De repente me encontré parado sobre la suave arena de un desierto tranquilo y silencioso. Una fuerte brisa pasó a mi lado, envolviéndome entre su fría soledad. Arriba en el firmamento, flotaban nubes de color rosa, en formas de figuras de lunas y de estrellas. Caminé, sintiendo un gran peso en mis piernas, como si llevara pesas cargando. De la superficie de arena, salió repentinamente un animal. Como una transformación de un ratón y una culebra, con dientes afilados y su sonrisa perversa. Me empujó con una de sus patas una nota. La tomé entre mis manos y la leí. La nota decía “Resígnate y olvídalo”. Seguí avanzando y a lo lejos divisé una pequeña cueva. Me dirigí hacia ella con curiosidad. Antes de llegar, me topé con un letrero, rodeado con hojas de palmeras que decía “¡Silencio!”. Hice caso omiso y entré en aquella cueva oscura y que desprendía un aroma a hojas otoñales secas. Observé al fondo, un haz de luz que iluminaba algo. Me acerqué más y la luz caída desde algún lugar alto de la cueva, iluminaba a una hermosa mujer. De pelo largo y de finos ojos. Me cautivó con su dulzura. De las paredes, alrededor de la cueva, caían enredaderas y entre ellas, había rosas. Fui y tomé una de ellas. Regresé y se la entregué a la mujer. Me dijo “No, yo busco un alcatraz”. Salí corriendo de la cueva y afuera, la lluvia había empezado ya a caer. Llegué a donde se encontraba un conjunto de piedras. Unas sobre otras. Y en medio de ellas, salía un perfecto alcatraz. Lo arranqué con delicadeza y me dirigí hacia la cueva. Se lo obsequié a la preciosa dama. Me miró fijamente y me dijo “Busco un clavel”. Salí de la cueva dirigiéndome a su altar.

Víctor Daniel López
< VDL >

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