Real Decreto 666, lamento veterinario

Oh, lúgubre heraldo de pluma insensible,

funesto Real Decreto de número aciago, 

que con garras de tinta inexorable

sepulta la ciencia bajo el estrago.

¿Quién osó, en la torre de mármol y sombra, 

dictar sentencia contra el que sana?

¿Quién alzará su voz sin zozobra

cuando la ley nos persigue ruín y canalla?

Mancilla las manos que salvan vidas,

ahoga el arte de curar heridas,

y en la consulta, dolientes, agonizan

las almas atadas a normas torcidas.

Ya no hay auxilio en la España oscura

ni luz, ni esperanza para el moribundo

pues amarran mis manos cadenas funestas

impuestas a fuego por un gobierno inmundo.

Los guardianes de la vida, rotos y solos, 

se hunden en dudas y trámites fríos,

los tutores imploran con ojos llorosos

remedios que mueren en leyes y líos.

¿Acaso el político que impone la ruina

escucha el llanto de las almas en pena?

¿O es ciega su pluma, altiva y asesina

firmando la muerte por fría condena?

Que tiemblen los muros del alto despacho,

que el grito resuene clamando justicia,

si no se repara tan perversa pifia 

con toda la pena, lo siento, yo me marcho.

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