brazo, y le pide un sólo baile, la besa tímidamente, la mira con dulzura, le pregunta si alguna vez le habían dicho que la amaban, mientras ella sin palabras, se aferra a su cuello, y se deja vencer, incondicionalmente.

LA HABITACIÓN DEL FONDO

Abrió la puerta, y cerró de golpe, venía con el estomago vacío a esa hora de la tarde. Las llaves colgaron en el cerrojo de la pared, y terminó un plato de carbonada. Acompañó con botella de vino tinto, tenía ganas de pensar, de hablar, vivir nada más. Una, y otra vez acariciaba el vaso sentado hacia delante con los codos sobre la mesa, rodeado de sillas destruidas por el paso del tiempo. Tragó vino a fondo, y saboreó ese exquisito plato, hasta muy tarde. El viento que había ingresado soplaba tímido entre las cortinas del living, los dormitorios del fondo estaban abandonados de oscuros. Un sueño sobrecogedor intervino ese momento con mucha fuerza, no lograba reponerse de sus viajes mensuales desde hace tiempo, los clientes gustaban de su atención prolija de los productos a la venta, gracias a su dedicación aumentaban las transacciones en las empresas que visitaba por distintas regiones del país. Se recostó en un sillón frente a unos adornos de porcelana desteñida, cuando un crujido en la puerta interrumpió sus pensamientos, pero la voz de los vecinos hablando como de fiesta hizo que olvidara el asunto. Con la vista de regreso observó la pared, y vio que las llaves ya no colgaban en el cerrojo de la puerta. Registró su ropa, fue a la cocina, hurgó bajo la mesa, removió muebles, movió las sillas, prendió la luz, y sintió un fuerte estallido desde afuera. Se asomó por la ventana, y notó que la lluvia comenzaba apoderarse de las calles quedando a oscuras el otro lado de la casa. Durante la tarde, ella le advirtió que las conexiones eléctricas no eran seguras, la manutención del lugar no se realizaba hace tiempo, la lejanía de la casa incomodaba en general a cualquier técnico que tuviera la intención de realizar el arreglo con el propósito de evitar accidentes. Se conocieron en un café de un pueblo desconocido de otra región, y sin hablar estuvieron mirándose toda la noche. De todas las mujeres que conoció en el mundo, ninguna produjo en él, el efecto que Lía, la impresión fue tan fuerte, que la imagen y el recuerdo mismo de todas las mujeres, se borró. Aún en las pausas del amor permanecían desnudos respirando con las ventanas abiertas, habían progresado tanto, que ya no les alcanzaba el mundo para otra cosa, y lo hacían a cualquier hora y en cualquier lugar, tratando de hacerlo otra vez, cada vez que lo hacían. Tomó su linterna, y alumbró hacia la cocina, en completa oscuridad estaba el segundo piso, era miedoso, al llegar a la adultez había superado ese episodio, pero odiaba quedarse sólo aunque fuera media hora. La escalera de mármol vivía de apoyo al piso de arriba, con sólo mirar hacia las sombras de esa alcoba, daba la impresión de que otros habían llegado a vivir décadas antes a esta parte de la casa, como si de un viaje duradero se tratara que hubiesen dilatado todavía más, seguro estaban que los vecinos cuidarían su lugar de cualquier intruso que se atreviera entrar a esa hora, y con la casa a oscuras. Sin enterarse de los que habitaron antes, los antepasados del segundo piso que se paseaban por toda la alcoba, sentados sobre la escalera, observaban al forastero de abajo, al extraño de todas las tardes que encontraba un plato de comida, al extranjero que reposaba sin permiso en el lado poniente de la casa. Un segundo estruendo proveniente de la cordillera hizo que cubriera su cabeza, era la otra habitación, la que mira hacia el sur. Quiso cerrar los ojos al caminar hacia otras habitaciones, se sentía desnudo en la oscuridad, en un gesto de fe hizo la señal de la cruz, mientras la sombra del retrato de tía Julia formaba profunda tenebrosidad sobre la pared. Alcanzó una larga vida, heredera de vascos, pero nacida en Chile, no tuvo descendencia, los hombres eran como bestias indomables, decía a sí misma con rabia, resolvió adoptar un perro inteligente de raza fina, un setter irlandés que le avisaba cada vez que se acercaba algún extraño a husmear en sus jardines. Su carácter áspero, la hizo tener en muchas ocasiones problemas con sus criadas, cada vez que estas salían a disfrutar de un paisaje hermoso con el sol en alto en sus días libres, al regresar las llamaba desde su habitación, las reprendía duramente, quitaba sus ropas, tomaba un látigo, y las castigaba hasta el sangra miento. Todos los días vestía de negro con una blusa a rayas abotonada hasta arriba, sobre esto usaba una manta de raso que caía al suelo cubriendo sus pisadas, un bastón reemplazaba sus brazos pequeños, articulaba cada palabra con la ayuda del bastón, decía un familiar que en este mundo andaba de luto, nunca sonreía, por años conservó esta actitud, no se le vio distinta. En el mes de las hojas caídas, la muerte apareció de forma inesperada, pero antes llamó a un artista del pincel, para que la retratara de manera cómo quiso ser recordada para siempre, sobre la pared. A oscuras movió las perillas de su linterna mientras se hacía más de noche en las calles, sentía una rabia feroz contra si mismo, porque no podía soportar las ganas de llorar, cada vez que alguien ocupaba esa habitación de la casa, una negrura como la de un hombre alto, corpulento mal vestido, se aparecía para hacer sufrir. En vida estuvo encargado de la manutención del jardín, ocupaba un ancho sombrero que le cubría su rostro, no hablaba con nadie, estuvo enamorado de una mujer hermosa, la ahorcó al verla en los brazos de otro hombre, pronto se suicidó, por eso se ponía a gritar cada vez que lo veía desde la ventana merodeando por el jardín, recordó en ese momento las palabras vivas de doña Rosa, antes de morir. Caminó despacio en dirección hacia la habitación principal, mientras la lluvia guiada por el viento golpeaba las ventanas de toda la casa. Su linterna alumbraba una puerta desconocía que se veía de un color indeterminado por las tinieblas de esa noche, a medida que avanzaba un montón de imágenes se cruzaban por el camino en su mente ataviada. Estando a unos metros de distancia que separa la escalera del segundo piso, se detuvo un momento, tomó el diario, y sentado en el baño percibió que abrían la puerta de entrada, con dos giros hacia la izquierda pusieron llave, dos pasos se dirigieron hacia la cocina. El plato de carbonada quedó vacío junto a la copa de vino sobre la mesa del comedor, las voces de los vecinos se escuchaban a lo lejos como risas calladas. Sintió ruidos de copas, mientras corrían el ventanal del living, sus manos tiritando dejaron caer al suelo las noticias, la lluvia era constante, y su voz temblaba. Vino a su mente las cosas que amaba de Lía, recordó sus ojos brillantes como luceros, habituados a escuchar su voz familiar, hundía sus manos en esa forma de amor desconocida. ¡Si estuvieras aquí conmigo! –Pensaba, y repetía en su mente. Sintió desde el comedor que preparaban otra copa más, una voz escondida de doncella se escuchó desde lejos hablando de planes para el futuro, otro respondía atendiéndola de manera gentil. Recordó cuando bailaban la música, y se abrazaba a él, el eco de su risa con un encanto total de mujer, y como un ramo de imágenes vio cuando juntos dejaban caer la noche en suaves caricias, como una nueva primavera. Las pisadas como tumulto de gente avanzaban al oscuro pasillo, las puertas de las habitaciones cerraban de golpe, a medida que el tiempo avanzaba la sombra del retrato de tía Julia desencajaba desde los relieves medievales del cuadro sobre la pared. Observaban discretos a los que deambulaba por el oscuro pasillo, buscando al intruso del lado poniente de la casa, sentados sobre la escalera se decían al oído lo que le esperaba por haber sin autorización a un lugar habitados por otros. No recordaba si había puesto aldaba al cerrojo del baño, la distancia no era demasiado para no averiguarlo, se puso de pie, avanzó despacio hasta la puerta, percibió voces que se acercaban decididos a algo, y se puso de espaldas contra la pared, lugar había para esconderse, se podía construir otra habitación dentro, su linterna la había olvidado junto a la puerta que conducía hacia la habitación principal, recordó en ese momento que las pilas se habían agotado. Pensó escapar por la ventana que daba hacia la casa de los vecinos, aún se divisaba a uno de ellos con una copa en las manos sujetándose unos con otros, para no caerse al suelo, el dueño de esa vivienda trabajaba como detective, tenía buena fama de sabueso en todos los casos que tomaba para investigar, lograba dar con todas las réplicas de búsqueda que la estación de policía le encomendaba, se rumoreaba que sería ascendido pronto a sub comisario de la región. Se dio cuenta al intentar subirse que el espacio era reducido para su peso, y tamaño corporal, logró acomodarse de lado arrastrándose como el polvo, pero apretado como estaba hubiese muerto asfixiado al intentar pasar el cuerpo por la pequeña brecha que había en esa construcción. Los ruidos de pisadas se dirigieron ahora hacia la habitación del fondo, el eco de su risa era idéntico al de Lía, melodías desconocidas bailaron abrazados sin quitarse jamás la vista de encima, le daba gusto en todo, se notaba que así la quería, le regalaba hermosas palabras, jugaba con su pelo suelto porque a ella le gustaba la caricia de sus manos, sus ojos negros observaban de cerca el rostro de ese hombre, porque a decir de su apariencia, no estaba nada de mal pensaba la mujer, continuaron de fiesta hablando, y sonriendo por toda la casa, bebieron una copa de champagne, luego otra más, después surgió un silencio. Se tiró al piso del baño cuidando de no generar sospechas, junto al escusado encontró el hisopo, le quitó la parte redonda, se lo llevó como defensa hacia el fondo del pasillo ante el ataque inminente que opusieran los que estaban de intrusos. Abrió despacio, se mantuvo quieto escuchando algún indicio de los extraños de la música desconocida, sólo percibía su propia respiración, su pulso se aceleraba ante las sombras lejanas que se movían ocultándose ante la astucia del hombre con la defensa en la mano.

-¿Quién es? …

-Preguntó temblando.-

¿Quién está ahí?….

-Exclamó por segunda vez.-

Las tablas del piso de madera del corredor crujieron de manera ligera, se dirigió lentamente con valor hacia el comedor que era el lugar donde se sentía más seguro, la temperatura del ambiente obligaba respirar aire frío, de regreso por el pasillo evitó la mirada del cuadro de tía Julia sobre la pared, apuró un poco el paso mirando hacia atrás, cruzó la escalera que sujeta todo el segundo piso, frenó su avance, miró hacia la alcoba, y se detuvo a observar mientras subía algunos peldaños, preguntó una vez más, quien estaba ahí, pero ni un disimulo asomó si quiera, sólo un seco silencio ocupó ese momento. Continuó avanzando por el interior de la casa sin pararse ni detenerse, sin mirar a la derecha, ni a la izquierda, hasta que pudo tocar las sillas destruidas por el paso del tiempo que acompañaban el living comedor, cerró el ventanal para evitar el mal tiempo de afuera, observó intactos el plato vacío de carbonada junto a la copa de vino manchada por los restos de tinta del licor. Se acercó rápido a la puerta de entrada con un ánimo de no regresar más a esta vivienda, cuando un nuevo aroma conocido sacudió todos los recuerdos quedando completamente desconcertado, fue cuando en ese momento la miró, sonrió de felicidad, y la abrazó con la ternura de otras vidas, la retuvo por horas en ese abrazo, mientras le pedía que nunca más lo dejara sólo. Pero ese marido estaba sólo, a nadie ha encontrado y a nadie ha visto, su esposa yace muerta desde la tarde, al intentar acomodar un cable eléctrico de la casa, que se encontraba caído.

LA PUERTA

“La muerte decía un niño, no poca cosa”

La puerta se abrió, pero ellos no lo sabían. Los dolores se hicieron insoportables hasta callar en los momentos peligrosos. En toda su vida había experimentado cosa parecida, ni en su juventud cuando el inconsciente nos propone cada reto, con el riesgo evidente. Pero los hechos continuaron, y nadie más que su esposo aceptó el fuego devastador. En la quietud de la noche, su mirada vagó en el conjunto del techo, mientras un sonido abundaba de lo hondo de sus amígdalas desde la otra habitación de sus hijos.

Detrás de sus pensamientos, resaltaba el respaldo de la cama de tono café del arco de madera que a su esposa tanto le gustaba, y las cortinas que no venían en el juego, se acoplaban bastante bien. Observando mejor las molduras del techo detuvo su mirada y recordó que al día siguiente debía comprar pintura para darle la última pincelada a la pieza.

¡Estaba casi listo! –Pensó-

Después de tres semanas de escombros, de cajas repartidas sin rumbo donde pernoctar, avistaba el optimismo de una nueva casa. Hubo otro silencio y las baldosas de la cocina quedaron sin crujir, el inestable refrigerador dejó de temblar, el perro no encontró motivos para ladrar, y los silbidos de esos niños durmiendo ya no salieron de sus bocas.

Vagos pensamientos caminaron por su mente durante largo rato, hasta que se topó con la imagen de un Cristo en la cruz tallado en madera.

¡Dios mío! –Susurró- Un gran dolor lo obligó a recogerse por completo.

El miedo a morir estaba por venir, ocultarlo más tiempo era inútil. El fuego lo consumía y lo mantuvo aislado de todo por unos momentos. Por vez primera se había prolongado más de lo habitual, pero el sueño se hizo cómplice y pudo cubrir a sus hijos que dormían felices con nuevas ilusiones. Corrió las tapas y logró sentarse frente al despertador y descansar. Eran las dos de la madrugada.

¿Dónde vas? –Saltó la voz-

¡Al baño! –Respondió-

¿Te sientes mal?

¡No! – Solo tomé mucho líquido- Exclamó-

-No olvides que te quiero- Insistió ella-

De nuevo la calma se apropió de todo y en toda la noche no volvió articular palabra. Sintió ganas de moverse, se levantó y en el espejo del baño notó su rostro consumido, como si hubiera laborado cuantiosos años en una construcción en fierro fundido y soldaduras exhaustas con turnos nocturnos sin juventud. Se quitó la parte superior del pijama para observar si los dolores la habían causado marcas en la piel, pero solo eran temores y cansancio.

Regreso a la habitación y se quedó contemplando con más detalle las llagas del Cristo tallado en madera y tembló al pensar que eso le pudiera ocurrir a él o a otra persona. El olor a pintura que se mantenía en el ambiente se mezcló en sus fosas nasales junto con su aroma a transpiración que emanaba de lo profundo de su cuerpo. De lado intentó dormir, aunque le dificultaba respirar. Tapó un lado del cuerpo desnudo con mantas de pluma que asomaba de su esposa. Presenció que un adorno lo miró, era un mensajero con alas doradas que sujetaba su rostro en la palma derecha de su mano en actitud de pensamiento. En cierta forma imaginó que sería su compañero, o que estaría plagado de ellos, esperó que la hora avanzara, pero el reposo no duró.

Otro dolor arruinó su integridad, pero esta vez levantó las manos evitando la mácula de sangre entre las sabanas. Sin que nadie lo advirtiera, se lavó a oscuras con la puerta cerrada y dejó fluir todo el líquido plasmático amontonado entre sus dedos. El sabor de su boca estaba tan amarga como el veneno, el agua del baño continuaba fluyendo sin dificultad mientras se limpiaba con dolor su rostro, al salir después del lugar se apoyo en el umbral de la puerta del baño.

El perro comenzó a aullar con nuevas fuerzas, con un nuevo propósito sin que todavía llegase el nuevo amanecer. Más recuperado, enseguida sintió fuerzas para llegar a su pieza y estar con su bella esposa, sin embargo optó por el confortable verguear del living. Estando frente a la biblioteca, escuchó zancadas en el pasillo y observó que alguien buscaba un refresco en la cocina. Cerró de manera inestable la puerta del refrigerador, y las baldosas disparejas del suelo retornaron al mismo familiar crujido de siempre. Intrigado miró hacia el ventanal tratando de interpretar la medida del tiempo, pero por la densa obscuridad creyó que eran las cuatro de la madrugada. El hijo mayor reanudó el sueño por completo y un nuevo hondo silbido asomó deslizándose suavemente por su cuerpo hasta la mañana siguiente.

Con poca luz observó unas fotografías de dos jóvenes sobre la mesa de centro que se amaban con gran pasión, y una singular mirada le decía que ella sería suya para siempre. Sus ojos eran bellos y obscuros como la noche, de piel tersa y suave, melena hasta el hombro como cola de caballo fino, con un escote que intentaba tapar a medias un considerable busto que recuperaba la vista a los cegatones del pueblo. Quien iba a creer, la imagen de un hombre alto y fornido de mirada inquietante sobre la antigua mesa de centro, ahora auxiliado por un monumental sofá sufriendo escondido para no provocar otro infarto peor y más penoso.

¡Carlos! ¡Carlos! –Entre sueños le gritó-

Luchó con sus débiles piernas para ponerse de pie, pero se había quedado tumbado en el sitio del sillón, y los codos ya no servían ni siquiera de apoyo.

-Su mujer pasaba por una pesadilla-

Su voz se extravió en la habitación del living, sus brazos pendieron como en la ahorca y por oprimir tanta veces el estómago para impedir los gritos de dolor, quedó fatigado. Luego otra embestida lo dejó totalmente inconsciente, su cuerpo se torció de manera que las piernas se plegaron hacia atrás y no hubo nadie que pudiera evitarlo. Al volver en sí, sus ojos observaron el amanecer del cielo azul plateado que ingresaba su luz encima de los cojines de un pequeño sillón. Alegres silbidos desde los arboles penetraron alegrando el paso de los transeúntes que temprano encaraban el frío en sus rostros soñolientos.

En las habitaciones del fondo unos bostezos se percibían, pero continuaban durmiendo. Un nuevo dolor horrible comenzó oprimiéndole el cuello. Con indignación desde el patio, el perro se ensañó durante este deceso. La respiración se cambió a ronquido de muerte y la sangre no oxigenó más el cerebro.

Sonó el despertador. –Eran las 6 AM en punto-

La ropa quedó preparada a los pies de la cama desde la noche anterior, tal y como siempre él lo exigía. El hervidor con agua purificada para el primer café temprano, las toallas esperando para ser usadas, y las loncheras para una larga jornada. Una vez más resonó la campanilla del despertador que reventó por completo el silencio, su esposa volteo para el lado buscándolo pero no lo halló. Vistió la bata y se puso las zapatillas de levantarse para ir al baño. Lo que vio no podía aceptarlo, los rostros de los niños dormían plácidamente y nadie se había dado cuenta de esto.

¿Pero como se pudo olvidar de ellos? –Pensó en voz baja-

¡Levántense!… ¡Levántense niños!…

Comenzó a dar órdenes y acción a la casa, pero extrañada no atinaba con claridad. El perro comenzó a rasguñar la puerta con la insistencia de un oso, hasta que logró la atención del hijo mayor que venía desde el baño. Corrió este en dirección a la habitación principal, pero el olfato lo desvió hacia el living ladrando entre gemidos buscando al que había sido su amo por muchos años. Desde el comedor su mujer lanzó un primer grito escalofriante que llenó de tensión la casa, y uno de los hermanos logró cubrir los ojos al más pequeño.

En medio de llantos infantiles de sus hijos y oscuros lamentos intentaron acercarse y estrechar entre sus brazos al dueño de casa, pero Max eufórico mostraba sus colmillos una y otra vez…Una y otra vez…Una Y Otra vez.

ELISA

Entró en una Librería, y la vio. Alberto, se apartó al fondo de unos estantes para no verla, y le robara nuevamente el sueño. Sosteniendo un libro, observó a un extraño que conversaba afín con ella. El brillo en sus ojos, sus gestos, el meneo de su masa corporal, provocó resbalara el libro de sus dedos, provocando un sonido seco. Ella siguió el eco que venía de lo oscuro, consideró posible encontrar motivos, y se encaminó decidida averiguar lo que pasaba. Libros empolvados, que guardaban el crujido de novelas de épocas remotas, no encontró nada más.

¿Disculpe, la puedo ayudar en algo?

-Preguntó la muchacha, impidiendo alguna acción, con la pregunta.

¡Si, escuché un ruido, en aquellos estantes del fondo!

-Le dijo, intrépidamente-

¿Está segura, señora?

¡Por supuesto, que estoy segura!

-Argumentó enfática.

-Ninguno de nosotros trabaja en ese lado, apuntaba con el dedo índice la vendedora de baja estatura que se mordía los labios, por eso no está iluminada como las otras vitrinas, que usted puede ver. ¿Comprende?-

¡En sitios así, se esconden los peores! -Continuó hablando.- En un tiempo frecuentaba estos lugares, según permitieran trasladarse por el peligro de sufrir, una sorpresa desagradable. Usaba abrigo negro largo hasta los pies, cabello largo, barba tupida, de color castaño, de mediana estatura, enfermo de alérgico.

¿Está usted segura, no haberlo visto?

-Volvió a insistir, con la pregunta-

– A nadie he visto. ¡No conozco a ningún sujeto, con esa descripción!

-Respondió, con deseos de darle una bofetada, bien merecida-

Sentado en el suelo, Alberto escuchaba el relato como salido de una de las páginas novelescas, entre la empleada de la librería, y la bella Elisa, buscando respuestas precisas El extraño acompañante, era un hombre canoso bien mantenido, de camisa abierta, de bellos que le asomaban por el cuello, no hacía más que escuchar distraídamente la disputa, porque ese espacio muerto, no estaba habilitado para la venta, mientras unas sombras se provocaban al interior de la oscuridad. Sobre una puerta cerrada con llave, pendía un letrero que decía: ¡Por remodelación, no pasar! ¡No insista!

Se oyó un estruendo de tormenta, se aproximaron a la entrada, y vieron caer granizos con tal fuerza, que sus gotones se escuchaban golpear los techos de los negocios, provocando un sonido equivalente, al derrumbe de un edificio. Oculto detrás de los estantes, Alberto aguantaba los ataques repentinos de estornudo, era como un saque de tenis, corría el peligro de romperse una costilla, por la fuerza ejercida al estornudar. Presionaba el orificio inferior de su nariz convencido, como lo hacía cada vez que olvidaba su dosis, cerró los ojos, y respiró hondo recordando el pasado, en todos los momentos vividos con Elisa. Lo que juntos soportaron, las promesas que se dijeron, pero no cumplieron, salvo la lencería sensual que el disfrutaba desnudar, en cada Hotel romántico que ingresaban dentro de la ciudad.

¿Un café?

-Preguntó el viejo acompañante, mirando a Elisa con una sonrisa-.

¿Aquí, venden café?

-Preguntó de nuevo, alzando la voz-

¡Si señor! –Respondieron unos tipos, desde la recepción.

¡Entonces, tráiganos dos por favor, bien cargados!

Sentados frente a la puerta principal, la gente en la calle caminaba erguida bajo sus paraguas, mientras el frente de mal tiempo mojaba con una extensa lluvia la calle más corta del mundo, y los sujetos preparaban los café. Un repentino silencio se apoderó de ellos, y produjo otro más. Observó con detalle su figura voluptuosa, mientras ella miraba hacia el ventanal, le hubiese gustado abrazarla, acariciar su cabello que sensualmente enredaba a la altura de sus senos, se imaginó tocando su piel hasta la cintura, oler su boca, tenerla para siempre.

¡Aquí tiene, señor! – Exclamó-

Acercaron las sillas, y ordenaron más café, durante la conversación se dijeron todo lo que se pueden decir los amantes, a esa hora del día. Había otras mesas ocupadas por personas que no hablaban, observaban de vez en cuando la juventud que entraba, y salía deprisa con bolsas de productos de comida rápida. Continuó su voz segura, y suave convenciendo al viejo galán, terminar un antiguo amor que no tenía importancia para él, porque el paso de los años, lograron secar toda posibilidad de encuentro conyugal. Al terminar la última silaba salida de sus labios carnosos, rodaron por encima de las tazas de café, sus cabezas como palo de bolos, con un disparo certero venido de algún siniestro lugar. Alguien se asomó, hizo señas que el trabajo estaba cumplido, robaron las pertenencias del veterano, y se marcharon en silencio. Alberto observó atemorizado los cuerpos sin vida sobre las mesas, caminó hacia la puerta de entrada para escapar, pero antes acomodó con sus manos el cuerpo de Elisa, como tantas veces lo había hecho, cada vez que hacían el amor. Observó con atención su aspecto, no parecía de un cadáver, conservaba un buen semblante, la llevó con cuidado hasta acomodarla entre los libros viejos de unos estantes vacíos, apagó la luz del establecimiento, pero no cerró la puerta, y se marchó. Sobre el mesón de la entrada, donde se aglutina la gente para comprar las últimas novelas de amor que nos hacen soñar, quedó un sobre escrito dirigido para cualquiera que en ese momento la curiosidad, lo dejara entrar. Un lado del sobre estaba en blanco, el otro escrito con letra antigua. En el interior sonaba como una invitación, o una amenaza que decía: ¡Ahora sigues tú!

ISABELA

Cuando llegó a la enfermería militar, Isabela se encargó. Venía con licencia médica, y debía cumplir arresto. Durante el trayecto, pensó seriamente en cambiar de vida, bajó en Valparaíso, saludó un antiguo amor, y regresó a tomar el traslado, que se dirigía a Santiago. A la semana siguiente, el puesto de guardia de la zona naval, quedó vacío. Habló con su madre durante la tarde del sábado, le expresó lo que tenía en mente, pero los golpes a la puerta, no se hicieron esperar. Dos hombres preguntaban por el remiso, se vistió rápido, los mismos que años atrás, una noche en el centro de la capital, lo detuvieron en la vía ¡No se llevarán a mi hijo! –Exclamó, nerviosa. ¡Señora, cumplimos órdenes! -Respondieron. ¡No está en condiciones! –Insistió. -Su hijo tendrá, que acompañarnos. La encargada del aseo, no le salía el habla. Se acercaron al auto, uno de ellos subió adelante, la madre atrás, y otro del lado izquierdo, asegurando la situación. El viaje se produjo en silencio, ingresaron al recinto militar, subieron hasta el cuarto piso, el médico jefe quedó a cargo. El bolsillo de su delantal, destacaba el nombre, Doctor Pérez. Exigió a la madre, permanecer afuera un momento, no tardarían.

¡Recuéstate en la camilla, hijo! -Hundió sus manos…

¿Duele ahí? –Preguntó, con voz amable.

¡No! –Respondió.

¡Sí, ahí duele! –Dijo después.

Con la misma voz amable, le pidió quedarse en la camilla. Su madre entró, lo halló paliducho. Ingresaron los camilleros, explicaron que lo trasladarían a una sala de espera. Un enfermero lo condujo a un recibidor de depilación, esperando en silencio. Ingresó una señora de gestos rápidos, sostenía una conversación consigo misma, vestía una blusa a rayas abotonada hasta el cuello, sacó unos utensilios que ordenó de mayor a menor, formuló preguntas de rutina, palpó el área comprometida, y lo desnudó. Desde la habitación, escuchó una suave voz nombrando: ¡Doctor Pérez, a pabellón! ¡Se solicita al Doctor Pérez, en pabellón!

¡Despacio señora, comenzó a decir con temor el marino, tenga cuidado con eso! ¡Pero, qué melenudo se decía, feliz! Como si no hubiera visto algo igual en toda su trayectoria, mientras buscaba el ángulo, como el torero rodea al bovino, para ensartar la banderilla. ¡Pero, que melenudo, repetía una y otra vez! -Le aplicaré una crema en la zona, para evitar enrojecimiento de la piel. –Expresó. Abrió las cortinas, arrojó los utensilios a la basura, y lo derivó a la sala de operaciones. Ingresó a un ambiente ortodoxo, y frío como daga. Estaba todo listo para la operación, sólo faltaba el anestesista.

¿Cómo te llamas? –Interrogó, una atractiva enfermera.

¡Roberto! –Replicó.

¿Roberto, es primera vez que te operas, el apéndice?

¿Me va a doler mucho? –Exclamó, asustado.

¡Es como sacar una muela! –Declaró con una sonrisa, de mujer. Estaba paralizado, se sentía auténticamente enfermo. ¡Dormirás dentro de poco! –Argumentó, el anestesista, que venía saludando por el pasillo, al jefe hospital. Enseguida de la operación, recibió la visita de una practicante joven, tomó la temperatura, soltó la tensión de las sondas, el explicó que le costaba respirar, no podía hacer nada, argumentó la muchacha, hasta que el doctor dijese lo contrario, y se alejó. La atractiva enfermera ingresó, saludando a todos los convalecientes.

¿Cómo te sientes? –Preguntó.

¡Me cuesta respirar! –Exclamó doliente. -El médico comentó que la operación fue un éxito, las visitas están programadas las mañanas una hora, lo mismo en la tarde. –Indicó mecánicamente. ¡Descansa, estaré pendiente! Su sensualidad, quedó flotando en el ambiente. Cada vez venía el médico, y suministraba calmantes por sonda naso gástrica, el efecto no duraba más de tres horas, dormir era difícil, y el dolor del vecino, era peor. Era de madrugada.

¡Eh, amigo! –Preguntó una voz, desde lejos.

¡Por aquí, por aquí! –Se oía joven.

¿Puedes verme? –Indicó con señas.

¡Sí! –Respondió, Roberto.

-Soy Margarita, me dicen la colorina.-

¿No puedes, dormir? –Interrumpió, el marino.

¿Y por qué, estas aquí? –Exclamó, luego.

Es mejor que estar en la calle, pasando frío. Cinco sujetos, intentaron violarme, dos lograron su cometido, me trasladaron al hospital más cercano. Denisse me enseñó este oficio, era la favorita, faltó poco internacionalizar su carrera, murió la pobrecita, sin dignidad. Por eso ya no atiendo en las noches, me quedo acostadita. Te contaré un secreto. Continuó hablando. Se cuando a una mujer, le atrae un hombre, mantiene distancia entre los médicos, almuerza con las mismas colegas en el casino, es como un águila cuando te mira, consiguió la mejor cama cuando estuviste anestesiado, acarició tu rostro una y otra vez, yo te hubiera acariciado más, y más todavía. Es la jefe de enfermería, su nombre es Isabela, te veré la suerte uno de estos días muchacho, no le cuentes a nadie nuestro secreto, me espera un día ajetreado, un beso lindura. Apoyó la cabeza sobre un cojín, y quedó roncando las siguientes horas del reloj. El sol descolorido alumbró las cortinas de la mañana, de lejos se escuchaba su voz interrogando por la recuperación de su hijo marino,llegó temprano con un kilo de manzanas, para exponerlas sobre el comedor. Isabela ingresó a la habitación, ayudó acomodar el respaldo de apoyo a la cabecera, sujetó sus hombros, y su fragancia impregnó las sabanas. Llevaba el pelo tomado esa mañana, sus labios estaban pintados de manera sobria, su escote mostraba lo inevitable.

¡Roberto, hijo mío! –Sonaba afligida.-

-Estoy mejor, mamá –Exclamó, el marino.

¿Qué ha dicho el doctor? –Cuestionó angustiada. ¡El doctor vendrá a las nueve en punto! -Interrumpió Isabela. -En cuanto a la operación, la recuperación es rápida, me refiero una semana. ¡Te lo dejo en tus manos, entonces! -Exclamó con humor, la madre. Las visitas ingresaron en manada a ver a sus parientes, también al que roncaba como león en celo esta mañana, hasta que despertó hablando. Discutían de la tercera separación del hermano de Juan, Irene, la tía solterona, y callada, fue sorprendida por segunda vez saliendo de la casa del morador de la esquina, desde entonces, le llaman doña las malas calificaciones de la prima mayor, tenían desilusionados a toda la familia, hasta terminar así, el primer bloque de visitas. Isabela, retornó con una bata doblada sobre las manos, el médico llegó a examinar al afectado. Pidió estuviera presente, retiró las sondas, examinó bien la herida, observó el proceso de cicatrización, entregó novedades de la dieta alimenticia. ¿Más cómodo ahora, soldado? Dijo, con voz autoritaria. ¡Gracias, doctor! –Manifestó, con voz de alivio. Cercano al baño se levantó, abrió la puerta, observó su imagen al espejo, vio su rostro ajado, se humedeció el cuello, y permaneció cavilando, todo lo ocurrido. Salió del lavado, con la decisión de caminar por el pasillo, observó familiares conversando hacia la salida del recinto, con el alta entre los dedos. Sobre un plato, quedaron las manzanas trozadas, eran sus favoritas.

¿Nunca descansas? –Interrogó, atraído.

¡Estoy acostumbrada! – Manifestó, la atractiva enfermera.

¡Te ves mejor, sin las sondas! –Le dijo, con una mirada placentera.

¡Aliviado, es la palabra! –Expresó, Roberto.-

¡Prometo pagar, lo que has hecho por mí! –Exclamó.-

-Se acercó arreglándose el pelo, tomó sus manos, y mirando sus ojos, le dijo:

-No me debes nada, mi vocación es aliviar a los enfermos, quiero que te mejores, pórtate bien, sigue mis consejos, y saldrás de aquí, te lo prometo, lo besó, y desde la puerta, le dedicó un dulce adiós. Al paso de las horas, los cambios de turno se realizaron con normalidad, mientras el bloque último de visitas, se acercaba a su fin.

¡Despierte camarada!

¿Eres tú? –Señaló con la mano, durmiendo.

¡No reconoces, un infante de marina! –Argumentó, en posición firme.

¿Cuándo llegaste? –Preguntó desconcertado.

¡Veinte minutos! –Respondió, tácito.

¿Sabes que enfermera esta de turno?-Interpeló, el recluta.-

-Como en los viejos tiempos. –Expresó, con los ojos desorbitados. Te recuperarás, volverás a las filas donde perteneces. –Articuló. Tafo, no pudo ingresar a las fuerzas armadas, un accidente, lo alejó para siempre de la posibilidad de cumplir el sueño de su infancia. Ingresó una mujer que parecía novata, corrió las sabanas hasta los pies, abrió los parches de la herida, cubrió con ungüento de yodo, apañó con otra pieza la lesión, señaló que la cicatrización iba rápido, los días de hospitalización se acortaban. ¡Camine lo más posible! Le dijo, y se alejó. Después de comer, recordó sus palabras, la había sonrojado al decirle más cosas de las que le dijo en verdad, hace unos momentos. ¡No me debes nada, no me debes nada! Le decía, concibió de ella, el amor, y no una aventura, le daba miedo pensarlo, no medía el significado de tal ofrecimiento, no había tenido un alcance así con nadie, unas horas sin oír su voz, quería recomenzar a mirarla, estar con ella, estrecharla entre sus brazos, juntar su piel con la suya, porque ahora tenía encanto para él, no renunciaría a su sonrisa, ni a su boca al despedirse aquella tarde, le pertenecía desde el momento en que la vio, era una luz que penetraba en su ser, cuando estaba a oscuras, en este recinto hospitalario. Se escucharon ruidos administrativos cerrando el día laboral. Una mano delgada apagó la luz de la sala, mientras alguien le confiaba sus trabas personales. ¡Los hombres son todos iguales, decía, me juró que no tenía deberes con nadie, su esposa nos descubrió asomados desde un motel, el día de los enamorados, me quería morir, pero no me importó que nos sorprendiera, no me importó la expresión de venganza en su rostro, al hacerme suya, lo que me inquieta, es saber que estoy, embarazada! Su colega, escuchaba mientras anotaba los recuentos del vecino doliente, luego continuaron hablando, por los pasillos. Atendió los clientes de Denisse, seguro está con mucho trabajo. –Pensó en voz alta, desde su cama- La litera estaba sin sabanas, sobre el velador conservaba todas sus pinturas, estaba prohibido guardar artículos que no fueran del ámbito de la salud. Usaba un camisón blanco transparente, con líneas rosadas, le gustaba dormir despojada de todo. Ingresó otra enfermera, le sugirió un calmante por orden del médico, lo acompañó al baño, era de noche, debería estar durmiendo como los demás, esto le recordó el día que ingresó, a la infantería de marina. De madrugada a la ducha fría, almuerzo a medio día, en las tardes antes de que el sol se escondiera, teníamos que estar durmiendo. ¡Esto iba por el mismo camino! -Pensó. Los últimos momentos de su mejoría, los realizó caminando por los pasillos del hospital, con la autorización del médico de turno, y en las tardes en compañía, del brazo de Isabela. Personal de aseo por orden de la administración general del establecimiento, retiró el aposento de Margarita, desde la ventana al sacudir el polvo de su alojamiento, cayó una flor con espinas, igual que sus palabras que cautivaron esa noche, el corazón del marino. Respiró hondo, bajo las sabanas de su hogar, la mesa del comedor estaba arreglada, para el favorito de sus hijos. Antonina, la asesora del hogar, le dio los buenos días con un abrazo de vidas pasadas, lo besaba en el rostro una, y otra vez, como un bebe que hubiese parido, recién. La conversación se mantuvo, hasta llegar el momento de partir, recuperada la salud completamente, tendría que rendir cuentas, y cumplir arresto en la segunda zona naval. Tomó sus cosas, se despidió, y prometió regresar dentro de un mes. Se alejó mirando hacia atrás, cruzó la calle, y fue arrollado por un camión, la gente comenzó a rodear el peligro, llamaron a una ambulancia, atendieron el llamado. Bajaron los paramédicos, entablillaron el cuerpo de la víctima, el médico pidió espacio para hacer su trabajo, su pulso estaba descendiendo, dio la orden en la dirección correcta, Hospital Militar. Pidió por radio, reservaran equipo médico de turno, mientras observaba sus signos vitales que descendían a muerte. Sus pupilas no reaccionaban a la luz, el chofer estacionó, mientras la sala de operaciones estaba lista para intervenir. Ingresó a pabellón, le hizo señas a Isabela que entraba en turno, ella lo reconoció de inmediato. Hizo respiración para salvarlo, con la ayuda del socorrista, observó su vida pasar desde su niñez, hasta el lugar del accidente, vio a todos realizando el trabajo en equipo, lograron conectarlo a un tubo de oxigeno, pero, el soldado de infantería de marina de la segunda zona naval, resolvió establecerse donde los campos nunca hablan, sus acciones han acaecido, en este lugar de lucha, en este sitio de combate, dispuesto a partir, en cualquier momento. Al pasar el tiempo, una tarde de Sábado, Isabela sintió un fuerte malestar en todo el cuerpo, tomó una taza de café, y se recostó un largo rato con la mirada perdida en el pasado, creyó quedarse dormida, había cedido el día libre a la mujer que le ayudaba durante algunos días de la semana, especialmente con el aseo. Interrumpió el descanso por alguien que tocaba la puerta reiteradas veces, se levantó desde la cama cortando el sueño violentamente, abrió la puerta, no encontró a nadie. Un papel estaba botado cerca de la entrada, y al lado una rosa cortada delicadamente, esperó un momento, porque estaba segura que había escuchado golpes secos, en la puerta. Cerró, ingresó junto a su perro, leyó la carta sentada en un sillón, guardó la rosa en agua inhalando su rico aroma, el escrito no tenía fecha, ni remitente. Leyó las primeras líneas, supo en su corazón el autor de aquellas promesas, cada renglón era, una lágrima que caía sin esfuerzo por sus mejillas, en la misma hoja, más abajo, respondió de su puño y letra, con amor. Cerró las cortinas, trancó las ventanas, y se fue a costar. Se cubrió hasta arriba con el cobertor de la cama, y su perro quedó gimiendo toda la noche. Un día, Antonina tomó la decisión de caminar por la vereda del Hospital Militar, con un refresco en la mano, aprovechó las instalaciones del recinto, y al cerrar de golpe la puerta de salida del sanitario, provocó un férreo sonido en la ventana, y llamó su atención un letrero de madera antigua, que decía: -Departamento de Jefe de Enfermería, Cargo Vacante.

MÁS ALLÁ

Me preguntaba: ¿Qué pensará tanto?

No era diferente a los demás. Su pelo grueso y nacarado amontonado hacia el lado izquierdo caído, tapaba sus orejas hasta más debajo de la frente. Desde el cierre de sus gruesos parpados, daban la impresión que estaba siempre dormido, pero en el fondo, muy el fondo su boca inerte levemente estirada, marcaba sin disimulo las líneas propias de quién apronta una nueva sonrisa, que denotaban en todo su rostro una auténtica alegría más allá, y desconocida por cualquiera que visitara a esa hora la casa.

De gruesa anatomía, descansaba todo el rostro en su palma derecha sin moverse. Mientras el otro brazo rozaba el suelo de la mesa con el dedo gordo de la mano, no hacía otro gesto que quedarse sin detenerse. Por último y para volver a observar la extremidad más recia, la del lado donde miran los pensamientos, de nuevo me preguntaba: ¿Qué pensará tanto?

No dejaba a la imaginación su gula estomacal, y éste al estilo adánico, observaba mudo la impresión que causaba en los demás. Con los ojos cerrados, los tenía muy abiertos, hasta esbozaba una leve sonrisa de sabiduría eterna, de piernas algo cruzada en descanso hacia abajo como cayendo por los tobillos, sin dolor alguno. Habla un idioma desconocido sin necesidad de pasar por los sentidos como los seres humanos, para tener conocimiento de las leyes de la naturaleza, o de las leyes de la física cuántica, de la materia inanimada, pero libres como el viento no se interponen en ninguna decisión del hombre, solo por una intervención más alta, incluso divina, no están sujetos a nuestros pensamientos, solo observan y piensan. Pero, de nuevo me preguntaba: ¿Qué pensará tanto?

Después de todos estos años, he comprendido el verdadero lenguaje del silencio. En el hall de entrada, sobre una caoba mesa de centro, o cerca de un alto ventanal, la distribución de las cosas no es lo que más les importa. Sino que al final del día sepamos que el ángel de adorno puesto sobre la bandeja de plata, el cuadro azul del caballo corriendo libre de un lado para el otro colgado en la pared, o el Cristo crucificado que protege omnipotente la entrada principal, sepamos fehaciente que de alguna manera ellos siempre, siempre nos están hablando.

SILENCIO EN MAGALLANES

Ella lo observo desde lejos, sentado en la banca en una mañana fría, y llena de incertidumbre. Se acerco caminando con los brazos cruzados sin quitarle la vista de encima. Vestida de blanco con su pelo negro, alrededor de su rostro mojado por la llovizna, apuro su paso buscando su mirada. Entre pensamientos levantaba hacia el cielo su vista, hasta que se sentó un poco mas apartada que el.

En medio del sonido del mar, y el romper de las olas, escucho de ese hombre los secretos guardados de toda una vida en su corazón, ella cuidadosamente tomo su mano, entrelazo sus dedos en las suyas, y con la argolla que rodeaba el meñique susurró con una tranquila, y delicada voz…

¿Te he dicho alguna vez que te quiero?…

No. –Contesto.-

¡Te quiero!

¿Todavía, preguntó el?

¡Siempre! –Respondió, la mujer-

Así fue, y se dijeron, y con las manos tomadas se quedaron. Apoyada en su espalda con el horizonte puesto en sus propios recuerdos, permanecieron sentados interrumpidos solo por el reventar de las olas, y el grito de las aves del cielo.El esbozaba una leve sonrisa en su rostro marcado, ella mojaba sus labios siempre con sus abundantes lágrimas. El tiempo avanzó junto a ellos, con las mañanas gélidas de la región de Magallanes, el canto de las cotorras junto a los zorzales, y las loicas, daban paso a las nubes cargadas de abundante agua, junto al viento que se desplazaba sobre canales patagónicos, arrastrando cualquier objeto que se cruzara por su paso.

Durante la tarde, contemplaban siempre la figura de dos enamorados con la expresión hacia adentro. La gente reflexionaba sobre su historia, que con el correr de los años era dialogo obligado por la gente del pueblo, y turistas de todos los lugares del mundo. Los niños jugaban subiendo escalones, una pequeña puerta de entrada para merodear de cerca, y tocar a los que decidieron morir juntos congelados hace dos décadas por la crudeza de la zona.

Nunca supieron sus nombres, el gustaba del silencio y el clima magallánico, otros lo habían visto en Porvenir en isla grande de tierra del fuego, cazando al zorro gris patagónico durante años, otros aseguraban que siempre fue, ermitaño. Con respecto a la mujer solo se formulaban rumores.

Las parejas se acercan a este lugar antes de llegar a sus casas, y despedirse del ser amado. Al aproximarse la noche, una luz caía como rayo iluminando la figura humana, y, más de uno asegura haber escuchado en la quietud del viento, silbidos sureños queriendo pronunciar palabras de los que murieron a orillas del estrecho de Magallanes,pero nadie entre la gente del pueblo asegura, ni afirma, que esto sea cierto.

EL DESCANSO

Pasado medio día, exigimos, la hora de descanso, establecido en el contrato. Sobre las puertas del ascensor, colgaba torcido, el letrero de manutención, semanal. Descendimos por las escaleras, hasta dar a la calle Augusto Mate, y fumar sentados, en la banca de la esquina, que estaba desocupado. En el cuarto piso, con vista a los techos de otros edificios, se quedaron las compañeras conversando, mientras el humo de sus cigarros, crecía, y crecía. El sol de mediodía, iluminaba, pero no calentaba el cuerpo. Por la vereda del frente, observé a una mujer madura de clase media, vestida con una blusa abotonada hasta el cuello, caminaba lento, absorbida en sus pensamientos, y acechándome, le pregunté:

¿Sería tan amable, y me dice la hora? –

-Es tarde, voy apurada.- Respondió enfática.-

En cambio a mí, le dije sonriente, y observando la formación de las nubes, todavía me queda, media hora legal de descanso.

-Y sin esperar respuesta, regresé a la banca.

¿DONDE VAN LAS MUJERES CUANDO ESTÁN TRISTES?

Silenciosa, no quiso acompañarme hoy al desayuno. Subí al dormitorio, y tendido en la cama escuché que buscaba sus nuevos aros de perla. Cuando nos casamos, escondía una mirada de niña, y su juventud rebosaba. Yo también la amaba, nunca andaba triste, pero hoy me pregunté: ¿Dónde van las mujeres cuando están tristes? Escuché un ruido, sentí su fragancia, la busque en el baño, dejó sonando el teléfono, bajé las escaleras despacio, era muy fácil caerse, inspire hondo, alcé la voz, grité su nombre, pero ella cerró la puerta, y no alcance a besarla.

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