Me levanté de la cama como un robot. De la nada despierto y voy en busca de algo. Mi sacudida fue algo extraña, cosa que no pensé en ese preciso momento. Abro la puerta de mi habitación y llegué a la cocina, en donde giro la llave de agua en el lavaplatos con un vaso en la mano derecha. Cayó el agua y quedó casi lleno. Pegué media vuelta y abrí aquel mueble de cocina en la pared colgado, aún con el vaso en mano. Saqué una tira de pastillas de allí y las llevé conmigo hasta la pieza. Cerrando la puerta me siento sobre el cubrecama y digiero una pastilla con agua. Coloqué el vaso en el velador de al costado izquierdo y acomodé mi cabeza en las almohadas para cerrar mis ojos nuevamente.
Esa misma noche, me despierto de nuevo. Esta vez con algo de miedo, con tiritones por todo mi cuerpo. Creo que tuve una pesadilla, lo más probable. Voy en busca de un vaso de agua, pero antes tengo que prender la luz. Presiono el interruptor para encenderla y un parpadeo comienza. Era una de color blanco… Sigo mi camino hacia el lavaplatos, pero el entorno se vuelve oscuro. La luz parpadeó seis veces y se apagó. Rápidamente me fui a buscar mi celular a la cama para tener la linterna. Lo llevo conmigo a la cocina y al intentar prenderla éste se va a negro. –¿Qué hago ahora?– Dije. No pasaron ni veinte segundos y mis brazos empezaban a tener la sensación de hormigueo… luego mis piernas… y después de eso sentí que me derretía hasta el suelo. Atravesé el piso. Fue un viaje silencioso, pasivo, y a la vez temeroso. No sabía en que momento podría llegar a un lado y quedarme quieto.
De pronto, de la nada alguien se lanza sobre mí, una silueta negra. No logré dilucidarla en aquel momento. Me estaba presionando, le gritaba que dejara mi cuerpo, pero nada. Cada vez hacía más fuerza en contra de mi pecho con su cuerpo. Estaba muy pesado. Vi sus manos, estaban petrificadas. Agarré bastante aire y empujé con toda mi fuerza. ¡Salió! ¡Me dejó! Me sorprendí. Quedé tirado en el piso cabeza arriba. El viento estaba helado, hacía mucho frío. Estaba entre medio de árboles gigantes y un techo con puntos de destellos. Toqué el suelo para saber si era real, y mis manos quedaron todas empapadas de un extraño líquido. Me repugné de la situación y di cuesta arriba. Mis piernas temblaban, pero aún asi corrí por el sendero que se encontraba ahí. En eso, en mi mente escuchaba una voz diciendo: –Cuatro, cero, nueve, siete, ¡Pum!… Cuatro, cero, nueve, siete, ¡Pum!… Cuatro, cero, nueve, siete, ¡Pum!– Me estaba desesperando, quería callar esa voz, pero no podía.
¡Una carretera! Por fin había encontrado una para poder ir en dirección al pueblo. Pasaron como cinco autos, sólo uno de ellos me llevó a mi destino: hogar.
Abrí con la manija y salí corriendo del auto hacia la puerta de entrada de mi casa despavorido.
¡Llaves! Metí mis manos todas sucias y asquerosas a mi bolsillo para sacarlas.
Al entrar lo primero que hice fue cerrar con pestillo todo acceso que tuviera en casa, ya sea ventanas, puertas traseras, etc.
Una vez terminado, me dirigí hacia el lavaplatos. Lavé mis manos apestosas con muchísimo jabón. Ya en mi habitación me eché perfume por todo mi cuerpo, no me gustaba el olor que se me pegó de aquel lugar en el que estaba. Me puse pijama y acomodé mi cabeza para cerrar mis ojos nuevamente. ¿Deja Vu? Sí, me pareció que había hecho esto más de cien veces en muy poco tiempo.
–Sólo quiero descansar, por favor– Dije al espacio vacío en el que se encontraba mi habitación inmensa. Con las luces apagadas sólo lograba ver la intensa paz que me esperaba adelante, ya que no podía tranquilizarme del todo en aquel momento.
En ese mismísimo instante siento que estoy parando de tiritar, pues estaba sentado en mi cama, a los pies de esta.
–¿En qué momento desperté de nuevo?– Me dije a mí mismo bien desconcertado.
Ya todo me daba lo mismo, por lo que decidí tranquilizar mi mente y dormir hasta mañana.
Al día siguiente, a eso de las 10:30 AM desperté con decisión, sabía que lo primero que tenía que hacer era ir a ese lugar. Tomé mi maleta, mi celular para comunicarme, mis llaves del auto, mi agenda, y por último, no menos importante, mi billetera con mis documentos.
–¿Aló?
–Vamos en camino, pero tenemos problemas.
–¡¿Qué?! ¿Y quienes son?
–Saben del lugar.– Con un tono bien serio me respondió Gabriel
–Ocúpense ustedes esta vez.– Enojado le corté la llamada, pues sólo tenía un objetivo.
¡Luz roja! No podía esperar más. Ya empezaba de nuevo a sentirme nervioso. Abrí mi maleta y digerí una pastilla con un sorbo de la botella de jugo caliente que tenía en mi auto desde ayer.
Seguí bien apresurado hacia mi destino: nuevo hogar.
Era lo que la vida me había prometido, lo que siempre soñé tener. Un hogar hermoso, sustentable y grande.
Ahí lo tenía, la corredora de propiedades me entregó las llaves. Admiré con gratitud toda la casa. Me senté en el sillón viejo que había, pues me faltaba renovar en esta casa grandota. Descansé mirando al infinito como un par de horas. Luego llegó Gabriel con el grupo a mi nuevo hogar a eso de las 20:45 hrs. con Snacks y bebidas alcohólicas para celebrar nuestra hermandad y nuestra nueva adquisición. Después de tanto arduo trabajo en la empresa, algún fruto tuvo que dar para ambos. Gabriel, mi tío de sangre –al cual yo no consideraba cómo parte de mi familia– me miró y me dijo:
La fiesta acabó, todos se fueron, es hora de dormir plácidamente en mi gran habitación, en una cama gigante y cómoda. Al día siguiente me iba de viaje, por asuntos de la empresa.
Con el tiempo fui ascendiendo de rango en la empresa. Tenía más y más beneficios. Tenía de todo.
Y hoy, a cinco años, todas las noches despierto en aquel bosque. Creí que eso me habia dejado de suceder. En esos cinco años comencé a temerle a la hora de dormir, siempre tenía un vaso de agua y una tira de pastillas para calmarme en mi velador. Pero aún asi, de una u otra forma, me levantaba y bajaba a la cocina de mi nueva casa para abrir aquella llave y ver sangre en vez de agua; la luz blanca apagándose junto a mi celular al momento de querer encender la linterna; derretirme para transportarme al lugar sombrío con luces de destellos como techo; sentir el cuerpo de mi padre presionándome el mío cuando cayó conmigo en el bosque; tocando ese lodal de sangre con mis manos; corriendo muy tembloroso por ese sendero oscuro que daba salida a la carretera; viajando a mi antigua casa en el auto de Gabriel; limpiando mis manos de una parte de mi padre en el lavaplatos de mi antiguo hogar…
Mi mente esa noche después del hecho me jugó una mala pasada, por lo que tuve que acostumbrarme a digerir dichas pastillas; por lo que tuve que acostumbrarme por al menos tres años a no dormir casi nada en las noches; por lo que tuve que acostumbrarme a la Soledad…
Estuve casi dos años bien, gracias a Margaret, gracias a su apoyo en todo. Pero hoy en día vuelvo a sentir lo mismo que creí haber dejado atrás. Lo he pensado bastante y quizás puede ser el hecho de que la Organización volvió a comunicarse conmigo para conectar nuevas Redes. Pero me dije a mí mismo:
–¿Qué trabajo puede ser peor que el de mi propio padre?– Tal vez una mala pregunta, una muy mala pregunta.
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