Relato breve a una madre

Una fuerte presión me empujaba, intenté resistirme pero tras comprobar que no podía luchar contra aquella fuerza externa me dejé llevar, estaba asustada. No veía nada y sentía como mil manos me rodeaban y tiraban de mí, notaba como me zarandeaban, yo no quería irme, hasta que finalmente y en contra de mi voluntad dejé atrás mi cálido hogar. Alguien me sujetó, y tras escuchar el abrir y cerrar de unas tijeras sentí que no podía respirar, estaba entrando en pánico, me faltaba el aire y la sensación de agobio empezó a inundarme por dentro. Un golpe seco en la espalda obligó a mis pulmones a reaccionar, alivió mi fatiga, pero el dolor del manotazo empezó a expandirse. Lloré, desorientada y sin saber dónde me encontraba, tenía hambre, frio, y una terrible angustia.

Abrí los ojos con esfuerzo, y finalmente una imagen borrosa se presentó ante mí, había manchas de colores por todos lados y la rapidez con la que se desplazaban era escalofriante, <<¿dónde estoy?>> pensé atemorizada, no podía moverme, me sentía débil e insegura, completamente perdida. Contemplé desesperada cómo me sujetaban en brazos y me dirigían a otro lugar, me apoyaron sobre una zona mullida, agradable al tacto, estaba muy suave y olía bien. El calor que desprendía aquella superficie empezó a reconfortarme, miré hacia arriba e intentando reconocer algo de lo que percibía con mis prematuros ojos pude distinguir las facciones de una mujer que me observaba con una gran sonrisa dibujada en su rostro. Quedé envuelta en la tranquilidad que me producía estar en su pecho, por alguna razón ya no sentía miedo y una inmensa paz empezó a llenar mi diminuto corazón. Aquella mujer tenía los ojos risueños y brillantes, salpicados de pequeñas arrugas generadas por la cansada pero satisfactoria sonrisa que me dedicaba, su rostro ovalado radiaba felicidad y amor, me sujetó delicadamente, como si fuera un pequeño tesoro y sentí que a partir de ese momento nada podría hacerme daño, porque ella siempre me protegería.

Empecé a crecer y la persona a la que llamaba ‘mamá’ crecía conmigo, me preparaba unas deliciosas comidas y me arropaba por las noches, me educaba con sensibilidad, cariño y dulzura, me regalaba su tiempo y me cuidaba a cambio de nada, así que al final e inevitablemente terminé por enamorarme de ella. Me enamoré de su forma de ser, tan bondadosa y empática, de su manera de hablar, de su voz, de su risa, de sus besos y abrazos, me enamoré de sus gestos, de sus expresiones.

Seguí creciendo y comencé a relacionarme con más gente, siempre le pedía consejo y ella me ayudaba de la mejor manera posible, escuchándome, podía comentarle todo lo que me ocurría, sabía que me apoyaría en cada decisión que tomase y que me ayudaría a encauzar el largo camino que me esperaba por recorrer. Conocí gente buena, gente mala, experimenté grandes desgracias sentimentales, y cada vez que llegaba a casa llorando me consolaba, me abrazaba y aquello me sosegaba más que ninguna otra cosa, cuando me tenía entre sus brazos sabía que no tenía nada que temer, que todo saldría bien. Respetaba mis defectos y ensalzaba mis virtudes, me obsequió con preciados valores, moldeándome poco a poco y me encomendó la ardua tarea de crearme una personalidad. Me cedió parte de su afecto y eso hizo que comenzara a quererme, y aun soportando problemas que me hundían y minaban ese amor propio que había adquirido, ella conseguía mantenerme a flote y a su vez alimentar la autoestima que con empeño había conseguido forjar.

Era una persona muy fuerte, y también era fuerte por mí, por todos nosotros, aunque muchas personas no lo valoraran y se aprovecharan de su energía. Muchas veces esas actitudes egoístas destruían su ánimo, siempre reservaba sus sentimientos para sí misma, lo que me preocupaba. Pero por suerte a medida que cumplía años lo empezaba a compartir conmigo y era muy agradable sentir que podía propiciarle ayuda a la persona que siempre me la había dado a mí.

Nunca sabré porqué el destino quiso ponerme a su cargo, pero sólo puedo darle las gracias por haberme asignado una madre tan especial, tan inteligente y tan guapa, por dentro y por fuera. Me alegra saber que esta persona tan única sigue formando parte de mi vida, y que lo seguirá haciendo para siempre.

Gracias mamá por ser como eres, por transmitir lo que transmites y por estar siempre cuando más te necesito, con nuestro pros y nuestros contras, con nuestras discusiones, gracias por quererme y darme todo lo que estaba en tu mano para hacerme feliz, gracias por escucharme, gracias por los pequeños y grandes detalles que te caracterizan, gracias por abrirme camino cuando no encontraba ninguna salida. Pero sobre todo gracias por ser mi madre.

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