Me encontraba sentado en mi cama con la cabeza gacha, mientras sostenía a duras penas una carta que no quería abrir, porque me podía imaginar lo que se encontraba escrito en ella.
Solo quería hundirme en mis recuerdos, tan etéreos como el paso de una estrella por la tierra, donde podía ver a esa persona, a esa luz, que en algún momento comenzó a alúmbrame, dándome lo que nunca podría haberme imaginado tener, amor.
Apreté la carta hasta arrugarla, tome una bocanada de aire y comencé a leer, aunque sabía que me arrepentiría de hacerlo.
Lamento haber sido tan cobarde de no haber podido decírtelo a la cara pero sabía que me detendría, y sabía muy bien que yo me doblegaría nuevamente a tus pies, por esa razón, escondo mi cara tras esta carta, perdóname por favor.
Solo te pido, te imploro, que no te olvides de todos los momentos que pasamos juntos .Sin importar lo que fuese, tanto como, nuestra primera cita, que fue un desastre, yo estaba tan nerviosa que derrame mi café sobre tu ropa y te queme, perdóname sobre eso también.
-Claro que lo recuerdo, todavía tengo una leve quemadura-reí de mala manera, porque lo que quería hacer era llorar a lágrima viva sobre ese pedazo de papel. Sabía muy bien de que iba esto, ella se estaba despidiendo, me daba un adiós, no un hasta pronto.
Me arrepentía profundamente de haberte dejado ir, te conocía. Conocía tu orgullo, sabía que por más de que te estuvieras ahogando entre ese mar de desesperación y olas de angustia, te aferrarías a esa fachada de ambigüedad que tanto te había costado mantener.
O aquella vez que fuimos de picnic, comenzó a llover y como la cereza del pastel, el auto se averió. Fue un día desastroso, eso sin mencionar que, cuando fuiste por ayuda, te resbalaste en el barro y lesionaste tu espalda. Siempre tan torpe, pero la verdad, es una de las cosas que más me gustan de ti. Después de todo aprendí a amar tus defectos.
-Sí, pero no me dolió. En ese momento todavía te tenía a mi lado, para cuidarme. Reconfortarme con uno de tus abrazos que perecen milagrosos. Después de todo, sentía como mi cuerpo abrazabas y mi corazón amabas-A estas alturas ya ni siquiera podía enfocar bien mi vista.Daba una imagen patética, con mi nariz moqueando y mis lágrimas que amenazaban con salir, que se iban acumulando borrando mi vista. Pero no me derrumbaría, todavía. Se lo dije, aunque algo irónico a decir verdad, ya que ella no cumplió su parte de la promesa, yo le prometí no llorar. Amenos no lo haría todavía; sostuve la carta con más fuerza, creí que el papel en cualquier momento cedería y dejaría que mis uñas lo traspasaran, rasgando la tinta negra plasmada en él.
No sucedió, aguanto. Al igual que yo, que para reprimir mis lágrimas mordí mi labio hasta que un sabor metálico invadió mi boca. Luego se hincharía de sobremanera pero en ese instante no encontré mejor solución que combatir el dolor emocional con el físico. Así continúe leyendo con una gran pesadez en mi corazón.
Como olvidar el momento en el cual me dijeron que debía ser internada para poder tratarme de la mejor manera posible. No dieron explicaciones, quizás porque ellos tampoco sabían la causa, pero a cada consulta a la que íbamos yo me iba deteriorando, sin embargo no sola. Recuerdo tu rostro, casi demacrado debido a la falta de sueño,cada vez más delgado y con ojos hinchados e inyectados en sangre de tanto llorar, pero me lo prometiste, dijiste que no llorarías, y me dijiste que afrontaremos las cosas juntos, pero no puedo más, perdón.
A pesar de nuestra promesa no puedo seguir con esto, en este tiempo no he estado diciéndote la verdad. No mejorare, según los médicos es desconcertante micondición. En este último tiempo he ido de hospital en hospital pero nada. Mi enfermedad está demasiado avanzada, pero sin importar lo que suceda conmigo, prométeme que no me olvidarás; ni los momentos que pasamos juntos, sin importar si fueron malos o buenos, por favor recuérdame Nicolás. Recuerda que te amé, te amo, y te amaré.
Al finalizar la carta estaba devastado, no podía creerlo, tenía que encontrarla sin importar cómo, si eso que estaba escrito en la carta era cierto amenos quería,no, debía estar con ella hasta su último aliento.
Comencé a buscarla día y noche, no me importaba mi salud, solo quería poder tenerla entre mis brazos una vez más, una última vez.
A las semanas, ya no tenía fuerza y mis esperanzas iban disminuyendo poco a poco, al punto de que tomar aquella 9 milímetros entre mis dedos y jalar el gatillo, se hacía una idea demasiado tentadora, aunque todavía tenía una pequeña esperanza de que siguiera con vida, y que la lograra encontrar. Aunque ya me parecía una completa locura hallarla, en una ciudad tan grande aquella, era casi imposible.
A pesar de eso, decidí seguir, ya saben, la esperanza es lo último que se pierde, y estaba en lo correcto al pensar así.
Ya con opciones limitadas la halle.Había sido admitida en un hospital, del cual no recuerdo el nombre, en el pabellón de medicina interna. Se le estaban administrando estatina, realmente eso me sonaba a una intento ya desesperado para que mejorada, pero según la enfermera simplemente su condición seguía decayendo. Se encontraba en estado crítico, estaba inconsciente y lo más probable era que no despertara.
Con aquellas palabras pude sentir como mi corazón se estrujaba, fui lo más rápido que pude hacia el cuarto indicado y al entrar la vi, no quería creerlo, no quería pensar que quien reposaba allí era ella, inmóvil, en la fina línea entre la vida y la muerte.
Me acerqué a paso lento hacia la camilla en donde se encontraba, tome un banquito que estaba cerca, y me senté. Por unos pocos minutos me mantuve callado, tomando su mano, acariciando su cara con suma delicadeza, como si de una frágil flor se tratase, para a continuación sostenerla entre mis brazos para luego decir en un susurro casi inaudible, un pequeño
-Te amo, y siempre lo haré, recuérdalo. Recuérdame.
Luego de aquello hubo silencio, pero este no duro mucho, un insoportable ruido indicaba que mi amada había muerto, no me contuve, solté todo el peso, el dolor que llevaba conmigo, en forma de finas lágrimas, que comenzaron a formar pequeños charcos en el piso y si al cabo de un rato los doctores no hubieran llegado, y me hubiesen sacaron a la fuerza del cuarto, hubieran formado océanos.
Se realizó el funeral, todo fue muy sencillo y discreto. Pero ella nunca había sido amante de las cosas extravagantes. Algo más que amaba de ella. No fingía, no necesitaba la aprobación de otros. Era como una joya en bruto, que a pesar de ser desconocida brillaba con fuerza para aquellos que la admiraban.
Ese día me mortifique al lado de su lapida, maldiciendo y gritando hasta quedarme sin aire en los pulmones; sin fuerza en mi cuerpo y sin lágrimas en mis ojos. Pretendía quedarme toda la noche junto a quien había sido el amor de mi vida, pero me obligaron a salir del cementerio, amenos, claro, de que estuviera dispuesto a que me enterraran vivo, de pies a cabeza, para dormir con los muertos.
Me marche a paso lento y casi arrastrándome por el piso con las últimas fuerzas que amenazaban con abandonarme sin previo aviso. Creí que no podría estar peor, aunque nunca hay que decir nunca. Cuando cerré la puerta de la que alguna vez había sido nuestra casa, recibí una llamada del hospital que se había encargado de atenderla en sus momentos finales. Eso me sorprendió, yo no fui más que su pareja, quien la quiso incondicionalmente, pero al fin y al cabo su pareja. No tendrían por qué comunicarse conmigo. Pero era algo tan importante que la familia había pedido que yo también me enterada. Y sí que la noticia cayó como una bomba de información.
Padecía rabdomiolisis, destruye las células musculares. Es una enfermedad grave y a veces mortal, como en su caso. La estatina que ingreso a su cuerpo no hizo más que acelerar el proceso. Nadie pudo descifrarlo cuando ella todavía estaba con vida.Si tan solo hubieran hecho los exámenes de sangre correspondientes ella viviría aun.
¡Mierda! Solo hay una enfermedad en donde la enzima muscular exceda 50k. Pero nadie dio con la respuesta. La cólera me controlaba, ya estaba sumido en un abismo en donde mi única salvación ya estaba muerta. No me quedaba nada, solo un sabor amargo en mi boca y una fuerte rabia en contra de los médicos. Ya no me importaban los cuidado o lo que pudieran decir los vecinos.
Pedazos de lo que una vez fueron platos, se encontraban esparcidos por el piso. Papeles que me llegaron a importar rotos al igual de libros que en algún punto me esforcé en coleccionar. Todo aquello que tuvo ya hace mucho tiempo importancia para mí, ahora estaba desparramado en el piso, dándole a la casa en si un aspecto deplorable. El lugar en simples palabras era un chiquero. Lleno de telarañas y finas capas de polvo que decoraban los poco muebles que teníamos. Porque si, nunca tuvimos mucho. El lugar era chico pero a merced de la falta de muebles parecía inmenso.
La suciedad se acumulaba, al igual que los paquetes y/o cajas de comida pre echa, tal como los vasos, que todavía no había destrozado, en el lavadero. Pensar que lo que ahora a la vista era inhabitable, una vez fue un hogar. Rebosante de calidez, dando un aspecto sumamente acogedor. Todo gracias a ella. Quien ya se marchó y me dejó.
Pasaron los días y solo empeoraba, mis conocidos me decían que mis ojos ya no tenían vida, pero la realidad era que yo, ya no tenía vida. Mis días sin ella eran vacíos, gélidos. Solo era feliz cuando, con ayuda de un par de bebidas, la veía, parada junto a mí, sonriendo, nunca decía nada, pero su presencia era más que suficiente. Era una lástima cuando los efectos del alcohol se iban y me dejaban solo junto a las espantosas resacas y mis lágrimas, que caen desde mis ardidos ojos dejando un camino que era, luego, nuevamente trazado por otras, y así pasaba mis días, lleno de arrepentimiento, soledad, tristeza, pero sobretodo sufrimiento. El sufrimiento de pensar de que tuve a alguien a quien perdí, alguien que siempre estuvo junto a mí.
Esa era la rutina que soportaba todo los días hasta que decidí acabar con mi tormento. Agarré una soga, la cual até fuertemente a mi cuello y lo último que sentí fue como mis ojos se ponían vidriosos y un desgarrador gemido se escapaba de mi garganta. Así como la muerte le había arrebatado la vida a mi razón de existir, yo me arrebate la mía.
FIN
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