REFUGIO DE ARLEQUÍN.(La mesa de los amados).

REFUGIO DE ARLEQUÍN.(La mesa de los amados).

Frances Mesutti

26/09/2022

REFUGIO DE ARLEQUÍN.

(La mesa de los amados).

Deseo te encuentres bien, de este lado del mundo, las cosas son algo complejas, debieron dejar de serlo en cuanto me hice mayor pero, se han mantenido del mismo modo que siempre las he recordado. Con un sabor helado a nada, con una brisa que refresca y ahoga a la vez, con un aire irrespirable y nauseabundo. Con un temple de vieja hogareña que desquicia. Creo que así se vive a diario, y aun así nos tomamos libertades banales, caprichos sujetos a cambios, nos permitimos amar sin amarnos, o amar sin que nos amen, o ser amados sin la capacidad de amar, en ocasiones amamos a medias, o a tantas, amamos a distancia, o en silencio, amamos a farol de luz, a la luz de cuantos transitan, amamos recuerdos, o amamos sueños, pero amamos. Esto no hace implícito el dolor que corresponde a la emoción en cuestión. Conozco un par de personas que aman, y no lo saben. Existe un lugar donde el amor cobra sarcasmo e ironía, cobra risas y paga con vueltos de verdades. Frente a una mesa irregularmente ovalada, o con una forma que nunca aprendí a interpretar ni me molestaré en buscar, se sientan personas distintas todos los días. Rotan sus asientos interpretando los gustos y disgustos que les asocia las malas del día, que los conmueve, o solo les tocó ceder su puesto. Margaret, se sienta donde mejor le parece, en la posición en ocasiones más incómoda que se pueda observar, no suelta el aparato de pantalla que siempre está en sus manos, es como un escudo del cual se aferra a diario, sin importar su estado de ánimo, es ese otro amigo que posee y le permite estar poseída de un gusto interpretativamente prosaico, pero no se ha fijado o quizá sabe muy bien la belleza que acuña. Tiene la mente atribulada, es el personaje perfecto para una comedia romántica, tan testaruda y sentimental que es hasta contradictoria su forma de querer y ser querida, tan mimada que podría decirse que conserva esa niña oculta en responsabilidades que no le competían, pero ajustó a sí, esos caprichos no tan ajenos de niña consentida que, cómo negarle; sin con sus grandes ojos profundos y dulces anhela algo muy lejano a su niñez y más cercano al desdén de todo lo que la sopesa. Así es ella. Karla, es un personaje intrépido, repleto de miles de formas de amar, ninguna parecida a la anterior, y miles de formas para cada formato de persona estudiado cuidadosamente por su ojo clínico no certificado por un papel, sino por la conciencia viva de quererles como no se les quiso. Guarda un rencor ingenuo por su capacidad de ver las cosas a tiempo pero no percatarse con acciones de lo que sucede, nunca tiene una opinión vacía en los labios, siempre se le resbala algo de ácido entre las palabras, y aun así no logra intimidar. Se sabe tan débil que proteger a otros se ha vuelto su armadura, ella misma es su caballo de Troya. Retoza alrededor del amor cual quinceañera, permitiéndose el descaro y el decoro en dosis similares, sintiendo la emoción de su falda imaginaria alborotada por el viento, como la brisa joven que respira a su oreja y le recuerda la ligereza emocional con la que cuenta, quizá su don más hermoso, más allá de sus actitudes de trotamundos. Angelica, vive un mundo pintado de tonos pasteles y nombres cambiantes que se interpretan como la visión de algo que nadie ve, solo ella y sus acompañantes de madera, esos que mese con ingenuidad en un bolcito rosado, los lleva del mismo modo que la han llevado, de un lado a otro, aprendió a cargar con su mundo en un bolso, impresionante que siendo tan basto y extensas las planicies de su conciencia, quepa toda entre crayones y rotuladores. Se ha pintado los ojos de todos los colores, y va pintando almas sin necesidad de decir ¨Te amo¨ se ha creado un lugar inocuo, lejos del atosigamiento, se frustra, llora, ríe y ama sola, en completa apatía hacia el mundo que nada tiene que ver. Vive intensamente sus emociones, ríe con malicia, máquina, premedita cada uno de sus movimientos luego oculta su conocimiento de todo tras sonrisas inentendibles que en ocasiones pueden terminar en un llanto infantil. De todos los que se refugian alrededor de esta mesa sin forma predilecta en la cual los puestos no son fijos, ella, Angélica, es la que más ama. Lizmar, ama a distancia. Ama desde donde se le permite y se ha permitido, donde no la toquen las palabras soeces, donde las reprimendas son solo suyas y no de otros, donde a penas ella se pueda entender antes de tratar ser entendida, baila sus amores con un tono melancólico, como si aquello que ama, realmente no está y buscarlo es más difícil, porque no es que no sepa dónde está, sino que alcanzarlo es más dañino. Ama con tanto tacto que apenas se ha permitido extender los brazos a medias, temerosa que se vayan, ya le ha dolido, irse para ella, irse amando, es la confirmación de cuánto puede amar, de formas intangibles, de formas que no se encuentren, baila como ama, para ella, en solitario, en compaginación y se convence testarudamente de sus intenciones, aunque no sean las reales y el lamento le coreografíe. Ellas siempre están ante la mesa, rotan pero no se van, siguen, son ejemplares de mármol, finamente tallados por una mano con párkinson, por eso son tan bellas. Los refugios se vuelven adictivos, atrayentes, tentadores, a fines para muchos, un lugar donde llegar a no decir nada y fingir que un par de partidas de juegos de mesas le darán sentido a lo bueno, y desvanecerá los problemas que se hacen vida al momento de cruzar el umbral de la puerta. Martín, es uno de esos, de esos que la mirada no solo le pesa a él, sino que con la misma inculca un peso religioso en otros, el desorden de sus cabellos y la necesidad de peinarlos frecuentemente es una rutina épica de acoplamiento, de tratar de poner la piezas donde se supone siempre debieron estar, vaga sin un plan en sí pero sin abandonar los fundamentos, al igual que todos, se ha permitido adolecer de amor, lleva su estigma, pero no pretende andar desnudo ante el mundo. Un voraz ingenio lo rodea, un descaro risueño, un silencio sepulcral, una palabra precisa, y todo esto lo ha sabido adornar con un aroma a flores de campo que le visten, que le enfrentan, que le permiten sosegarse en sí. Daniel, éste, éste es otro de los personajes típicos de una historia, con un temple de macho sarcástico, eufórico, cabrío, que pierde el juicio frente al amor, porque en su mirada llorosa, en sus ojos levemente brillantes oculta un sinsabores de sueños hechos trizas, de malentendidos extensos, de dolores que la vida otorga sin cuidado alguno de en dónde caen, se ha hecho de concreto a pulso, se ha hecho de ruedas, de motor, de cadenas, de transmisor, de acelerador, se ha destruido y reconstruido en el proceso, y reparar le queda bien. Está en el refugio muy a menudo, buscando repararse, y sin saberlo encontró alguien a quién reparar. Los amores son largos, sin pausas, sin espacios significativos que le pertenezcan sólo a uno, el amor desmiembra al cuerdo más cuerdo y vislumbra al loco más loco. He quedado vislumbrada de cuánto amor puede encerrarse en un contenedor sin tapa, Yo, fiel observadora de aquellos que se saben observados pero ignoran mi bromista presencia, yo el arlequín que se pasea entre ustedes, les puedo asegurar que han amado tanto, y les falta tanto por amar.

FM

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