Me siento a escribir y no escribo ¿será la falta de escritura que hace que no pueda hacerlo? escribir no escribiendo, ¿cómo bajar esa sensación de tener la mente llena de palabras a la maquina? Pienso, tal vez el papel ayude y pruebo – definitivamente el papel ayuda, pero lo hago de manera desordenada, escribo cuando estoy aburrida en la cotidianeidad de mis días. En la chatura de las labores mundanas, en la simple hoja de papel que queda suelta en algún rincón de mi mochila. Últimamente uso lápiz y escribo versos, últimamente uso goma y borro algunas partes. Como queriendo modificar parte de las realidades que dicen mis palabras. Nunca había escrito con lápiz, descubrí en él el opuesto a la tinta que refleja de alguna manera la permanencia de las cosas- y me pregunto si será que acepté la imposibilidad de perpetuar realidades. Tal vez el lápiz refleje la capacidad de rehacer historias, la chance de cambiar emociones, la incontrolable mutación de aconteceres. Somos movimiento, somos cambios, somos enojos y amores, somos fantasías y realidades. ¿Por cuánto tiempo? Por este segundo que dejo ya de ser. No me gusta borrar los impulsos, esos los dejo – son los que me permiten actuar sin que mis limitaciones actúen. No me gusta la tinta porque es definitoria, no se puede modificar si no tachar – alterar – sobre escribir o arrancar – no me gusta la tinta porque me hace creer que lo sucedido queda de alguna manera siempre permanente. Es cierto que de alguna manera nuestro pasado nos condena o bendice según se lo entienda. Es cierto que incluso el estornudo que acabo de dar tiene registro en mi existencia, es cierto que lo hecho hecho está pero también es cierto que existen posibilidades de alterarlos… al menos en los recuerdos.
¿Nunca les paso que recodaran algo de una manera parcialmente alterada a cómo se suscitó realmente? Estoy segura que sí. Es nuestra cabeza, es nuestro deseo, es nuestra necesidad de control – esa necesidad que hace que algún gesto sea encuadrado en el marco que nos conviene. Esa necesidad de que un dolor merme. Esa necesidad que una caricia siga sintiéndose en el cuerpo. Esa necesidad de que unas lagrimas sean fruto de una ilusión. Esa necesidad… esa. Necesidad de necesitarnos necesarios. Necesidad de necesitar recuerdos. Necesidad de trasformar dolores. Necesidad de sentirnos necesarios. Me fui de tema.
Escribo ahora en la computadora. El papel y el lápiz me permiten versos desordenados como ya dije. La computadora me permite explayarme despreocupadamente, aunque me limita. Las teclas me llevan a corregir errores de tipeo y no de ortografía, pues no los tengo. Mi compañera de ediciones esta vieja, tiene el corrector desconfigurado y con él algunas funciones fallan y la falla principal es, irónicamente lo único que nunca he podido incluir totalmente en mi conocimiento, las tildes. Solo me permite incluir unas tildes francesas que se escriben del revés. Decía entonces, la computadora me permite explayarme. Tengo dejos de fiaca que me acortan los textos cuando los escribo a mano.
Prosigo con el tema y debo aclarar que ya ni recuerdo bien cuál era… supongo la no escritura de escritos.
Estoy leyendo a Lispector, me identifiqué en su forma de bajar a letras los ruidos en el cuerpo. No hay manera ni posibilidad de comparación entre una y otra, pero me generó satisfacción el saberme comprendida en sus textos. No hay manera de darle forma de palabras a la mente que está en una o varias encrucijadas. No hay manera de no saltarse normas de encuadre establecidas cuando se siente contener una bomba de pensamientos. Bomba que si no explota de manera incoherente tal vez implosione. Entonces me atrevo a hacer esta descarga de ruido de manera silenciosa.
Siempre me gusto el silencio. Silencio silencioso que se come el más mínimo estorbo del mundo externo. Necesito el silencio para escucharme. Me escucho incluso cuando estoy rodeada. Aprendí a usar el efecto aislante del eco de mi cabeza, aprendí a adentrarme en mi misma cuando no quiero contaminarme de ruidos ajenos. Y que bueno es hacerlo.
Me ha salvado de colonizadores del tiempo, me ha apartado de putrefacciones inundantes, me ha conquistado en escasos momentos.
Conquistas, colonizaciones ¿no son acaso lo mismo? en partes desiguales debería afirmarlo, pero no me atrevo. Quien conquista está, de cierta manera, colonizando, imponiendo así sea al menos un deseo.
Deseo desear sin ser colonizada, aunque admito que sí me seduce colonizar. Es incoherente la razón humana que por un lado anhela libertad absoluta y por el otro intenta acotar la del resto. No me refiero a privar libertades de manera absoluta, me refiero a limitar esas libertades intentando sean consistentes con nuestros propios reflejos. No entiendo lo que estoy escribiendo y sin embargo es así como lo siento. Si estuviera escribiendo en lápiz probablemente borraría esta parte, pero no lo estoy haciendo y decido dejarlo porque intuyo es la clave de este argumento. Argumentamos para saborear el esfuerzo de persuadir sobre nuestros conceptos. Me debato en cual es el objetivo primero y tal vez no haya. Es más, seguramente no lo hay porque al final todo es un único gran objeto. Y es entonces cuando se entremezclan las acepciones de una palabra que puede indicar materia, pero también denota un intento. Al final estamos hechos de ideas que creamos a partir del mucho o poco conocimiento que poseemos. Conocemos lo que nos dijeron y lo que descubrimos por nuestros propios medios y sin embargo no somo dueños. Somos el mal o buen sueño de alguien que nos piensa y por eso tenemos sentido.
Tenemos sentido al pertenecer a la imaginación de alguien que decide llenarnos de elementos. Dependiendo de esa composición adoptamos formas diversas y tal vez bien opuestas. Incursionemos en las mentes de aquellos que nos aman y odian al mismo tiempo y veamos lo antagónicos que somos.
Antagonismos llenos de cinismo y obstinamiento. Me presiento latente y a la vez olvidada. Me juzgo amada y también odiada. Soy el buen recuerdo de la compañía equivocada y el desecho de quienes aún tal vez lamento.
Lamentar distancias es la peor jugada del tiempo.
Lamentar el tiempo.
Tiempo así sin nada más.
Dejo de conectar con mis pensamientos y me encierro en mi corteza. Forjé una resistencia al sentimiento que no me gusta.
Implosiono momentos, rechazo encuentros sinceros, doy espacio a las balas perdidas y me demuestro que todo lo puedo. Y es ahí cuando recuerdo, el lado cínico de la vida.
Vuelvo al tema. Que ya ni sé cual era.
Antagonismos de único personaje puesto en escena de diversas maneras. No vale el esfuerzo, ni las letras. Mejor dejo que cada uno reflexione sobre esto a su manera.
Agrego: Habitamos nuestras ideas y con ellas las de quienes nos rodean.
Experimentaría rodearme solo de un tipo de patología para sacar conclusiones sobre la permeabilidad de mis supuestos. Y entonces recuerdo que ya lo he hecho sin darme cuenta. Y volver a eso es mi mayor miedo.
Sera por eso que espanto los estropajos de gentes que se me acercan. Sera por eso que necesito sentir que domino el juego. Será por eso que me escondo cuando el tema se pone serio. Necesito necesitar guía.
Me disfracé de quien todo lo podía.
Me sentencié a quien todo lo sabía.
Me anulé en quien todo lo presentía.
Me embarré en la manía de no dejarme guiar ni acariciar con elocuente fantasía de poder los sentidos controlar bajo una libertad perdida.
Creo llego el fin de este sinfín de delirio.
No podía escribir al inicio,
no pude escribir en el medio,
no puedo escribir al final.
Me voy de acá. –
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