Era una noche tormentosa, la lluvia caía ruidosamente contra el asfalto negro, la figura de un hombre caminando serenamente se divisaba entre las gotas, sus pasos resonaban en los pequeños charcos. Miles de pensamientos se cruzaban en su mente, una tos ronca lo molestaba, no estaba enterado de la tormenta y lo tomó desprevenido, de lo contrario habría usado su auto, un flamante sedán azul, para ir al trabajo pero el tiempo soleado de la mañana lo engañó.
Varias cuadras lo separaban de su casa, donde su familia lo estaría esperando. Seguramente su esposa tomaría su abrigo mojado y le alcanzaría una toalla para secarse, sus hijos pequeños corriendo a abrazarlo y juntos disfrutar de una cena cálida y familiar.
La lluvia seguía cayendo, helada y pesada, él se encogía de hombros tratando de aguantar como podía, buscó las llaves en su bolsillo y cuando llegó a la puerta abrió con suavidad, al entrar se encontró con su mujer y sus pequeños, sonrisas impecables en sus rostros, corrieron a abrazarlo y de repente hubo un extraño sonido… sonó una vez… sonó dos veces…
El sonido se repitió hasta que él abrió los ojos y extendió la mano para apagar el despertador, levantó su cabeza de la almohada y miró la hora, con desgano se levantó de la cama matrimonial en donde él apenas podía ocupar la mitad. Era una mañana gris y lluviosa, tras levantarse se dirigió a la cocina y en el camino vio un retrato: él, su esposa y sus niños; la fotografía alegre y radiante contrastaba con el ambiente triste y oscuro de la casa.
Se formó una pequeña sonrisa en su cara aunque lo invadía la nostalgia y el dolor mientras una frase brotaba de sus labios: “Los extraño”. Se dirigió al garaje donde lo aguardaba el sedán, que ahora tenía marcas de haber sido reparado en gran parte de su carrocería, una sensación amarga lo invadió tras ponerse detrás del volante y sabiendo que nadie lo notaría, empezó a llorar.
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